La democracia según el Chavismo II

Fecha:

(LECCIONES DE UNA AUTOCRACIA EN DECADENCIA)

Johan Manuel Lopez

Algunos analistas han indicado que Maduro intenta copiar el “Modelo Ortega-Murillo”. No estoy de acuerdo. Ya el chavismo, desde 2005 en adelante, había propiciado un modelo de ajuste a las instituciones democráticas. Ortega y Murillo aún no habían llegado al poder por segunda vez (esto sucede en 2007). De tal manera que, más bien, habría que decir que Ortega copia el modelo chavista que, a su vez, copió a la Cuba fidelista (no fue una copia punto a punto porque, después de todo, Cuba es un régimen de partido único, o sea, una dictadura a cielo abierto). Con el paso del tiempo, el chavismo no disimula su talente autocrático; las condiciones de vida en Venezuela se han hecho insoportables, por un lado, pero también (y por irónico que parezca), existe una especie de resignación instalada; claro, el chavismo ha cortado los circuitos democráticos, ha invalidado, por la vía de los hechos, el decurso de la democracia. 

En 2017, luego de un largo expediente de atropellos y abusos a la democracia, el chavismo se armó una Asamblea Nacional Constituyente (ANC), mamarracho jurídico-legislativo que solamente operó como ariete para limpiarle el camino a Maduro y sus secuaces. Esta ANC, no sólo destituyó a la fiscal del chavismo (esta mujer comenzó a colocar objeciones y reparos a las bajadas de líneas provenientes de Miraflores, luego de ser una funcionaria absolutamente obsecuente con Chávez y el propio Maduro), inhabilitar políticos opositores y desconocer la voluntad popular en las elecciones para gobernadores de 2017 (hablamos del gobernador electo del estado Zulia, Juan Pablo Guanipa); no, la ANC de Maduro (la que se suponía debía redactar una nueva Constitución), además de los atropellos antes señalados, este adefesio jurídico-legislativo convocó por adelantado los comicios presidenciales del año 2018 (el Consejo Nacional Electoral es el único órgano que puede hacer este tipo de llamados que, además, están pautados en la Constitución, por lo que tampoco podría adelantarlos tan fácilmente). Para hacer el cuento corto: Maduro inhabilitó candidatos, otros se fueron al exilio y otros estaban tras las rejas (a la fecha, hay más de 260 presos políticos en el país). Maduro y su cúpula se confeccionó una elección en la que era imposible que ganara otro candidato distinto a él. Pero no sólo se confeccionó una elección, que ya es decir demasiado, sino que también se confeccionó un “adversario” que garantizara que eso que allí ocurría pareciera (diera la impresión de) una elección. Era claro que, bajo esas condiciones, el chavismo jamás iba a perder la elección presidencial, la gran joya de la corona. 

La democracia chavista es así, ya sabemos. En esta democracia intervenida, el propio presidente se encarga de amenazar sin miramientos: “ganaremos (la elección) como sea” (a propósito de la írrita, ilegal e ilegítima elección presidencial de 2018). Es decir, no sólo se confeccionó su marco electoral y a sus “contendores”, sino que vociferaba a todo gañote que ganaría como sea; una actitud amenazante tenía, por igual y con tonos similares, el ministro de la defensa, Vladimir Padrino López y Diosdado Cabello, segundo del chavismo. De tal forma que, y teniendo en cuenta lo referido (se pudieran señalar un montón de desafueros y arbitrariedades de todo orden y tipo) decir que Maduro es ilegal e ilegítimo no es una especie de mantra que repiten los oligarcas, los empresarios, EEUU o la UE; es una realidad palmaria y objetiva. 

Maduro escogió: entre que lo llamen ilegal e ilegítimo, no tener reconocimiento por parte del mundo democrático o atornillarse en el poder “como sea”, el chavismo lo ha dejado claro: se queda en el poder “como sea” o, como dijo en julio de 2020 el ministro de defensa del chavismo, Padrino López, cito: «mientras exista una fuerza armada como la que hoy tenemos, antiimperialista, revolucionaria y bolivariana nunca podrán ejercer el poder político en Venezuela”. El chavismo, como se puede observar, es coherente en sus acciones antidemocráticas: no sólo se ajusta las instituciones a su favor, sino que sus principales jerarcas lo dicen a viva voz, sin ocultar nada. 

No deja de ser interesante que este tipo de acciones contrarias al orden democrático más elemental no merezcan la atención y el repudio de algunos gobiernos democráticos de la región. Hace unas semanas, Lula señalaba que se habían construido “narrativas” (tendenciosas y negativas) alrededor de Venezuela. Hace un par de días, en la misma línea de Lula, Alberto Fernández decía que la “migración venezolana se debe a las sanciones”. Cualquier desprevenido pudiera creer que eso es así. Lula, por una parte, tendrá que recoger sus palabras, porque lo que vemos en Venezuela no es “narrativa”. Lula dijo “narrativa” y unas semanas después, Maduro y su régimen despótico le da, una vez más, un zarpazo a la democracia: inhabilita a una posible candidata presidencial. Pero lo que Lula parece no estar viendo es que no se está inhabilitando a una candidata únicamente, sino que el chavismo tiene varios lustros inhabilitando la democracia venezolana. 

