Profesor Johan López
Universidad Nacional de la Patagonia Austral
Unidad Académica Caleta Olivia
“Un libro, mientras no se lee, es solamente un ser en potencia, tan en potencia como una bomba que no ha estallado. Y todo libro ha de tener algo de bomba, de acontecimiento que al suceder amenaza y pone en evidencia, aunque sólo sea con su temblor, a la falsedad”
María Zambrano,
filósofa y poetisa española
En la primera parte de este artículo hablamos de la centralidad de la lectura y la escritura en el contexto universitario. Asimismo, se insistió en la idea según la cual hay que entrenar la cognición a partir de los ejercicios lecto-escriturales; para lo cual planteamos la idea de la lectura y la escritura como parte fundamental de una gimnasia del pensamiento.
De igual forma, indicábamos que, de ser necesario, había que hacer un reseteo en la relación que establecen los estudiantes con las palabras en los ámbitos cotidianos y, para efectos prácticos, dentro de la cultura educativa en general.
De allí que hablásemos de construir, de ser necesario, una nueva biografía lecto-escritural. Esto es fundamental si lo que se quiere es adentrarse de forma más segura y trascendente a estadios de conocimiento más complejos como los demandados en el contexto universitario.
Ahora bien, hay que indicar que la educación universitaria siguió su curso —aún en nuestros días— bajo el modelo Bolonia 1088. De ese paradigma universitario es deudor el modelo universitario napoleónico. Bajo el enfoque napoleónico se privilegia la profesionalización de la educación.
Es decir, la educación universitaria se enfoca en áreas disciplinares específicas en función de proveer —con una fuerte tutela del Estado moderno— a los profesionales de ciertos contenidos, técnicas, procedimientos y teorías de acuerdo a perfiles y áreas de saberes determinados.
El modelo francés en la universidad moderna se debe al genio práctico de Napoleón, quien a partir de 1808 y por disposición suya todo el sistema de educación primaria, secundaria y superior estaría sujeto a la intervención del Estado (…) en consecuencia la universidad sería concebida y restaurada por Napoleón como una corporación al servicio del Estado (del poder central). (Cobo, 1979. La enseñanza suprior en el mundo. Estudio comparativo e hipótesis).
La lectura y la escritura adquieren, bajo el paradigma universitario napoleónico, un sentido pragmático (acaso utilitario) que busca fortalecer competencias tecno-profesionales en áreas muy específicas de ciertos saberes disciplinares. Más allá de poner el ojo crítico en las implicaciones de educar para una profesión (principalmente por los enfoques tecnocráticos que van aparejados a este modelo), conviene establecer los marcos a partir de los cuales la lectura y la escritura en los encuadres universitarios operan como dinamizadores centrales del proceso de adquisición y apropiación de esos saberes técnico-profesionales.
Una primera observación en esa dirección tiene que ver con las prácticas de lectura y escritura que propician los profesores de espacios curriculares de nuestras universidades en materias iniciales como Alfabetización Universitaria, Lenguaje y Comunicación, Lectura y Escritura, Comprensión y Producción Textual u otras materias análogas o afines. Por lo general, en estas materias suele colocarse el énfasis en los aspectos gramáticos y ortográficos, el estudio de las secuencias textuales (por lo menos las prototípicas como indica J-M. Adam): la explicación, la narración, el diálogo, la descripción y la argumentación, entre otros contenidos.
Las materias asociadas a la lectura y la escritura en la universidad deberían propender al fortalecimiento —por un lado— de las competencias lecto-escriturales básicas con las que ingresan los estudiantes al aula universitaria. De igual forma, ambas dimensiones (entendiendo a la lectura y la escritura como continuum) deben ir abonando el terreno para la adquisición de prácticas letradas que se proyecten sobre el perfil y el ser profesional de los estudiantes. Al respecto, conviene poner en valor la noción de alfabetización académica desarrollada por Paula Carlino (2003). El enfoque de Carlino privilegia el fortalecimiento de las competencias lecto-escriturales en la universidad a partir de los propios contenidos disciplinares y profesionales establecidos en los programas de estudios.
