Juan Eduardo Fernández “Juanette” (@soyjuanette)
Ilustración: Alexander Almarza (@Almarzaale)
Aún recuerdo cuando llegó a mi casa hace un par de veranos, cuando mi primo Gustavo quien vivió en mi departamento recién llegado a Buenos Aires lo trajo para mitigar el calor agobiante que se instala a finales de año. Tengo que confesar que a primera vista me pareció inútil, como todos los ventiladores que en el verano porteño solo pasean el aire caliente de un lado a otro, porque de refrescar no refrescan.
Llegado el otoño, El Venti quedó instalado en un rincón de mi casa y terminó siendo nuestro perchero para colgar desde las chaquetas hasta las toallas. Creo que esa fue la época profesional más activa de mi amigo… porque si, hoy tengo que decir que El Venti es un amigo.
¿Qué cómo nació nuestra amistad? Todo comenzó con la llegada de la novia de mi primo a La Argentina, eso precipitó todo. Pasado más o menos un mes ellos decidieron mudarse, pero me dejaron a El Venti, con la promesa de que lo buscarían después.
Pasaron los días, los meses y nuestra relación se fue afianzando, El Venti se convirtió en una pieza fundamental de mis decisiones, era como una especie de confidente/consultor. La verdad me asesoró en varias cosas de mi vida, lo malo era que cada vez que le preguntaba ¿Si o no? El siempre movía su cabeza de un lado a otro en señal de reprobación.
El Venti me ayudó a desentrañar varias paradojas en mi vida, claro, cuando aprendí a preguntarle. Por ejemplo, si quería salir con una chica que me gustaba entonces le preguntaba a El Venti, tal y como si fuera el Oráculo de Delfos, “Oh gran Venti vos que todo lo sabés (si le habló en argentino porque él es de acá) ¿No debo dejar de salir con la rubia? A lo que mi amigo respondía moviendo su cabeza en señal de reprobación… Si usted amigo lector sabe de lógica matemática entenderá que dos planteamientos negativos tendrán como respuesta uno positivo, Ergo yo terminaba saliendo con la chica.
Y así llegó la pandemia, y como no se podía salir comencé a estrechar relaciones con varios elementos que habitan en mi casa por ejemplo “La Licua” (mi licuadora), a quien llevo a dar paseos cortos por la plaza, porque a ella le gusta siempre dar una vuelta. También está mi computadora quien es el ser que más he tocado durante la cuarentena. Pero El Venti es otra cosa, es realmente un amigo que está conmigo en las buenas y en las malas.
Hace unos días tenía problemas para dormir, porque últimamente me he vuelto algo paranoico y temo que alguien entre a mi casa, o peor aún que me salga un fantasma. Pero el problema se resolvió gracias a El Ventí; resulta que lo puse justo al lado de mi cama y “Se hizo la luz” literal. Le pegué a mi amigo linterna en su cabeza y lo enchufé; fue así como lo convertí en un “faro caza fantasmas “y desde entonces duermo como un bebé porque “Los fantasmas desaparecieron cuando llegó la electricidad” (Ojalá no se le acaben las baterías a la linterna).
También con El Ventí nos ponemos a ver la Tele, y lo que más nos gusta son los deportes, su favorito es el tenis. Yo lo pongo frente a la pantalla y se mete tanto en el juego que mueve su cabeza de un lado al otro al compás de la pelota.
En fin, ahora mismo estoy contento con EL Venti, pero algo en mi interior me dice que cuando mi primo regrese de Miami, y el calor vuelva a inundar cada rincón de la casa, mi amigo El Venti se irá y entonces volverán a mi el calor, la indecisión y lo peor de todos: Los fantasmas.