Cuando Echar el Resto es la única opción

Columnistas

Ramon Velasquez Gil

En tiempos de la edad media, un ejército tenía sitiado a una fuerza más pequeña que se encontraba en un castillo.

El ejército atacante no había podido entrar al castillo debido a las buenas defensas que este tenia y a la buena disposición de sus defensores.

El sitio al castillo llevaba ya varias semanas y la comida ya escaseaba dentro del mismo mientras que a los sitiadores que estaban afuera, no les faltaba comida pero estaban ya muy cansados de estar a la intemperie.

Cuando en el castillo solo quedaba ya un único puerco para sacrificar como comida, el jefe o líder ordeno que este puerco fuese echado a los soldados sitiadores.

Todo el mundo se opuso a tal acto y hasta amenazaron con un motín en contra del jefe.  Sin embargo, la orden de líder se cumplió y el puerco fue lanzado por el borde a los soldados que estaban afuera.  Los defensores del castillo quedaron desconsolados, mirándose unos a otros y pensando que ya solo quedaba resistir hasta morir de hambre.

Pero al rato se empezó a escuchar mucho ruido afuera junto con el sonido de caballos moviéndose

En esos momentos, el vigía de la torre del castillo grito anunciado que el enemigo se estaba retirando.

Todos subieron al borde del muro del castillo y ciertamente, las tropas sitiadoras se retiraban. Entonces voltearon a ver a su líder quien tranquilamente observaba lo que estaba ocurriendo.  Este, con cara imperturbable, dijo: nunca den la sensación de estar perdidos.  Nadie regala un pan a menos que tenga muchos panes.

Obviamente, para las tropas de afuera el haber recibido ese puerco significaba que, adentro todavía había muchos puercos y, decidieron entonces abandonar la lucha. El líder del castllo echó el resto y ganó la jugada.

Hace muchísimos años, estudiaba yo en cuarto o quinto grado y frente a la parada del transporte escolar estaba ubicada la panadería Ping Pong.

Allí, yo veía siempre en la vitrina nevera unos vasos de chocolate con leche que me provocaban probar, pero eran caros para mí.  Por cuanto costaban un Bolivar, me propuse ahorrar algo del “mediecito” (25 centavos) que me daban todos los días para ir a la escuela.

Cuando logré reunir el Bolivar, legué muy feliz y risueño a la panadería y compré mi «helado» de leche con chocolate.

Bueno, cuando probé aquello, por poco no bote aquella acida y extraña crema.

Se trataba de un yogurt ¡Yoka!.

Por dos veces estuve a punto de tirar a la basura aquella crema rara y agría.  Pero entonces recordé el sacrificio que tuve que hacer para comprarla y decidí Echar el Resto y me la comí.

No recuerdo si me dio alguna vaina pero me la comí y sobreviví para contarlo.

Y así es todo en la vida; siempre hay un momento en que uno debe echar el resto mediante una acción; mediante una respuesta o hasta con un silencio como respuesta.

Quien no pide nada recibe a menos que se le deba.

Es así.

Saludos

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