El Delirio y el Deber (I)

Columnistas
Johan López*

… y si la ideología es la religión civil, también es «el opio del pueblo». Añado, con Cioran, lo siguiente: «Sólo tiene convicción quien no ha profundizado en nada». 

Las ideologías posmoderna, algunas presentadas bajo el rótulo de «teorías», tienden a obturar el pensamiento, a presentar guiones comportamentales masivos que son algo así como cool y viralizables; un poco parecido al «punch» publicitario; claro, ahora devenido en politicidad de nuevo cuño: contagiosa, directa, reductora y comprometida con alguna causa; todo entremezclado con consignas fáciles, puestas en escenas y emocionalidades a todo dar; con lo cual asistimos a la instalación de nuevos sentidos comunes; todo allí (en esos marcos senti-pensantes— ¡vaya expresión!—) es muy parecido a un dogma, en el que corifeos repiten el mismo parlamento, todos al unísono entonan un mismo himno. 

Ahora bien, ¿y la deferencia? Mala expresión, anatema conservador (coloque acá los calificativos que ya conocemos provenientes de eso lares). Dispara primero (el calificativo maledicente) y luego piensa (si es que se hace el esfuerzo). Todo muy sintiente, muy emotivo y sufriente.

La simulación copa el escenario social; hay que demostrar—hacer público— el malestar de la cultura (la de estos grupos).

Entonces, un colectivo arremete contra tal o cual obra de arte; le arrojan un líquido rojo y viscoso a una obra artística; todo en nombre de alguna causa, la que esté posicionada en los escenarios massmediáticos o en las múltiples pantallas de una contemporaneidad cada vez más ex-céntrica, alborotada y algo caótica. Eso sí: el mundo entero debe ver el arrojo de los “sufrientes”— el sufrimiento-acting—, visible y ruidoso. 

Si alguien de ese lado se corre del corillo posmo-sintiente, tanto peor, si alguien elabora sus propias tesis, si esa persona es consecuente con el marco teórico que se ha ido construyendo, mismo que se ha constituido a partir de idas y vueltas, de cavilaciones y lecturas nocturnas—con fallas o no—, pero que dan cuenta de un pensar auténtico, un pensar autónomo y heurístico; bueno, toda esa autonomía (que es el pensar de un uno mismo) será condenada (y potencialmente clausurada) por el pensamiento de la corrección, de esas almas angeladas y biempensantes que luchan por un mundo mejor; esa persona corre con el riesgo de ser un poco proscrita (a veces mucho). 

El imperativo es claro y categórico: hay que entregarse a los sentires heterónomos (que, ¡no faltaba más!, deben ser escenificados públicamente). De esta forma, se demarcan los campos de acción y señalamiento: unos conforman un nosotros, una frontera interna que aglutina voluntades.

Dentro de los márgenes del nosotros, sólo se admiten las mismas formulaciones discursivas e ideológicas (estas teorías elásticas y bastante relativistas). Incluso, pueden llegar a la exageración de vestir más o menos iguales, decir las mismas consignas, tener los mismos peinados, escuchar las mismas canciones. Adhieren a ese único cuerpo de ideas y acciones.

Claro, unos más que otros. Aunque existen algunos que, en la soledad, deambulan en algunas preguntas incómodas e inconfesadas; eso sí, esos pensamientos autónomos quedan enclaustrado en los límites de una consciencia autónoma que no tomará cuerpo en el espacio social; esa persona opta por quedarse en la unidad del nosotros unitario y filial.  

Del otro lado, el adversario sustantivo. Ese que no forma parte de la unidad, esos sujetos que van por la vida con sus pensamientos a cuestas. Aquellos que no admiten entrar en el marco clasificatorio y reductor.

Gente que piensa, como dicen, con cabeza propia. Personas que admiten y prefieren equivocarse con sus ideas. Esos otrostienen sobre sí la marca de otro deíctico (opuesto al deíctico nosotros): son los ellos. Esos que no son parte de la unidad y que, por tanto, son una externalidad ajena, distinta, no empática (dicen desde el nosotros) con las causas y las luchas únicamente de aquellos nosotros. Ese otro, al constituirse como envés, no deja sino lugar para la duda, a veces el encono o, directamente, es simplemente el otro que no conforma la unidad-nosotros; ese que tampoco entiende.

Entonces van emergiendo las voluntades masivas; una especie de llamado tribal en el que los pensares y sentires se armonizan bajo una sola y monótona frecuencia. 

Muchas veces, no es suficiente con parecer del nosotros,hay que demostrarlo; en ese acto público de demostración, se va conformando, también, un límite interno; los ellos no demuestran su adhesión, no se realizan en la performatividad, en los rituales masivos, en las alharacas y las danzas. A veces me recuerdan a ciertas congregaciones religiosas, gente a la que ya uno le conoce el coro sin giros ni sorpresas. Gente que se entrega, sin más, al placer heterónomo de ser parte del gregarismo masivo. Gente que terminan siendo perno de una lógica maquínica (Guattari) que —aunque parezcan antitética al sistema que dicen combatir— termina llevando agua al molino de lo hegemónico realmente existente. 

