Johan López
Universidad Nacional de la Patagonia Austral-Argentina
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo,
Karl Marx (1845), Tesis sobre Feuerbach
pero de lo que se trata es de transformarlo” (Tesis 11)
La famosa tesis 11 del joven Marx es, a todas luces, un texto que no soportó el peso de tiempo. El propio Marx, su pensamiento filosófico, político y económico incidió de forma decisiva en el siglo XIX, XX y sigue, para algunos, teniendo una incidencia definitiva en pleno siglo XXI.
Es decir, Marx fue un filósofo que no sólo se encargó de interpretar el mundo en “actitud contemplativa”; en nombre de sus doctrinas y postulados, no han sido pocos los que han intentado cambiar el orden de cosas en la sociedad posindustrial. “(…) no es verdad que los filósofos se hayan dedicado a contemplar el mundo sin que su reflexión haya tenido algún impacto en la transformación del mundo” (De Sousa Santos, 2018. Disponible en: http://archivosagenda.org/es/la-nueva-tesis-11). El propio De Sousa Santos, como muchos otros (la lista es inmensa), ha sido profundamente impactados por las ideas de Marx y Engels.
En relación con lo anterior, huelga decir que las ideas de Aristóteles y Platón tuvieron una influencia decisiva en la constitución de Occidente. Con la frase de marras, entiendo que el joven Marx (tenía 27 años al momento de escribir Tesis sobre Feuerbach) se refería a un tipo de doctrina filosófica conservadora del orden de cosas en momentos de la Revolución Industrial.
Pero los filósofos, sus ideas y doctrinas, en modo alguno se quedaron en el circunloquio intelectual de un pensamiento estéril e inocuo. Los filósofos no se quedaron en la contemplación inerme, pensando en el sexo de los ángeles. Buena parte de esas concepciones de mundo forjaron sociedades, sistemas políticos y económicos.
Ahora bien, todo sistema de pensamiento a partir del cual se estructure la acción política, económica y social; siempre va a estar sometido al escrutinio y deliberación de otras concepciones y sistemas de ideas. En cuanto aparece un pensamiento que da sentido a un momento de la historia o a ciertas y determinadas situaciones socioeconómicas o culturales; emergen nuevos sistemas de ideas, renovadas formulaciones que salen al contraste. Siempre habrá quienes crean que pueden entender e interpretar mejor el mundo sociopolítico, económico o cultural. Todo Adam Smith tendrá a su Karl Marx. La rueda dialéctica no parará.
Pensar críticamente implica colocarse en el epicentro de algunas disputas. Implica tomar partido; inclinarse, en algún sentido (a veces más, a veces menos) por las tentativas dicotómicas más representativas de fines del siglo XIX, todo el XX y lo que va del siglo XXI. Intentar escapar de la tentativa dicotomizadora es un desafío en sí mismo: “Quien dice que no es ni de derecha ni de izquierda, es de derecha” decía Rosa de Luxemburgo, una que no se andaba con rodeos al momento de marcar límites entre el bien y el mal (leer las cursivas, por favor). La gran pregunta sería: ¿Es posible el pensamiento crítico si éste viene guionado por el espíritu dicotómico, por uno u otro eje de pensamiento y/o visiones de mundo? La pregunta nos coloca en una posición, cuando menos, de alerta.
Escribo lo anterior y, de pronto, un fantasmita interior me dicta—susurrante—una moralina, algo así como un deber ser que resuena a lo lejos. ¿Será que, en el fondo, estoy temeroso de la etiqueta? ¿Será que no puedo sacudirme ese sentido del deber? De una vez me preparo para el “disparo de nieve” y “la palabra precisa” y aleccionadora (algo moral que se me viene encima).
El fantasmita me indica la dicotomía esencial y definitiva; no hay escapatoria, los apolíneos y rectilíneos (de uno y otro lado) te caerán encima con su metralla de calificativos. Habrá que volver a insistir: ¿Es posible pensar críticamente fuera de esos marcos cuadrados y tiesos? Cuesta, cuesta un montón.
Me gusta imaginar que el pensamiento crítico es bastante más que una posición de contraste, combate y ruptura en contra de unos saberes y prácticas políticas, económicas y sociales consagradas y consagrables. Eso que, por ejemplo, hace Alain Badiou cuando habla de la democracia liberal en términos de emblema.
