“Los comunistas no se cuidan de disimular sus opiniones y sus proyectos. Proclaman abiertamente que sus propósitos no pueden ser alcanzados sino por el derrumbamiento violento de todo el orden social tradicional.
¡Que las clases directoras tiemblen ante la idea de una revolución comunista!”
Manifiesto comunista
Karl Marx y Federico Engels
Johan López
El homo faber/ludens siempre estuvo animado por la existencia de un más allá. En su propia condición de sujeto pre-logos, esa visión de lo otro, de lo que lo supera en términos de “entendimiento” (esos misterios de la noche y del cielo) será una constante en su vida. El silencio de la noche daba para pensar (aunque sea precaria y casi instintivamente) en ese misterio del más allá de esta vida cotidiana.
Esa otra vida, en principio, tenía algo que esta vida mundana no proveía. Esa otra vida tenía no sólo un aire de misterio, sino de superación en tanto que (se imaginaba) era significativamente mejor a la vida común y rudimentaria; una vida de todos, con pocos placeres. Una vida cotidiana sufrida, llena de avatares y sinsabores. Entonces siempre hubo un más allá (aspiracionalmente) placentero y pleno que animaba al sujeto social—la vida no puede ser este trabajo miserable, este sentido de lo cotidiano medido por el tiempo—. El carácter eudemónico no se alcanza en esta vida mundana.
El fundamento de la religión judeo-cristiana está ligado a esta experiencia humano-mortal del más allá, de aquello que ha de venir. Seguramente, este mismo fundamento antropocéntrico de creer que existe otra vida es el mismo que opera como matriz de otras religiones; no lo afirmo, pero tampoco lo niego. Es en el fundamento antropocéntrico de la existencia de otra vida donde adquiere sentido la idea de Dios. Dios es una creación del hombre. Luego el teocentrismo nos contará otros relatos. Pero quienes cuentan el relato, los sacerdotes o los presbíteros, conocen (por lo menos así lo proyectan) los secretos preliminares de aquello que ha de venir.
Allí radica el poder simbólico y discursivo de este tipo de sujetos: Ya vienen con la gracia (en tanto don) incorporada. Ellos encarnan la buena nueva y animan (reavivan) la esperanza. La promesa de una vida distinta y mejor está más allá; se trata de un discurso de la postergación, pero no una postergación postrada, paralítica; sino una postergación que implica un obrar conforme a lo que señalan los operadores del más allá: sacerdotes y presbíteros que llevan consigo la gracia que les fue dada.
Entonces esta vida cotidiana es apenas un tránsito, casi un accidente necesario por el cual debemos pasar. Es esta una vida pasajera que nos conducirá, tarde o temprano, a la verdadera vida placentera que está más allá. Nace la esperanza (“Verde embeleso de la vida humana, /loca esperanza, frenesí dorado, /sueño de los despiertos intrincado, /como de sueños, de tesoros vana”…). Ese “Verde embeleso” de Sor Juana Inés de La Cruz es uno de los fundamentos, cuando menos, de la religión judeo-cristiana. De esta forma, el fundamento es una espera, pero también es un mientras tanto. No es extraño pensar que ese fundamento también opere de forma muy dinámica y potente en movimientos políticos como el socialismo o el propio comunismo.
En la religión católica, la vida mundana es un pasaje, un tránsito necesario de penurias. Allá adelante (por ello hay que esperar) está el por-venir, el Paraíso. La idea misma del más allá (ese misterio anhelado) funda el principio de la esperanza. La vida comienza en ese limbo gozoso del más allá, dicen.
En su libro Fidel Castro. El último rey católico, el historiador italiano Loris Zanatta logra vincular orgánicamente al dictador cubano con esa matriz judeo-cristiana, específicamente con el espíritu jesuítico. Fidel como el “gran evangelizador” del pueblo. Un pueblo que, además, es el pueblo elegido (pueblo pobre cubano) para la emancipación. Este concepto, emancipación, no puede ser más emparentable con la noción de Salvación judeo-cristiana. Entonces hay un Salvador y un pueblo por salvar. Este pueblo tiene esa doble condición: debe ser salvarlo, pero él mismo es un sujeto emancipable. Falta el relato, la épica a partir de la cual se animan y despiertan las esperanzas (los más allás) que avivan deseos y concitan emociones. Ya la matriz religiosa de la esperanza está orgánicamente ligada a la constitución de occidente. En lo sucesivo, los salvadores (Fidel, Mao, Stalin, Chávez, Kim Il sung, Mussolini o Hitler) construirán un relato que avive esos resortes emocionales y creyentes, ello habilita la renovación de una fe, ahora en un sentido civil, acaso político-partidario, militante. El ensueño (todo el andamiaje retórico asociado a la fe-esperanza) es redituable para ciertos discursos políticos, como el populismo (de derecha o izquierda), por citar un ejemplo. Ya la lógica de la espera (lo que ha de venir) forma parte de los sujetos sociales. De tal forma que este tipo de discursos se funcionaliza para captar adhesiones, sobre todo partidarias y, en algunos casos, militancias.
