Juan Eduardo Fernández “Juanette”
La reciente decisión del presidente chileno Gabriel Boric de cambiar su smartphone por un teléfono básico ha despertado reacciones encontradas. Para algunos, representa un paso atrás tecnológico; para otros, incluido el mandatario, significa recuperar el control sobre su tiempo y atención. Fue precisamente esta noticia la que me recordó una fascinante presentación del periodista Ernesto Tenembaum en la librería Naesqui de Villa Ortuzar, donde mencionó un libro que se ha vuelto fundamental para entender nuestra época: «La Generación Ansiosa» de Jonathan Haidt.
En su exposición, Tenembaum desgranó las ideas centrales de esta obra que revela una crisis de salud mental sin precedentes, alimentada por la omnipresencia de las redes sociales y los dispositivos móviles.
El gesto de Boric no es meramente simbólico. Representa una forma de resistencia contra lo que Haidt describe como una «experimentación social masiva» que comenzó con la llegada de los smartphones y las redes sociales. Una generación entera ha sido involuntariamente sometida a este experimento, con resultados alarmantes que el autor documenta meticulosamente: tasas de depresión y ansiedad en aumento exponencial, habilidades sociales en declive y una paradójica soledad en medio de la hiperconectividad.
Las empresas tecnológicas han diseñado sus plataformas para maximizar el «tiempo de pantalla», utilizando sofisticados algoritmos que explotan nuestras vulnerabilidades psicológicas. El resultado es una generación que, como señala Haidt, está constantemente buscando validación a través de likes y seguidores, mientras sus capacidades para mantener conversaciones cara a cara se deterioran. La ironía es cruel: nunca habíamos estado tan conectados digitalmente y, al mismo tiempo, tan aislados emocionalmente.
El libro de Haidt no solo diagnostica el problema; expone cómo las redes sociales han reconfigurado fundamentalmente la forma en que los jóvenes construyen su identidad y relaciones sociales. La comparación constante con vidas cuidadosamente curadas en Instagram, la presión por mantener una presencia digital «perfecta» y la exposición temprana a contenido potencialmente dañino han creado una generación que lucha con niveles sin precedentes de inseguridad y ansiedad social.
Particularmente preocupante es cómo estas plataformas han erosionado los espacios tradicionales de socialización. Los adolescentes de hoy pasan menos tiempo en interacciones presenciales significativas, preferiendo la aparente seguridad de las interacciones digitales. Esta tendencia, como argumenta Haidt, no solo afecta el desarrollo de habilidades sociales cruciales, sino que también impacta en la formación de la identidad y la resiliencia emocional.
El control social que ejercen las empresas tecnológicas a través de sus plataformas es otro aspecto crítico que Haidt aborda. La capacidad de estas empresas para moldear opiniones, influir en comportamientos y recopilar datos personales masivos representa un poder sin precedentes en la historia humana. La adicción digital que generan sus productos no es un efecto secundario accidental, sino una característica diseñada deliberadamente.
La decisión de Boric, vista a través del lente de Haidt, adquiere un significado más profundo. No se trata simplemente de desconectarse, sino de reclamar nuestra autonomía frente a un sistema diseñado para capturar y monetizar nuestra atención. Es un acto de resistencia contra lo que el autor describe como una «economía de la atención» que prospera a costa de nuestra salud mental.
¿Cuántas veces al día desbloqueamos nuestro teléfono de manera automática? ¿Cuántas horas perdemos scrolleando sin rumbo por nuestras redes sociales? ¿Cuántas conversaciones importantes hemos interrumpido para revisar una notificación intrascendente? Las preguntas son incómodas, pero necesarias. Quizás sea momento de hacer un ejercicio sincero: tomar nuestro teléfono y revisar el tiempo de pantalla diario. Los números suelen ser reveladores, a veces hasta perturbadores.
El verdadero desafío no está en abandonar la tecnología, sino en recuperar nuestra capacidad de elección consciente. Cada notificación que ignoramos, cada momento que elegimos estar presentes en una conversación real, cada mañana que comenzamos sin revisar inmediatamente las redes sociales, es una pequeña victoria en la recuperación de nuestra autonomía mental.
La invitación es clara: ¿qué tal si comenzamos mañana desactivando las notificaciones no esenciales? ¿O establecemos horarios libres de pantallas? ¿O recuperamos el placer de una conversación cara a cara sin interrupciones digitales? La tecnología debería ser nuestra herramienta, no nuestra dueña. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de repensar nuestra relación con los dispositivos digitales, no solo por nuestro bienestar, sino por el de las generaciones futuras. La pregunta no es si debemos hacerlo, sino cuándo comenzaremos.