Claro que hay que debatir, rebatir y criticar hasta el hueso los elementos gnoseológicos, filosóficos y epistemológicos que operan a lo interno del significante democracia (las palabras no son neutras solía sostener Rigoberto Lanz).
No obstante, la actitud contestataria y radical (en el sentido rizomático del término) inherente al pensamiento crítico no puede ser monocorde, así como tampoco puede justificar tropelías y atropellos en nombre de ciertas causas.
Coincido en la necesidad de poner en cuestión y revisar críticamente la noción de democracia. Pero esa revisión crítica no debe propender a la clausura paradigmática de esa idea-fuerza por otras ideas-fuerzas que intentan visibilizar y, muchas veces, sobredimensionar (con cierta actitud “superadora”) otros sistemas políticos-sociales distintos al sistema político más importante y representativo de Occidente. ¿Hay que revisar críticamente la democracia occidental? Desde luego que sí. Incluso, hay que hacerlo desde perspectivas deconstructivistas. Lo que no se puede hacer—así, sin más— es pretender salirse del marco epocal-civilizatorio y epistemológico en el que nos tocó nacer; desconocer la tradición y la contingencia, los modos y modelos mentales de los que somos legatarios.
¿Cuál y dónde está ese otro sistema político-social distinto (y distante) al democrático para quienes nacimos y vivimos en Occidente? Entiendo esa posición crítica de Badiou respecto a la democracia como “emblema” y la necesidad de pensar otros sistemas y otros marcos político-sociales y económicos. Sin embargo, es necesario que el filósofo francés nos señale cuáles son esas coordenadas epistemológicas y civilizatorias otras a ser emuladas en esta parte del mundo. Ser críticos con el sistema es importante y necesario. No obstante, no se puede ir por la vida “lanzando una moneda al aire” de las buenas y nobles intenciones. Por muy bien formulados que estén ciertos razonamientos y críticas al sistema político-social de Occidente, ello no implica, de suyo, que habrá reconfiguraciones sustantivas en el sistema-mundo. Muchas de esas propuestas no superan la consigna animosa, pululan allí, por lo general, ciertos ideales difusos y desiderativos; éstos no determinan nada, no crean nuevas relaciones de fuerza y marcos civilizatorios distintos.
SE ALQUILA PLUMA Y PENSAMIENTO
Hitler fue un sátrapa, pero también lo fueron Stalin, Leopoldo II, Pol Pot o Kim Il Sung. La causa, la militancia misma, no puede hacerse “la desentendida” ante sus propios demonios. Voy a lo puntual: si quienes enarbolan el pensamiento crítico no son capaces de cubrir y atender con sus formulaciones y razonamientos un radio de acción lo suficientemente amplio como para ver qué desviaciones y sinsentidos pasan dentro de las causas que abrazan, entonces eso deja de ser pensamiento crítico y se asemeja mucho a una fantochada con buena ortografía (a veces, no siempre).
Cuando el intelectual trata de justificar tropelías, sinsentidos y desvaríos de su causa; termina por abandona su función; el pensamiento cede sus dominios al sentir militante o, tanto peor, al sentir crematístico (money rules).
Cuando pasa así, cuando el intelectual ya viene guionado por la causa (aquello que defiende a rajatabla), en dos líneas de su prosa ya se advierte por dónde viene el tiro. Eso, en principio, no está mal; hay quienes legítimamente muestran su corazoncito, la adherencia a tal o cual sistema de ideas. Pero de allí no se puede pasar, sin más, a hacerse cómplice de abusos, desmesuras de todo tipo y orden por la defensa de algunos sistemas políticos, económicos o sociales provenientes de ciertas nomenklaturas. Irrita leer, cuando menos, a intelectuales que van de frente al combate de las ideas (eso no está mal), a la defensa de proyectos civilizatorios e ideales; pero que, muchas veces, no se detienen a mirar la viga en el ojo propio.
Hay intelectuales que van por ahí alquilando la pluma; gente de ralea cuestionable que vende sus ideas; muchas veces la operación consiste en funcionalizar sus planteamientos en favor de causas que son nobles en sí mismas. He visto intelectuales así llenándose los bolsillos en nombre de ciertos ideales o sistemas político-sociales. Muchas de esas causas, nobles y legítimas, termina admitiendo dentro de sus lógicas a gente que sabe sacar rédito; intelectuales que sacan ventaja de sus ideas y operan como explicadores y analistas de la causa.