«En lo sucesivo, los salvadores (Fidel, Mao, Stalin, Chávez, Kim Il sung, Mussolini o Hitler) construirán un relato que avive esos resortes emocionales y creyentes, ello habilita la renovación de una fe, ahora en un sentido civil, acaso político-partidario, militante.»
La trampa de la solidaridad cubana
Por décadas se habló de la solidaridad del pueblo cubano. Esa solidaridad se mantuvo a fuerza de la imposición del régimen de Fidel al conjunto de los cubanos. ¿Quién es su sano juicio está deseoso de ir a pelear a otro continente una guerra que nada, absolutamente nada, tiene que ver con su realidad histórico-política y social? Conozco el caso directo de la profesora Rayza. A su esposo lo obligaron a ir a la guerra de Angola en 1976 (lo que se denominó Operación Carlota). Como al esposo de Rayza, cientos de miles de cubanos fueronobligados por el Estado a embarcarse en esa locura. El esposo de Rayza volvió de Angola trastornado. Una mañana se voló los sesos en la bañera de la casa inmensa que les dio el Estado cubano a Rayza y a cuatro familias más para que habitaran allí. Una casa que nunca, bajo ninguna circunstancia, sería de ellos.
Rayza me contó cada horror que vivía. Me contó que tenía que salir de Cuba a dar clases por “cuatro monedas” (es profesora titular de la Universidad de La Habana) para poder subsistir en aquella isla donde comer pescado es un lujo que no se pueden dar. Eso ilustra las penurias de un pueblo obligado a la solidaridad. Lo mismo ocurre con los médicos cubanos y las delegaciones deportivas. Van por el mundo con su solidaridad, siendo el Estado cubano quien se queda con el pago de esos honorarios, mientras le otorga algunos pesos extras y algunas prebendas a quienes aceptan ir a construir el relato de la solidaridad.
La Dra. Rayza tiene una hija, es curadora de arte. Ella desea que su hija y su nieto se vayan de la isla. Pero la hija no quiere dejar sola a su madre en aquel pandemónium. Eso me lo contaba con lágrimas en los ojos y en voz muy quedita, pues estábamos viviendo, a fines de 2012, en la casa de una chavista feligrés. Una muchacha que lloraba a goterones cuando veía a Chávez. No les quiero decir cómo lloró esa chica con la muerte de Chávez el 05 de marzo de 2013.
La solidaridad se constituyó en el relato de la dictadura. Fue una forma hábil del Estado de limpiar las culpas ante tanta represión y autoritarismo. La izquierda latinoamericana mostraba el “ejemplo Cuba”, pero no decía, ni por descuido, que esa solidaridad era una obligación que le imponía (a sangre y fuego) el Partido-Estado-Gobierno al conjunto de los cubanos.
Lo que interesaba era sostener el relato según el cual Cuba era el faro de la solidaridad a pesar del cruento bloqueo de EEUU. Un gran ardid propagandístico con el agravante de que la solidaridad era una obligación, un mandato del Gobierno a sus ciudadanos. Así, Fidel y su dictadura no se veían “tan dictadura”. Así, la izquierda alelada podía agarrarse del relato de la solidaridad para justificar la existencia de la satrapía cubana.
Lo importante era construir un discurso y una épica. Mientras ello acontecía, Fidel y su círculo acumulaba más poder. Simbólicamente se construyó una Cuba solidaria, subalterna y rebelde que lograba sortear los embates imperiales. Pero el tiempo no se detuvo, los jóvenes barbudos de fines de los 50 se hicieron viejos y se apoltronaron en el poder por más de 62 años. La solidaridad fue el estandarte, la consigna que regaron por el mundo. Con ello se intentaba atenuar aquello de la dictadura y el autoritarismo (palabras oscuras). El meta mensaje de la dictadura era claro: Sí, somos una dictadura autoritaria, pero somos solidarios y hermanos de los oprimidos. La potencia del mensaje intentaba superponerse a los horrores de un pueblo vejado y humillado. El sueño de Fidel Castro se impuso al conjunto de la sociedad cubana. El pueblo era quien soportaba los embates y cercos económicos de EEUU. Los señores de la Revolución viven una vida palaciega y tranquila. El sueño, efectivamente, es para ellos. La pesadilla y el horror, para el conjunto del pueblo. Lo mismo pasa con el chavismo: todas las ventajas y prebendas del poder están allí para la cúpula gubernamental y su séquito. Es el pueblo quien vive el horror del sueño de los Chávez, los Fidel, los Ortegas, los Kim Il sung. Los sátrapas comen caviar y usan zapatos de 800 dólares mientras el pueblo se conforma con la migaja que cae, a veces cae.
