El día que me quedé ciego

Columnistas

Juan Eduardo Fernández “Juanette”

Nunca antes había experimentado tanto miedo. Sentir que abres los ojos lo más que puedes y sin embargo no es posible ver nada, aterra a cualquiera. Al final aprendí que no todo es como parece… o más bien como se ve.

Esto me ocurrió cuando era más joven, específicamente tenía 20 años y ese sábado había discutido otra vez con mi novia; creo que la razón fue que aún no sabía que no estaba bueno llevarle la contraria.

Tras la discusión, mi hermano me pidió que lo acompañara al campo, a una casa que papá tenía en los Valles del Tuy, en el centro norte de Venezuela, para pasar el fin de semana, y también el mal trago de aquel desacuerdo con mi novia de entonces.

Fue así como subimos al auto de mi papá, un Ford Conquistador (el auto, no mi papá). A medio camino paramos en una licorería y luego tomamos la autopista rumbo a los Valles del Tuy (al sur de Caracas).

En el trayecto me vi obligado a tomar algo para calentarme. Ese día había llovido y el clima era super frío. Entonces, si darme cuenta, “me bajé” la primera botella.

Cuando ya habían transcurrido unos 40 minutos de camino, paramos a comer, y fue justo en ese momento que me comenzó a fallar la vista.

Hablaba con mi cuñado al pie del camino (creo que le preguntaba por qué su hermana era tan complicada) y creí ver un muro, pero cuando fui a apoyarme en él me di cuenta de que era un espejismo. Ahí noté que definitivamente me estaba quedando ciego. Me levanté. Y, ayudado por mi cuñado, me metí o más bien me metieron en el auto.

Recuerdo que el Conquistador año 89 comenzó a avanzar, y que solo escuchaba las voces de mi hermano, mi cuñado, un primo… también de fondo había música. Creo que era salsa, merengue o Soda Stereo; bueno, la verdad no me acuerdo, pero puedo dar fe de que reguetón no era, pues gracias a Dios aún no lo habían inventado.

Bueno, volviendo a la historia, comencé a abrir los ojos y veía todo negro. Los trataba de abrir lo más que podía, pero era inútil. Solo gritaba “¡me quedé ciego, me quedé ciego!”, pero no me oían.

Afortunadamente recuperé la visión cuando llegamos a casa de papá. Pero ¿cómo me había quedado ciego? Resulta que cuando mi cuñado y mis primos me metieron en el carro (sí, cuando me caí tratando de apoyarme en el muro imaginario), me acostaron en el piso del Conquistador, y mi cara quedó bajo el asiento. Por eso, cuando abría los ojos lo único que veía era oscuridad.

De aquel episodio de juventud me quedaron dos enseñanzas:

1. Cuando bebas no manejes (aclaro que mi hermano, que era quien manejaba, no bebió; pero se rio mucho con los que sí lo hicimos).

2. Cuando montes a alguien en el carro, asegúrate de que su cara no quede bajo el asiento del conductor, pues eso le podría generar fallas de visión.