Allí donde la causa es justa y valiosa, éstos ven la oportunidad de luchar y lucrar; lo segundo (lucrar) no está reñido con lo primero (luchar) para estos adalides de la causa. Cuando sucede así, inevitablemente debo volver sobre Lanz y una sentencia lapidaria para estos casos: estamos en presencia de la ideología oportunista.
También hay intelectuales auténticos que no están pendientes de buscar fama y fortuna con sus ideas. Son militantes, a pie juntillas, de una causa y no sacan provecho de su militancia. Ponen al servicio de la causa sus ideas; no esperan mayor cosa a cambio.
AUGE Y CAÍDA
El ritmo monocorde de ciertos intelectuales críticos no se detiene. Algunos están tan “fijados” a su papel que, a veces, pueden ser presa de lo que profesan y defienden a viva voz y a los cuatro vientos. El caso de Íñigo Errejón es emblemático en ese sentido. Errejón aparecía, allá en 2013 más o menos, como una de las figuras políticas más rutilantes e interesantes de España. Joven, inteligente, locuaz, altivo. Junto a Pablo Iglesias irrumpieron en la escena política ibérica con mucha potencia y con un futuro que prometía perderse de vista. Se caracterizaba por sus posturas antisistema y por una profunda vinculación a las ideas populistas del sociólogo argentino Ernesto Laclau. Además de ello, fue un acérrimo y (muy) público defensor de las causas feministas y del colectivo LGBTQ+.
Pero Errejón, el feminista militante y consistente, fue denunciado por presunto acoso sexual por parte de la actriz y presentadora Elisa Mouliaá; aunque la periodista Cristina Fallarás, semanas antes de la denuncia formalizada por Mouliaá, refirió el caso de una joven quien señaló que había sufrido presuntos vejámenes por parte de “un político muy conocido de Madrid”. Las denuncias por las redes ya tenían algún tiempo. Pero nadie señaló, puntualmente, al expodemista Errejón.
El caso es que Errejón, el feminista, termina siendo denunciado por acoso sexual. Poco tiempo después de destaparse el escándalo, el líder de MAS MADRID dimite a su cargo en el Congreso de los Diputados y se retira de la política.
No sé en qué parará la denuncia en contra de Errejón, pero, de seguro, no saldrá ileso de toda la vorágine que se ha desatado.
Errejón es un hijo dilecto del pensamiento crítico español de la última década. Ahora su prestigio se verá desdibujado (algo similar ocurrió con Boaventura de Sousa Santos y Pedro Brieger). No temo señalarlo: sus ideas perderán eficacia en el “mercado intelectual”. Ese es un asunto del cual también habría que discutir algún día. Pero en mi cabeza no dejan de rebotar algunas preguntas provocadoras: ¿Por qué las ideas y conceptos de estos intelectuales pueden perder su eficacia en el “mercado intelectual”? ¿Es verdad que se pierden o algunos prefieren simular que, en efecto, esas ideas y conceptos se desvanecen en el aire? ¿Hasta qué punto es cierto lo anterior?
En suma, un intelectual que abrace el pensamiento crítico debería ser capaz de ampliar sus propios horizontes para así ser capaz de mirar a su alrededor y criticar lo que haya que criticar. Desde luego que pensar así, aspirando a decir con libertad, es un desafío importante en la vida de una persona.
No solemos soportar el peso del pensamiento que va tras la Verdad. Hay quienes lo hacen, quienes piensan sin miramientos (bueno, con cierto margen); saben a qué atenerse.
Finalizo con esta puntillosa respuesta de Beatriz Sarlo cuando se le preguntó qué era ser inteligente: “Bueno, quizás alguien que contemple siempre la capacidad de contradecir sus propias convicciones, es decir, que ponga en cuestión la seguridad con que afirma, o ponga en cuestión la seguridad con que niega”. En la respuesta de Sarlo no observo la pretensión de “las palabras correctas”; más bien veo la necesidad de la búsqueda para mejorar los argumentos, para construir verdades provisorias. Sarlo lo sabía muy bien, por eso fue una inclasificable (alguien quien, a ratos, superó la dicotomía). Su pensamiento no se construyó consagrando verdades monolíticas, sino en los idas y vueltas de quien está en la búsqueda de pensar por cabeza propia, construir su autonomía más vital y profunda.