Los tiempos verbales de la satrapía
Habría que fijarse en los tiempos verbales dominantes en las alocuciones públicas y masivas de estos líderes: el pasado como resorte para el futuro. Esa épica es animosa (por lo general patriótica y heroica al modo del ideal románico en Mussolini, el Tercer Reich en Hitler o el “árbol de las tres raíces” en Chávez) echaba andar toda una mecánica de los efectos y sentimentalismos; unificaba voluntades a partir de un tipo discurso profundamente nacionalista y patriótico. Mientras que el futuro (aquello que ha de venir) promisorio alimenta el sueño de los alelados militantes, ahora devenidos feligreses. Ese soñar está en un presente que es, de definitiva, para lo que sirve el tiempo presente en este tipo de seductores demagogos de la política: crear ensoñaciones, postergar la felicidad porque lo que ha de venir, vendrá.
Dos tiempos que se reproducen al unísono en el discurso del líder. Se construye así un escenario desiderativo a partir del cual hay uno que habla en nombre de los muchos; uno que termina por ser el epítome de todas las luchas populares por la emancipación. El líder es la encarnación de todo ese relato. El líder también tiene una doble condición: es relato y relator. En la medida que echa el cuento, en esa misma medida se produce como sujeto emancipador (¡¡¡en vivo y directo!!!). Pero ese emancipador era Fidel o Chávez, no así Díaz-Canel (o el propio Raúl Castro) o Maduro. No tienen el don de la seducción de masas. En ellos no existe aquello de la demagogia envolvente. Su megalomanía es corta y no tiene alcance masivo. Los dones, la mayoría de las veces, no se legan. No son, siquiera, buenos émulos. Heredaron el poder gubernamental, pero no la demagogia populista, el discurso encendido de la esperanza atrapa-creyentes, feligreses. Por eso la política del garrote.
Ahora bien, problema en Cuba no es una “mala aplicación de los preceptos marxistas”. El problema es el modelo político-social y económico que se escogió. ¿No forman ya parte de una determinación histórica todos y cada uno de los fracasos de los gobiernos socialistas y comunistas? ¿Qué experiencia socialista o comunista puede exhibir algún éxito como para ser emulada? La respuesta es solo una: ninguna.
Entre tanto, los comunistas más obcecados salen con una retahíla de excusas que ya no soportan el más mínimo examen crítico. La mayoría señala, haciendo gala del “lugarcomunismo” (ya es un lugar común dentro de las excusas comunistas), que “eso no es comunismo”. Bueno, admitamos preliminarmente que no lo es, pero muchos camaradas celebraron la llegada de Fidel al poder. Hubo en América Latina y Europa cierto frescor comunista que insufló los ánimos y produjo alegrías en las vanguardias comunistas por estos lares y allende los mares. Decir que “eso no es comunismo” parece una charada, una excusa para tratar de “sacar el cuerpo” a un proceso que desde hace décadas se auto deslegitimó.
El sacerdocio y la infamia comunista
Pero vamos un poco más allá. Recientemente, un buen sacerdote comunista (oxímoron perfectamente válido) señalaba que había que nacionalizar toda la banca y abolir toda forma de propiedad privada. Que la democracia liberal-burguesa es una gran farsa. Que en ella el régimen de libertades termina siendo un simulacro que reproduce las lógicas del hegemón capitalista. No lo sé, pero tengo la impresión de que ese camarada no tiene noticias de China, país donde hay un Partido-Estado que impide que otras expresiones políticas tengan cabida. Lo propio pasa en Cuba y Corea del Norte (ambos países satélites directos de la Unión Soviética). ¿Acaso sí exhiben libertad Corea del Norte y Cuba, países gobernados por un mismo régimen desde hace 73 y 62 años respectivamente? ¿De esa libertad hablan los camaradas? ¿Cuántos partidos hay en Cuba y Corea del Norte? ¿Qué instituciones son autónomas en esos países? ¿Quiénes dominan sus parlamentos? ¿Hay alguna voz disidente en este tipo de órganos deliberativos— ¿deliberativos?—? No. Hay partido único. El partido que siempre gana las elecciones, nunca las perderá, jamás. Las dictaduras sólo pueden dar esas certezas: siempre que haya “elecciones” ganará el único partido.