Los docentes universitarios que se encargan de impartir las cátedras de lectura y escritura y/o similares en los niveles iniciales de las carreras universitarias se encuentran con un doble problema.
Por un lado, hay unos contenidos programáticos básicos. Estos contenidos, por lo general, están en relación directa con la preceptiva gramático-ortográfica, es decir, el reforzamiento y solidificación de ciertas prácticas en lectura y escritura que, por las razones que sean, no están consolidadas en gran parte de los ingresantes al sistema universitario.
De igual forma, y en simultáneo, están presentes las demandas y requerimientos específicos propios de las carreras de estudio que han escogido los estudiantes. Teniendo esto como telón de fondo, no dejan de surgir preguntas de este tenor: ¿Los docentes de estas materias deben dedicarse a fortalecer y consolidar esos saberes lecto-escriturales básicos, obviando algunas lecturas y prácticas escriturales que vinculen a los estudiantes con saberes y principios básicos de su propia carrera? ¿Qué hacer ante una realidad tan recurrente en nuestras aulas universitarias?
La concepción de alfabetización académica otorga algunas posibilidades para comenzar a destrabar algunas interrogantes en materia lecto-escritural en la educación universitaria.
En primer lugar, la alfabetización académica no busca, en principio, que los estudiantes aprendan a decodificar textos, sino a dominar estrategias lecto-escriturales avanzadas que los incluya dentro de las complejas dinámicas académicas especializadas (competencias profesionales):
Sugiero denominar “alfabetización académica” al proceso de enseñanza que puede (o no) ponerse en marcha para favorecer el acceso de los estudiantes a las diferentes culturas escritas de las disciplinas. Es el intento denodado por incluirlos en sus prácticas letradas, las acciones que han de realizar los profesores, con apoyo institucional, para que los universitarios aprendan a exponer, argumentar, resumir, buscar información, jerarquizarla, ponerla en relación, valorar razonamientos, debatir, etcétera, según los modos típicos de hacerlo en cada materia. Conlleva dos objetivos que, si bien relacionados, conviene distinguir: enseñar a participar en los géneros propios de un campo del saber y enseñar las prácticas de estudio adecuadas para aprender en él.
En el primer caso, se trata de formar para escribir y leer como lo hacen los especialistas; en el segundo, de enseñar a leer y a escribir para apropiarse del conocimiento producido por ellos. (Carlino, 2013:370. Alfabetización académica 10 años después).
La alfabetización académica pretende, por una parte, introducir y aclimatar a los ingresantes a las carreras universitaria dentro de su propio hábitat académico-profesional. En ese sentido, resulta estratégico propiciar prácticas de lectura y escritura que tengan relación directa con el universo profesional en el que, a posteriori, se van a desarrollar los estudiantes ingresantes. En ese orden, la alfabetización académica es también un espacio para propiciar la autonomía en los procesos de adquisición de los aprendizajes.
La idea es que los estudiantes puedan ir constituyendo sus propios márgenes de acción dentro de la dinámica universitaria.
Es decir, que puedan ir configurando sus rítmicas de aprendizaje y la toma de decisión autónoma de lecturas relacionadas con su campo de saber disciplinar y profesional; todo lo cual debe hacerse, claro está, con el acompañamiento de los profesores de las respectivas carreras. Allí, evidentemente, “no llega la mano” del docente de lectura y escritura en los inicios universitarios. No obstante, este docente sí debe propiciar, EN TODO MOMENTO, ese encuentro (acaso epifánico) entre los saberes letrados y las competencias académico-profesionales. Allí está gran parte de la clave para avanzar, de forma firme y segura, en el desarrollo (y motivación) de los estudiantes para continuar la senda del aprendizaje y desarrollo de competencias dentro de su área disciplina y profesional.