Humano, provocativo y conmovedor, este libro nos habla sobre los espacios que unen a las personas y las cosas, acerca de la sexualidad, la mortalidad y las posibilidades mágicas del arte.
La ciudad solitaria es un deslumbrante trabajo de biografía, memorándum y crítica cultural y una celebración de un estado extraño y encantador, alejado del continente más grande de la experiencia humana, pero intrínseco al mismo acto de estar vivo.
La soledad es una emoción, un malestar, un sentimiento.
De una forma u otra está presente en algún periodo de nuestras vidas.
A veces, se instala en las personas de modo permanente y condiciona su manera de estar en el mundo.
Los artistas, por su sensibilidad y por su trabajo, son terreno abonado a la soledad.
De eso va este potente libro, de estar solo y de hacer arte.
De sentir que algo te está minando en los tiempos de Internet.
Recordando la repetida definición de novela de Stendhal, el espejo que recorre el camino de esta obra es su propia autora.
Una inglesa “enamorada locamente” de un norteamericano que deja Inglaterra para instalarse en Estados Unidos.
La falsa primavera del deseo, la perplejidad del abandono se hace patente demasiado pronto y ahí es donde comienza esta narración: una escritora joven que de pronto se queda “con las manos vacías” y, en medio de Nueva York, se encuentra a la deriva.
Desde este punto de vista la británica Olivia Laing plantea en este peculiar ensayo las motivaciones de la soledad.
Seis son los personajes a los que hace referencia, si la incluimos a ella misma como un personaje solitario que produce la vida en la ciudad.
Su descarnada reflexión nos adentra en el mundo de los sentimientos, de la importancia de la empatía y de nuestras obligaciones para con los demás.
“La soledad es personal y es política. La soledad es colectiva: es una ciudad. Lo importante es que estemos alerta y abiertos, el tiempo de los sentimientos no durará demasiado.”
Nada más entrar en La ciudad solitaria tropezamos con una chica atrapada y perpleja.
Atrás deja un piso alquilado que ha conseguido subarrendar.
Sin vínculos, trabajo ni obligaciones familiares que la aten a las islas británicas, solo le queda un Nueva York al que se aferrarse.
La vida de Laing es dura en Nueva York.
Su sufrimiento tiene al menos la ventaja de la empatía, que le facilita averiguar en qué consiste estar solo y desde ahí adentrarse en la obra de otros tantos solitarios.
Primero desvela la soledad del Hopper de Los noctámbulos.
Pone al lector frente a una obra que visualiza una soledad fría como el hielo y traslúcida como el cristal.
De inmediato pone patas arriba la biografía de Andy Warhol.
Narra con pasión su forma de trabajar, su relación con la homosexualidad y con el ambiente artístico del Nueva York de la época.
Un libro para releer.