Bret Easton Ellis, que puede ser acusado de casi todo, menos de conservador, señaló en una  entrevista para el diario El País (2 abril de 2020) lo siguiente: 

Mi novio es tan vago que es incapaz de buscar programas en la televisión o hacer cualquier cosa sin pedírselo a Alexa. Me irrita que los mileniales tengan una obsesión constante con sentirse oprimidos, con que todo conspira contra ellos por su sexualidad, por su color de piel, o por su cuerpo… Y como ser una víctima es muy triste, todo el mundo siente empatía y compasión por ellos. Es un círculo vicioso. La vida está en contra de ellos como está en contra de todos. ¡Lucha contra ella! 

Oleadas de sintientes y quejantes (permítaseme el término) salen todos los días a la calle a buscar cuellos frescos donde poner la guadaña neoconservadora. Ya no hay espacio para el comentario mordaz y atrevido (sea de derecha o de izquierda); para un insulto con todas las de la ley.

Somos potenciales culpables de lo que alguno de estos muchos sintientes-quejantes decidan; hay legislaciones que los amparan, que les sirve en bandeja de plata la cabeza de quien piense por sí mismo y asuma el riesgo de expresar su palabra. Todos somos, de ante mano, culpables de algo, de una palabra mal puesta, de una expresión que incomodó a alguien. Recuerdo un texto de 2018 de Arturo Pérez-Reverte de título provocativo: Mariconadas. En este texto, el escritor comenta que tuvo que autocensurarse dado que iba a usar el término “mariconadas” en uno de sus textos. Así, en su artículo, hace una interesante reflexión acerca del clima de época que vivimos hoy; de hecho, señala cosas con las cuales establecemos acuerdos tácitos: 

Nunca, en mi larga y agitada vida, vi tanta necesidad de acallar, amordazar a quien piensa diferente o no se pliega a las nuevas ortodoxias; a lo políticamente correcto que –aparte la gente de buena fe, que también la hay– una pandilla de neoinquisidores subvencionados, de oportunistas con marca registrada que necesitan hacerse notar para seguir trincando, ha convertido en argumento principal de su negocio. 

Pérez-Reverte, al final de su artículo indica: “No envidio a esos escritores y periodistas obligados a trabajar en el futuro –algunos ya en el presente– con un inquisidor íntimo sentado en el hombro, sopesando las consecuencias sociales de cada teclazo”. No dejo de pensar que lo señalado por Pérez-Reverte y Bret Easton Ellis termina siendo una queja en presente de lo que estamos viviendo tiempos mainstream. Tiempos en los que el talento debe ecualizarse muy bien; ajustarse y entrar en sintonía con estos dispositivos que, aun presentándose como la cumbre del pensamiento crítico y anti statu quo, produce voluntades inquisidoras que terminan conspirando contra el arte, el pensamiento… la vida con sus vaivenes, sus imperfecciones, injusticias, alegrías, sinsabores, desatinos y miserias humanas. 

Finalmente, que no se malinterpreten algunas de las cosas acá señaladas. Hay causas por las cueles vale la pena luchar. Hay gente que se le va la vida en eso. Gente que tiene ese don de entrega y abnegación; sujetos con una extraordinaria vocación de mártir.

Pero, seamos claros: de esos, pocos. Aun así, es perfectamente lícito abrazar una causa, una noble, claro está. Otros, y eso es un asunto de cada quien, no lo hacen y tampoco tienen porqué hacerlo. Eso también es lícito. Mientras que algunos, más cómodos y con menos vocación de mártir, prefieren reivindicar ciertas causas desde un mesurado y limitado accionar. Eso también es válido.

Lo importante, me parece, es no hacer de esto un show, una pantomima que grita: “Eh, mírenme, acá estoy, lucho por la causa de los hutíes, puse la banderita de Yemen en mi estado de Whatsapp”, con lo cual esos sujetos pretenden denotar que son moralmente mejores que el Dalai Lama, Juan Pablo II,  Santo Tomás o el que usted prefiera, lector, así no me colocan en el paredón de los reaccionarios, de los ellos; hoy no estoy para etiquetas. 

*Licenciado en Educación, mención Castellano y Literatura. Máster en Educación. Especialista en Comunicación Social. Doctorando en Comunicación Social de Universidad Nacional de La Plata-Argentina (en fase de tesis). Máster en Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Profesor-investigador universitario. Articulista de opinión en medios nacionales en internacionales. Su área de investigación está relacionada con la comunicación política, el discurso político y, más específicamente, a temas relacionados con el populismo.