Votar para subvertir y refundar

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Johan López

Autores como Norberto Bobbio y Alain Badiou han sido críticos con la noción, y sobre todo, las prácticas democráticas en Occidente. El primero desde una posición más liberal, mientras que el segundo planta su crítica desde una perspectiva más cercana a la izquierda marxista. Para este último, es la condición de “emblema” la que le otorga a la democracia su “carácter sacramental” e indiscutible.

Cualquier reforma o cambio a la democracia debe hacerse bajo sus propios marcos. A la democracia se la puede discutir, incluso cuestionar. 

El autor galo deja entrever que prima la imposibilidad de rebatir y criticar a la democracia, dado que se efectúa dentro del eje constitutivo moderno-occidental; que desde esa perspectiva, toda discusión por transforma a la democracia conduce a la esterilidad. La posición de Bobbio es menos radical. Plantea, grosso modo, una reestructuración de la democracia liberal para que sea más directa y participativa. 

Las críticas a la democracia son muchas y disímiles. Sin embargo, acá debo coincidir con Churchill y su ya famosa frase: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. Es preferible una imperfecta democracia que una teocracia, un califato, sultanato o monarquía. Sí, es cierto, hay un montón de cosas que criticarles a los modelos democráticos occidentales. Por ejemplo, el sentido de participación política en la democracia liberal está en relación directa con el voto. Creo que deben existir, siempre dentro del marco democrático, mecanismos que incentiven otro tipo de participación más allá del voto. 

Me gustaría que la gente sea capaz de deliberar, cuestionar y discutir los asuntos de la comunidad política y que eso tenga vinculación con las tomas de decisiones gubernamentales. Que el padecimiento de los más vulnerados, por decir un ejemplo, se escuche y se haga política pública.

Es necesario, ciertamente, que existan escenarios reales donde los “sujetos de a pie” podamos tomar la palabra y discutir-nos como sociedad; pensar-nos desde diferentes voces y posicionamientos en aras del mejor destino común.

Desde luego, un modelo democrático así reconfiguraría todo el estamento democrático liberal centrado—en cuanto a la participación política se trata— en el voto. Pero bien valdría la pena el intento de revisar algunas prácticas  y—por qué no— algunos de sus fundamentos.  

Ahora bien, habría que decir que la democracia chavista tiene sus perversiones particulares. Por un lado, hay un modelo democrático, como viene señalando Andreas Schedler (2004), al que denominó como democracia electoral. En este modelo hay “excesos” de votaciones. En este paradigma democrático se promueve el voto y se lo cuidad con mucho celo; eso sí, en la medida en que la contienda electoral sea absolutamente favorable al Partido-Gobierno-Estado. Toda la institucionalidad democrática venezolana está alineada y articulada a los intereses de esa estructura tripartita. 

De resto, cuando la coalición dominante (Partido-Gobierno-Estado) sabe que hay una elección competitiva en la que sus posibilidades de ganar se ven disminuidas, entonces no dudará en poner a funcionar su estructura de poder. Justo allí, cuando ve que sus intereses se ven amenazados por un proceso electoral competitivo, entonces el mecanismo electoral no resulta conveniente, termina siendo algo malo; se cuestiona al “modelo burgués-liberal” de las elecciones. En esos momentos específicos (sin tener el voto de las mayorías), decir elección es una mala palabra. Es lo que se viene viendo en la campaña electoral de cara a la elección del domingo 28 de julio. Claro, esas tropelías, atropellos, ventajismos electorales, uso indiscriminado de los recursos públicos, entre otros; se aplican en contra de la opción opositora REALMENTE antagónica: Edmundo González/María Corina Machado/Mesa de la Unidad democrática. 

Pero el modelo de democracia que más se acerca a la caracterización del chavismo la presenta  Fareed Zakaria (1997) cuando acuña la noción de democracia iliberal.

Ésta consiste en el desmontaje sistemático y deliberado de todo el andamiaje democrático-republicano por parte de la coalición político gubernamental. Pero decir desmontaje no implica, únicamente, romper con las instituciones tradicionales de la democracia liberal; el mecanismo iliberal es más sofisticado: mantiene todas y cada una de las instituciones del Estado (incluso, puede crear otras para fortalecer—irónico, no— la democracia) pero con un detalle sustantivo: toda la estructura estatal-republicana respondería (incluyendo a los nuevos mecanismos de participación y protagonismo democrático) a los designios del hegemón instalado en el poder gubernamental. Algunas de las Democracias iliberales más emblemáticas son Rusia, Nicaragua, Bielorrusia y Venezuela.  

Si leemos los procesos políticos venezolanos de los últimos veinticinco años desde el prisma de la democracia iliberal, podemos señalar que las estructura de profundización (en apariencia) de la democracia como los consejos comunales (CC), terminan siendo instrumentos para perpetuar la el esquema tripartito Partido-Gobierno-Estado. Los CC son instrumentalizados con fines electorales más que con fines tendientes a la profundización de la democracia. Es así como, por ejemplo, esas estructuras del (supuesto) poder popular terminan organizando concentraciones en favor del chavismo, coordinando a los comandos electorales, entre otras funciones que tienden a reproducir las prácticas, fines y principios del hegemón gubernamental. 

