Amén, Francisco responde

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Juan Eduardo Fernández “Juanette”

Son las 6 de la mañana en Buenos Aires. Abro WhatsApp todavía medio dormido y me encuentro con 15 mensajes. El primero que leo, es de mi ex compañero de colegio Francisco Muñoz desde Madrid, quien escribe: «Se murió el Papa Francisco». Los demás decían lo mismo. Adiós a mi columna sobre Cuarón y Sorrentino que ya tenía escrita para esta semana. Perdón, maestros del cine, pero hay noticias que lo cambian todo.

¿Y qué mejor forma de recordar al pontífice argentino que a través de ese documental que capturó su esencia como ningún otro? Me refiero, claro, a «Amén, Francisco responde», esa joya audiovisual que ahora, con su partida, adquiere un valor histórico.

Un papa que salió del Vaticano para entrar en la vida real

Vamos a los hechos: un papa de 85 años abandona la pompa vaticana y se planta en el Pigneto, uno de los barrios más alternativos de Roma. No lleva séquito imponente ni discursos preparados. Solo una silla, sus lentes y una disposición genuina para hablar de tú a tú con diez jóvenes. ¿A quién se le ocurre semejante idea? A Francisco, obviamente, y a los directores Jordi Évole y Màrius Sánchez, que tuvieron la visión de capturar este momento irrepetible.

Lo revolucionario no es solo que el Papa accediera a este formato. Es que aceptó hablar sin filtros sobre temas que históricamente la Iglesia ha tratado con pinzas o directamente evitado: aborto, homosexualidad, feminismo, abusos eclesiásticos y salud mental. 

La lección magistral del silencio atento

Lo que más me impactó al ver este documental fue darme cuenta de que Francisco no estaba allí para adoctrinar, sino para aprender. Observarlo escuchar —con esa mirada atenta, esos silencios respetuosos, esa capacidad para no interrumpir incluso cuando le estaban cuestionando duramente— fue una lección más potente que cualquier encíclica.

«El Papa escucha, habla, es parte de una conversación, donde también es necesario el silencio atento», decía el material que me llegó sobre el documental. Y es verdad. En un mundo donde todos queremos tener la última palabra, donde las redes sociales premian al que grita más fuerte, ver a una de las figuras más poderosas del planeta dedicarse simplemente a escuchar tiene algo de revolucionario.

Hay una escena que no puedo sacar de mi cabeza: cuando uno de los jóvenes le habla sobre su experiencia como inmigrante musulmán, y Francisco, en vez de soltar una respuesta preparada, simplemente asiente y dice que no basta con tolerar e incluir, sino que hay que integrar. Ese momento condensa perfectamente lo que fue su pontificado: un intento constante de tender puentes donde otros veían solo abismos.

El papa que prefería equivocarse a quedarse inmóvil

«Prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma», dijo Francisco en algún momento. Y vaya que se mantuvo fiel a esa frase. Este documental es la prueba más clara de su disposición a arriesgarse, a exponerse a críticas, a mostrar una vulnerabilidad que rompe con siglos de distancia hierática entre el papado y los fieles comunes.

Los diez jóvenes seleccionados no eran precisamente los más dóciles o predecibles. Había quienes cuestionaban abiertamente los dogmas, quienes tenían heridas profundas por experiencias con la Iglesia, quienes buscaban respuestas difíciles. Y Francisco no se escondió. Se sentó ahí, con ellos, y les dio algo que muchos líderes nunca ofrecen: su tiempo y su atención sincera.

La fraternidad no es negociable

Una de las frases más potentes que dejó Francisco en el documental es que «jamás negociará la fraternidad». Y es que, si algo definió a este papa argentino, fue su capacidad para hacer sentir a todos —creyentes o no, católicos practicantes o alejados de la Iglesia— que había un lugar para ellos en su visión del mundo.

El documental de Évole y Sánchez logra capturar esa cualidad tan especial de Francisco: su horizontalidad. No hay púlpito ni trono aquí, solo una conversación entre seres humanos. Como dijo Sofía Fábregas, vicepresidenta de producción de Disney+ en España: «Que el papa Francisco se siente a dialogar con jóvenes que están en la periferia de la Iglesia católica con esta honestidad y cercanía le da un enorme valor a este especial».

Y yo añadiría: no solo le da valor al especial, sino que define el legado de este hombre que revolucionó el papado con gestos tan simples como lavarse las manos en una prisión, abrazar a un hombre con el rostro desfigurado o, en este caso, sentarse a escuchar sin juzgar.

Un documental que ahora es testamento

Con su partida, «Amén, Francisco responde» adquiere un nuevo significado. Ya no es solo un innovador ejercicio de comunicación o un experimento audaz. Es un testamento visual de lo que Francisco entendió mejor que muchos: que la verdadera autoridad no viene de los títulos o las vestiduras, sino de la capacidad de conectar genuinamente con los demás.

«Yo aprendí mucho de ustedes en este encuentro pastoral. Les agradezco el bien que me han hecho», les dijo Francisco a los jóvenes al final del encuentro. Esa humildad, esa disposición a reconocer que incluso el líder de una institución nacida hace más de 2000 años puede aprender de unos veinteañeros, es quizás el mayor legado que nos deja.

La foto sinodal que quedará para siempre

El documental fue descrito como una «foto sinodal», una imagen práctica de lo que significa la sinodalidad que tanto promovió Francisco. Y ahora que ya no está entre nosotros, esa imagen queda como testimonio de un papa que entendió que la Iglesia del siglo XXI no podía seguir funcionando como la del siglo XVI.

Para los creyentes, este documental muestra a un hombre de fe dispuesto a ampliar los límites de lo que significa ser Iglesia. Para los no creyentes, presenta a un líder mundial capaz de tender puentes imposibles. Y para todos, es un recordatorio de que el diálogo genuino —ese donde no solo hablas, sino que realmente escuchas— es el punto de partida para cualquier cambio significativo.

Si todavía no has visto Amén, Francisco responde, corre a Disney+ y dale play. Créeme que, seas del credo que seas, encontrarás en esos 80 minutos más sabiduría que en muchos tratados de filosofía. Y entenderás por qué la partida de este papa argentino deja un vacío tan difícil de llenar.

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