En ese sentido particular y muy concreto, el relato comunista se queda sólo, mustio y aullando en el desierto de los deseos (¿metafísicos?) de un deber ser que sólo habita en la cabecita de sus cada vez más escasos sacerdotes y presbíteros. Puñado de feligreses tozudos y obstinados que creen que sus ficciones podrán, algún día, materializarse y, tanto peor, tomar cuerpo en una sociedad ficticia que sólo existe en sus alucinaciones de alelados. Estos sacerdotes del comunismo también esperan la llegada de Cristo: la abolición de la propiedad privada, la dictadura del proletariado, la nacionalización del sistema financiero (claro, el mundo financiero se quedará tranquilo viendo cómo estos dreamers quiebran con el establecimiento de una agenda financiera que tiene más de 300 años de vida) y el internacionalismo proletario. En definitiva, un mundo feliz. Pasa que el sueño de los sacerdotes se proyectó sobre el conjunto de la sociedad cubana. Los sacerdotes no padecen los horrores de sus ficciones. Los sacerdotes comen langostinos mientras el pueblo al que se le impone el sueño socialista o comunista, se come un cable pelado. En Venezuela, un país con un salario mínimo de 3.50 dólares al mes (menos de 0.12 centavo de dólar al día), hay sacerdotes del chavismo que tienen zapatos de 800 dólares.
Cada invento que se realiza en nombre del socialismo o comunismo termina en desastre. Vamos a preguntarle a los amigos polacos, checos o albaneses qué tal les fue con esa experiencia. Preguntemos, por ejemplo, cómo le fue a los soviéticos con el estalinismo, a los rumanos con Ceaușescu o a los norcoreanos con Kim Il sung. Si eso no son determinaciones, entonces no sé qué son. Ninguna experiencia político-gubernamental erigida en nombre del socialismo o el comunismo ha tenido un final feliz. Se pueden hacer todas las maromas retórico-teóricas para tratar de justificar esas debacles, pero la historia habla por sí sola: cada experiencia socialista o comunista ha devenido en desastre, en horrores indescriptibles. Se pueden exhibir experiencias político-gubernamentales desde la lógica del Mercado que son exitosas y, en mucho, emulables. Del socialismo y el comunismo lo que queda es la estela de miseria y el cuento largo y penoso de lo que pudo ser… Pasa que uno no vive en el desiderátum, uno vive en la REALIDAD, en la vida misma. Ojalá se pudiera vivir en la proyección, todo sería bello y justo. Preguntas: ¿Dónde cabe, en el marco democrático liberal, la abolición de la propiedad privada? ¿Qué pasaría con la nacionalización de la banca? ¿En qué sistema financiero jugarían los camaradas? ¿Qué «faro» comunista o socialista va por esa vía? ¿China, Rusia…? ¿Son esos los «faros» comunistas o socialistas actualmente? ¿Lo es Venezuela, Cuba, Nicaragua o Corea del Norte? De ser así, veamos el régimen de libertades en estos países. Lo siento, no hay anclajes, lo que hay son deseos y proyecciones de orates. Una sola golondrina no hace verano. Por cierto, ¿dónde está esa «golondrina»?
Mientras tanto, la estupidez de ciertos alelados (que no está en crisis) señala sin aspavientos que detrás de las protestas POPULARES en Cuba está operando la mano imperialista. Claro, en un Gobierno popular y nacional (risas irónicas) el alzamiento popular no es posible, dado que el pueblo es el propio Gobierno. Un truco mal armado y peor ejecutado. Son 62 años de un mismo Gobierno en el poder. Un país con un Partido-Estado-Gobierno que imposibilita la libertad política y de expresión más elementales. Claro, la única represión para ciertas izquierdas es la de Duque en Colombia o la de Piñera en Chile. Esos son los déspotas y sátrapas que se someten a la norma democrática. Ambos dejarán el poder en poco tiempo, dado que en esos países hay un sistema democrático de partidos y elecciones libres. Entre tanto, ciertas izquierdas señalan que los Ortega, Maduro o Díaz-Canel, son víctimas de la conjura imperial. La izquierda no puede reducirse a eso: a un seguidismo ideológico tan servil y de cortísimo vuelo. Abajo la dictadura cubana, venezolana y nicaragüense. El seguidismo ideológico no puede estar por encima del dolor concreto de la gente. Recuerden: no me lo contaron. Habrá que insistir en ello.