Papa, comprame un teléfono celular

Columnistas

Ramon Velasquez Gil

Ciertamente, existen normas especiales sobre menores de edad con teléfono celular.

A los fines de explicar esto, voy a comentar un caso que tuve en Venezuela hace varios años. 

Pedrito, un joven de unos 22 años de edad, un día recibió un mensaje de texto en su teléfono celular, en el cual una supuesta muchacha lo saludaba y le manifestaba que él le gustaba y que quería conocerlo. 

Pedrito, muchacho al fin, en seguida le contesto preguntándole su nombre, lugar donde residía y demás detalles. Incluyendo una foto. La muchacha le respondió todo. Incluyendo la foto, en la cual se veía muy bonita.

Así comenzaron a intercambiar mensajes por varios días, en los cuales se decían lo normal entre dos personas que supuestamente sentían atracción el uno por el otro, aunque todavía no se conocían en persona.

De repente y sin mayor explicación, Pedrito dejó de recibir por unos días, mensajes de la muchacha, cuyo nombre era Sofía. La cuestión fue que, el papá de Sofía la descubrió enviando mensajes un poco picantes a Pedrito y se formó el lío en la familia de la muchacha quien para ese momento era una menor de dieciséis años de edad.

Entre la familia de Sofía, había una tía un poco chapada a la antigua que era Inspector de la policía local. Al tener conocimiento dicha tía sobre lo que estaba pasando, y sin tomar en cuenta quien estaba seduciendo a quién, propuso, como policía al fin, montarle una trampa a Pedrito.

Es así como al día siguiente toma ella el teléfono de Sofía y haciéndose pasar por esta, le envía un mensaje a Pedrito pregunta sobre su edad.

Al responderle este sobre que él tenía 22 años, entonces y enseguida lo invito a conocerse. Le propuso un lugar, fecha y hora donde encontrarse. A lo que Pedrito, muy emocionado, estuvo de acuerdo.

La tía policía, junto con otros policías a su orden y bajo su mando, preparó entonces el escenario. 

Llegado el día y hora y ya preparada la emboscada, llegó Pedrito al lugar en su camioneta. Al llegar al sitio y no ver a Sofia, la llamó por teléfono pero Sofia, a quien no la dejaron estar en el asunto y sin su teléfono, no sabia que estaba pasando.

En su lugar, la tía quien tenía el teléfono, le contesto con un mensaje a Pedrito invitándolo a que se bajara del carro y caminara hacia la panadería de la esquina. Este se bajó de la camioneta y sin tener sospecha de nada, caminó hacia el lugar indicado. Pero antes de llegar, fue abordado por policías que estaban dentro de un carro civil e inmediatamente lo arrestaron y esposaron, acusándolo de sadismo y corruptor de menores.

Aquí entro yo en el asunto pues ese mismo día, por la tarde, se comunica conmigo el padre de Pedrito y me solicita que tome el caso y defienda a su hijo en el problema.

Yo, una vez informado sobre los pormenores del caso, inmediatamente inicio una investigación sobre las normas de uso de la telefonía celular y demás intríngulis y razones ocultas del supuesto delito.

Es así como preparo la defensa del muchacho, sin dejar nada al azar y bien documentado sobre él mismo.

Llegado el día de la audiencia de presentación del reo ante el Juez, se abre la audiencia e interviene la parte acusadora representada por una fiscal del ministerio público. Esta, pensando que se la estaba comiendo y que tenía todo listo a su favor, comenzó su acusación inculpando a Pedrito de por lo menos ocho cargos criminales en su contra. Comenzando por los delitos de sadismo; corrupción de menores; aprovechamiento de minoridad; uso inadecuado del teléfono; etc., etc., etc. momento en el cual y a sabiendas que no me correspondía intervenir todavía,  me levanté de mi asiento, interrumpí la perorata de dicha fiscal y exclamé: “ciudadana juez, menos mal que en Venezuela no existe la pena de muerte, si no, esta fiscal del ministerio publico la hubiera pedido contra mi defendido!.

A todas estas, la fiscal se levantó hecha una fiera y me acusó ante la juez de haberle faltado el respeto. La juez me ordenó sentarme y guardar silencio hasta que me correspondiera intervenir; pero ya la fiscal llevaba ¡plomo en el ala! Pues yo sabía que la Juez había tomado nota.

Seguidamente, y como es sabido, en la audiencia de presentación del reo no corresponde promover pruebas,  pero por tratarse de una menor de edad la supuesta víctima, los padres de esta pueden intervenir y ser escuchados.

Entonces, la fiscal acusadora, quien ya había preparado al padre de la muchacha, pide la intervención de este, lo cual fue aceptado.

Dicho padre interviene en la audiencia y, de la manera más hipócrita y falaz, llorando, echó un cuento sobre que su hija era una buena muchacha de su casa, estudiosa, que había sido seducida por ese mal hombre de mente enferma blablabla. 

Terminado su cuento, me toco a mí, por ley, hacerle repreguntas.

Solo le hice tres repreguntas, aunque podía hacerle la cantidad que estimare conveniente.

Primera: “¿Es cierto que Sofia, la supuesta víctima, se encontró ese teléfono en la calle?”.

– “Nooo, ese teléfono se lo compré yo. Respondió

Segunda: “Entonces, ¿usted compró ese teléfono y se lo regaló a ella para su uso?

– “Si, yo se lo regalé”. Volvió a responder.

“Aja” dije.

Tercera: “¿Sabia usted que en Venezuela está prohibido usar teléfono celular a los menores de edad?”

– “Humm, este, yo no sabía eso”. Respondió incomodo.

En este momento consideré ya no necesarias más repreguntas. “Cesan las repreguntas”. Anuncié al tribunal

Entonces, dando media vuelta, me dirijí a la juez y le expuse:

“Ciudadana juez, que conste en acta todas las respuestas del padre de la supuesta víctima a mis repreguntas, dejando en claro que el desconocimiento de la Ley no excusa de su Cumplimiento”.

Entonces, oídas mis repreguntas y demás alegatos y las respuestas del padre, la Juez, después de un breve receso, regresó a la sala y con un golpe de martillo, declaró terminada la audiencia y “cerrado el caso por no haber materia sobre la cual decidir”, ordenando la libertad plena e inmediata del reo.

Fue un bello juicio, recuerdo.

Por razones obvias, cambié el nombre de las partes en este caso, pero todos son personas muy conocidas en mi ciudad.

 En realidad nunca supe quién inició el intercambio de mensajitos, pero para mí, como defensor eso era irrelevante. 

Cuando nadie en el mundo te crea, tu abogado será el único que siempre lo hará.

Saludos 

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