Por su parte, el presidente Fernández, de forma (algo) aviesa miente: las sanciones no son la causa de la diáspora venezolana, es el chavismo que tiene veinticuatro años haciendo puré las instituciones democráticas, poniéndolas a jugar a su favor; destruyendo el aparato productivo, desmantelando la industria petrolera, reprimiendo a los que disienten y protestan legítimamente, limitando la libertad de pensar y decir distinto al coro monocorde del poder despótico instalado en Miraflores desde hace casi cinco lustros.  En todo esto, uno no deja de interrogarse: ¿Por qué Lula y Fernández no hacen visitas oficiales a ese país tan “bloqueado” y al que se le construyen tantas y diversas “narrativas” negativas? Dentro de unos meses, Fernández dejará la Casa Rosada, en cuatro años nunca pisó Venezuela (la denostada y sancionada), siendo que es un Gobierno alineado con el kirchnerismo. ¿Por qué no visita al “pobrecito” de Maduro? Alberto se va y no vuelve más. En su gestión no pisó Caracas, tampoco invitó a Maduro a Buenos Aires. ¿Qué raro, no? 

En todo esto, lo que más irrita es el cinismo de estos presidentes al decir cosas como: “Los problemas de los venezolanos tienen que resolverlos los venezolanos”. Esto sería factible si, en efecto, las instituciones democráticas fueran imparciales, si el Estado de derecho fuese una realidad en el país. ¿Acaso no saben Fernández y Lula quién es el fiscal general de la república? ¿No sabe de las actuaciones de Tribunal Supremo de Justicia? ¿No se enteraron estos presidentes de quién es el contralor general de la república? ¿No leyeron las declaraciones en vivo de Padrino López o Diosdado Cabellos (o las del propio Maduro) diciendo que la oposición no ganará elecciones ni por las buenas ni por las malas (Diosdado dixit)? Estos dichos antidemocráticos de los jerarcas del chavismo, ni la ilegitimidad e ilegalidad (real, objetiva y comprobable) de Maduro llaman la atención de la dupla Lula/Fernández. Algo pasa con esa izquierda: se hace “la Shakira” (sorda, ciega y muda) ante los desafueros y atropellos de tiranuelos como Maduro u Ortega. Decir eso así, sin más: “Los problemas de los venezolanos tienen que resolverlos los venezolanos”, es equivalente a decir: “Los problemas de los cubanos o norcoreanos tienen que resolverlos ellos mismo”. El cinismo se explica solo. 

La verdadera narrativa es que en Venezuela hay un régimen despótico y autoritario. Eso no es un relato; no se trata de una construcción semántica y simbólica construida desde la mediática tradicional o de nuevo cuño; lo cual no deja de lado los intereses geopolíticos en torno a Venezuela, cosa cierta. No obstante, no se trata de una narrativa de ficción, sino de una narrativa que da cuenta del expolio, la frustración, el atropello, la vileza de un Gobierno que con su accionar ha despojado a la inmensa mayoría de su dignidad más elemental: la de tener un país con instituciones que respondan a los intereses de las mayorías y no de facciones y cúpulas corruptas. 

Maduro se ha encargado, él solito (junto a sus secuaces) de echarse encima el lodo que el mismo fue haciendo. La defensa que algunos presidentes hacen de él, no deja de ser un gesto bufo y, en buena medida, infame; principalmente porque detrás de esas declaraciones sin sentido de responsabilidad (sin poner atención a la ética del decir del gobernante), hay historias muy fuertes de dolor y destrucción; historias que se multiplican por millones. Hablo de historias (no ficciones) que cambiaron la faz de un país que sufre y llora por la pérdida de sus libertades más elementales como el voto, la libertad de estar en desacuerdo con un Gobierno tan nefasto y el derecho humano (como decía Galeano) a la indignación.   

Ahora bien, el chavismo se ve en la necesidad de recurrir a cualquier artimaña con tal de mantener al poder. La única forma de hacerlo es atropellando, coartando libertades, cometiendo delitos contra la democracia y sus instituciones. La tiene clara. En la disyuntiva esencial, cuando le toque hacer balance entre hacer elecciones libres y democráticas (lo cual significaría su derrota en el terreno que más le dolería) y mantenerse en el poder “como sea”, optará—sin miramientos de ningún tipo— por mantenerse en el Gobierno pasando por encima de todas las normas y preceptos más básicos de la democracia. Si tiene que meter a los opositores a su Gobierno en la cárcel, no le temblará el pulso y lo hará, cual Ortega en Nicaragua. 

Finalmente, algo debe quedar claro para las futuras caracterizaciones del chavismo: es un movimiento político gubernamental. Fuera del Gobierno, el chavismo sabe que su existencia será finita, de vuelo corto; la pregunta es: ¿Los jerarcas del chavismo estarán dispuestos a poner sus fortunas para tratar de levantar un movimiento que se “auto suicidó”, que se hizo su propio ataúd y sepultura? No veo a Diosdado, ni a los Tarek (el fiscal y el ex ministro), ni a Cilia o a Maduro ponerse a trabajar con las bases y, con su propio dinero, mantener el nivel de clientelismo, proselitismo y propaganda que hacen ahora (y desde siempre) con la plata de todos los venezolanos. Es posible que exista un chavismo de base (a estas alturas no lo puedo asegurar), el asunto es ver quién (o qué parte del chavismo) podrá rearmar a un movimiento que está en franca decadencia, so pena de mantener, por ahora, el poder político en Venezuela. 

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