Qué pena con usted Sr. Ladrón

Columnistas

Juan Eduardo Fernández “Juanette”

Hola amigo lector ¿Cómo estás? Hoy quería compartir contigo una anécdota que me ocurrió durante el último año que viví en Venezuela, es decir 2016. En este escrito les relato un encuentro desafortunado que tuve con un ladrón en Caracas… Desafortunado para él, porque no pudo robarme:

Ya hemos escuchado hasta la saciedad que Caracas es una ciudad insegura. De hecho, es normal ver a los caraqueños todo el tiempo apurados y atentos a cualquier “malandro” (ladrón, criminal, rufián, etc.) que esté al acecho para despojar a los transeúntes ya sea de algo de efectivo, la billetera o el santo grial de los hampones caraqueños: un teléfono inteligente.

Yo siempre he sido algo paranoico, algo que a familiares y amigos cercanos les molesta un poco y no los culpo, pues no es agradable ir caminando junto a un loco que ve para todos lados, o que se baja de las camionetas y se cambia de vagón en el metro cuando ve algo que le parece sospechoso.

Pero como hasta al mejor cazador se le va la liebre, en una ocasión, cuando caminaba rumbo al metro para ir al periódico, escuché una motocicleta acercándose rápidamente y justo cuando estaba a mi lado, la persona que iba en la parte de atrás me dijo amablemente (aunque me apuntaba con un arma, siempre fue educado):

—Gordo, dame el teléfono que te vas a morir.

Yo, por nervios, o no sé todavía por qué, le contesté:

—Claro, pana, todos nos vamos a morir algún día —y procedí a entregarle mi 

teléfono iPhone 4S.

El Sr. Malandro tomó el teléfono y luego de decir “coño, es un iPhone”, me lo entregó y me dijo:

—Toma tu vaina y arranca —el verbo arrancar en el argot malandrístico caraqueño es indicativo para la víctima de que tiene que irse, es una invitación “amable”.

Acto seguido tomé el teléfono, entré al metro y todo el día me pregunté por qué no me había robado. Rondaron en mi mente las siguientes hipótesis:

1. Tal vez mi cara de gordito le inspiró ternura y me dejó ir.

2. Mi iPhone tiene la parte de atrás de la carcasa partida, y el pobre malandro pensó que le sería muy costoso cambiarla.

3. Era un malandro experto en tecnología y conoce la aplicación “Dónde está mi iPhone” y le dio miedo que lo localizaran.

4. No tengo ni p… idea.

Al llegar a mi trabajo llamé a mi esposa para contarle. Ese día no pude trabajar a gusto; pero no por miedo, sino porque no entendía (ni todavía entiendo) por qué el Sr. Malandro no me robó.

Al día siguiente decidí cambiarme a Android, pues así, si me volvía a cruzar con el ladrón, tendría algo para entregarle. Si llega a leer esto, Sr. Ladrón, le pido disculpas por haber tenido un iPhone la primera vez que nos encontramos. Un abrazo y que Dios le bendiga.

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