Juan Eduardo Fernández “Juanette”
Hace dos semanas me topé con un amigo de la infancia, me lo encontré en un Walmart de Ciudad de México, estoy hablando del mango.
Resulta que cuando me tocó viajar a México en lugar de alojarme en un hotel, decidí alquilar un airbnb en la zona de Polanco. Lo bueno de esta app es que puedes seleccionar un lugar cómodo donde quedarte con las comodidades que quieras; lo malo es que tienes que cocinar tu. Es por eso que estaba junto a mis compañeros de trabajo haciendo las compras para la semana, cuando me encontré de frente con mi amigo el mango.
Fue en el anaquel de las frutas y verduras, que vi al mango. Él me llamó con sus colores, pero sobre todo con su olor. Quiero aclarar que en Buenos Aires hay mango, pero es un mango chico, sin gracia, que me parece traen desde Ecuador. Desde que vivo en la capital argentina comí mango un par de veces y me pareció una fruta sin sabor.
Pero este mango mejicano era similar al que comía en Caracas, o al que cultivaba papá en nuestra casa de San Antonio de Cua, un poblado en Los Valles del Tuy, donde mi hermano y yo pasamos nuestra infancia.
Al verlo no oculté mi emoción, tomé el mango, lo olí, lo abracé y lo metí en el carrito. Uno de mis amigos argentinos comentó:
- Dale boludo, si en Buenos Aires hay mango ¿Acaso no comiste?
A lo que le contesté
- Ese mango ecuatoriano que venden en Argentina no es mango, es agua.
A partir de ahí apuré las compras porque solamente quería llegar al departamento y probar aquella exquisitez proveniente de La India. ¿Acaso creyó usted amigo lector que esta fruta viene del trópico? Pues no, de hecho, es procedente del sur de India y del archipiélago malayo.
Cuando llegamos al departamento, corté la fruta, la comimos con mis amigos y a los tres nos voló la cabeza. Para ellos era un saber que nunca antes habían probado, en mi caso fue un portal que me llevó a la maravillosa infancia que viví.
El primer bocado me llevó al árbol de mango injertado con piña que estaba justo frente a la casa de Cua, donde nos subíamos a comer la fruta hasta más no poder con mi hermano Gabriel, los primos y nuestro vecino Juan Carlos.
Ya en el segundo recordé primero a mi abuela y después a papá hirviendo en una olla muy grande muchos pedazos de mango que luego se convertirían en rica jalea.
También recordé como entre 2016 y 2017 cuando se vino la gran escasez de alimentos en Venezuela, muchas familias sobrevivieron gracias a los arboles de mango ubicados en La Florida o en Los Palos Grandes.
Ahora que lo pienso, el mango siempre ha estado presente en cada etapa de mi vida, incluso en la universidad, cuando nuestro profesor de periodismo Cesar Torres siempre decía:
¿Alguien sabía que Simón Bolívar nunca comió Mango?
Este dato me impulsó a investigar la veracidad de esta anécdota frutal/histórica. Que luego refuté, pues según un artículo de Patricia Smith, y de una investigación de Gabriel García Márquez, las primeras semillas de mango llegaron a Venezuela en 1789. Y fueron transportadas por Fermín de Sancinenea en un barco de la Compañía Guipuzcoana, estas semillas fueron sembradas en Angostura, hoy Ciudad Bolívar para ese mismo año.
Según explicó García Márquez luego de su investigación para escribir “El General en su laberinto”, Simón Bolívar comió mangos en Angostura, junto a Josefina Machado entre 1817 y 1819.
Aunque el historiador venezolano Vinicio Romero le pidió a García Márquez que se retractara, pues según sus investigaciones, el mango llegó a Venezuela en 1880 cuando ya Bolívar había muerto (en 1830).
Pero posteriormente Pablo Ojer, confirmó en un artículo del Diario de Caracas, que el Mango llegó en 1789, confirmando la teoría de Smith y García Márquez, y echando por tierra la de Romero.
El artículo titulado: “Sancinenea, introductor del mango en Guayana” , escrito por Pablo Ojer, cuenta cómo el navegante español Fermín de Sancinenea trajo esa fruta a Venezuela tras comprarle semillas a comerciantes de Cayena que estaban en permanente contacto con la India.
En una carta enviada al ministro Antonio Valdés, fechada el 29 de abril de 1789, Sancinenea explica que no sólo llevó la semilla a Venezuela, sino que les explicó como sembrarla.
Bueno no me quiero ir por las ramas… de la mata de mango (y ya saben que siempre trato de meter un chiste). Solo quería aprovechar este espacio para homenajear a esta maravillosa fruta que forma parte no solo de mi historia personal sino de la historia de Venezuela.
Hasta la semana que viene.