Ahora bien, me queda claro que la participación política en las democracias no debe reducirse al hecho electoral y al voto como mecanismo de participación política. Sin embargo, y centrándonos en la elección presidencial del 28 de julio, es necesario—diría URGENTE— que la mayor cantidad de venezolanos vote. Y no sólo que vote, sino que elija a Edmundo González Urrutia. Esto lo señalo sin miramientos de ningún tipo. El país necesita un viraje inaplazable, uno que nos devuelva a una institucionalidad perdida tras más de veinticinco años de Gobierno chavista. 

Las razones son muchas. Voy a exponer tres de manera muy breve. 

1.- La necesaria reinstitucionalización del país. Una de las primeras medidas que debería tomar un eventual nuevo Gobierno se relaciona con la liberación de los presos políticos y la enmienda puntual del artículo 230 constitucional (el que se refiere a la reelección indefinida). Debe avanzar en una reforma del Estado para tratar de desburocratizarlo y, principalmente, profesionalizarlo; asimismo, debe procurar el desmontaje de  las lógicas y estructuras clientelares y partidarias. La reinstitucionalización implica la búsqueda de un nuevo pacto social con garantías políticas para todos los actores; eso sí: respetando las reglas del juego democrático. La paz y el sosiego que merecemos los venezolanos sólo puede alcanzarse si hay normas, procedimientos e instituciones republicanas que actúen conforme al equilibrio de poderes. 

2.- Necesitamos volver a tener relaciones internacionales sanas, bajo un esquema ganar-ganar. De quedarse Maduro en el poder, esas relaciones no se podrán realizar. El Gobierno de Maduro redujo a Venezuela a una condición de país paria. Sería casi distópico (permítanme la expresión) un tercer mandato de Maduro, sobre todo si se sostiene sobre la base de la arbitrariedad, el atropello y, fundamentalmente, el desconocimiento a la voluntad popular expresada en el voto este 28 de julio. Con un nuevo Gobierno, las relaciones comerciales y financieras deben abrirse. Volver a tener relaciones, incluso afianzarlas, con socios tradicionales. Así como la apertura a nuevos mercados como Singapur, Japón, Malasia, Noruega, Finlandia, Nueva Zelanda, Australia, entre otros. 

3.- A más largo plazo, debería implementarse un modelo económico-productivo eficiente y competitivo. Para lo cual, habría que incrementar la producción petrolera (es nuestra matriz económica más importante, no saldremos de esa lógica rentística tan rápido). El modelo debe atraer inversiones extranjeras que se ajusten a regulaciones nacionales que auspicien la inversión con garantías. 

Este modelo económico debe inscribirse en una suerte de racionalidad tecno-instrumental solidaria y con vocación equitativa. Es decir, que la lógica económico-productiva se articule con las necesidades de los más vulnerados sin que ello implique la baja de la producción y la eficiencia de las inversiones públicas y privadas. 

El modelo económico-productivo debe propiciar la transformación de la materia prima para buscar valor agregado. Hay que salir del esquema de primarización económica. También es necesario devolverle la autonomía al Banco Central de Venezuela para evitar la emisión de dinero inorgánico.

Lo anterior lo planteo con el ánimo de aportar a una mejor lectura del país. Un país que necesita salir a votar masivamente como expresión no sólo de la democracia liberal, sino como expresión de repudio, encono, rabia, bronca. El voto, entonces, viene a ser un catalizador de todas esas pasiones profundas en contra del peor Gobierno de nuestra historia republicana. Inquiero: ¿Por qué no puede el voto ser expresión de hastío y, en alguna medida, de vendetta en contra de un Gobierno que conculcó derechos elementales como el derecho al abrazo entre seres queridos que estamos fuera del país? 

Este voto decide que vuelvan, o no, los abrazos, la camaradería, la familia desarticulada. Este voto no va a reponer a los muertos ni el tiempo perdido, pero nos puede servir de lección histórica. Esta votación es la forma subversiva institucional de decirle basta al chavismo. El chavismo gubernamental, en su hora menguada, tendrá que reinventarse y convertirse en un  actor político serio y republicano. 

En definitiva, en un eventual nuevo Gobierno poschavista es necesario reconfigurar ciertas cosas para no volver a cometer los errores del pasado. Los Chávez y los Maduros no llegaron del Marte. El mensaje es claro: no repetir errores del pasado, tomar lo que haya que tomar de ese pasado, y reinventar un país. Las lecciones más trascendentales se aprenden, para retomar a Churchill, con sangre, sudor y lágrimas. Desde allí, desde el dolor, también se puede comenzar, como bien señala el poeta Pedro Ostti. 

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