Cuaderno de Nueva York, de José Hierro, un balcón al que asomarse a la vida

Espectáculo

En el Libro de las alucinaciones (1964), José Hierro inserta un poema en el que la ciudad de Nueva York tiene un protagonismo destacado: «Canción del ensimismado en el puente de Brooklyn». 

Cuando lo escribió, no conocía esa ciudad. 

La experiencia que dio lugar al poema se nutría, tal y como aclara Dionisio Cañas en la edición crítica de ese libro (Cátedra, Madrid, 1986), de la lectura de la novela La hora 25, de Constant V. Gheorghiu. 

Después, visitó la ciudad en numerosas ocasiones. 

De esas visitas, alternadas con estancias de diversa duración, irían surgiendo, a lo largo de casi una década, gran parte de los poemas de este Cuaderno de Nueva York.

No se trata, sin embargo, de un libro sobre Nueva York. 

Sí de un libro en el que el poeta establece un diálogo con la ciudad y, mediante ese diálogo, afronta una meditación intensa y emocionada sobre los enigmas que, desde sus propios orígenes, han conturbado la existencia del hombre: la vida, el amor, el tiempo, la muerte, el arte (la música, la poesía, el poder transgresor de la palabra). 

El poeta no dialoga con la ciudad de las multitudes anónimas, con la megalópolis caótica, fría y deshumanizada. 

Por contra, su reflexión nace de la convivencia con espacios singulares de esa ciudad, responde a estados anímicos, a exigencias interiores fermentadas en la propia biografía cultural y sentimental, en la memoria.

Cuaderno de Nueva York es la culminación de su trayectoria, con un enorme cuidado formal, que reúne todos los temas tratados por el poeta a lo largo de su vida, como la ciudad de Nueva York (protagonista del libro, como ya lo fue de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca), la música, la difusa línea que separa la alta y la baja cultura («Beethoven ante el televisor» es el título de uno de los poemas), la tradición poética española, los recuerdos de la infancia… 

Además, en los poemas que componen el libro encontramos representadas todas las formas métricas con que el autor trabajó, desde el soneto hasta el verso libre.

Pero el libro no fue sólo un éxito de ventas, sino que causó un verdadero impacto en sus lectores y en los jóvenes poetas. 

Cuaderno de Nueva York supuso un profundo cambio en la concepción de la poesía por parte de las nuevas generaciones. 

Como afirma la poeta Guadalupe Grande, «José Hierro dinamitó, con Cuaderno de Nueva York, muchas fronteras y muchas ideas preconcebidas acerca de la poesía con la falsa sencillez de sus poemas». 

Porque, aunque a primera vista pueda parecer que los versos de Hierro son fáciles y puedan ser entendidos por todos, «Cuaderno de Nueva York es un libro complejísimo e irrepetible por muchas razones: por su calidad, su variedad, su forma de aunar modernidad y tradición, todos los tiempos y lugares que recoge… Permite una nueva interpretación con cada nueva lectura».

Para muchos poetas actuales, Cuaderno de Nueva York fue la puerta de entrada a la poesía. 

Es el caso, por ejemplo, de Laura Casielles, que explica que leyó el libro a los doce años, como uno de sus primeros libros de poesía. «Aquel libro era accesible, me hablaba de viajes y de música, y siempre volvía a él para encontrar cosas nuevas. Me hacía entender la poesía como un lenguaje complejo pero humilde». 

Hierro dejó, según la poeta, numerosas pistas en el libro para ser interpretadas por los poetas que le siguieron, pistas «para poder interactuar con el mundo a través de la poesía, con una fuerte conciencia y un intenso compromiso, pero sin encasillarnos». Hierro permitió a toda una generación profundizar en su búsqueda de una voz propia.

Estamos ante un libro mayor de poesía. Ante un libro de múltiples lecturas en el que Hierro ha atemperado la explosión visionaria del Libro de las alucinaciones hasta lograr una difícil síntesis con la respiración ética y estética de su poesía más clásica (no son casuales las citas de Lope y de Machado que preceden a los distintos capítulos). 

Acaso su sentido último se concentre en los tres versos con que cierra la parte II del poema «Adagio para Franz Schubert»: «Este mar lleva dentro mucha música, / mucho amor, mucha muerte. / Y también mucha vida».

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