Yo y la Señora Jones

Columnistas

Ramón Velásquez Gil

Ciertamente, serían las seis y treinta de la mañana cuando entré a ese café ubicado en el centro de la ciudad de Miami. Iba rumbo al trabajo y todavía me sentía un poco adormilado, por lo cual decidí pararme allí a tomar un buen café que me despertase.

Llegue ante la chica de la caja e hice mi solicitud de un café americano; muy semejante a nuestro popular “guayoyo”.

Ordené y me dispuse esperar a que estuviese listo mi animoso brebaje cuando al voltear la vista, pude observar de reojo a una dama que, no sé por cuál razón, me hizo sentir un ligero e imperceptible interés.

Estaba sentada sola y degustaba un cachito, o algo parecido, junto con una taza de café que delicadamente sostenía con su mano izquierda, por lo que yo, estúpidamente, lo único que pensé en ese momento, es que era zurda.  Si pude notar o creí notar, que ella también me había percibido de reojo.

Entonces me llamaron por mi café, lo recogí y, como en piloto automático, sin llevar yo el timón, fui a parar a la mesa que estaba al lado de la de ella.

Ahora, cómodamente sentado, pude igualmente de reojo, detallar a la elegante dama. Era una mujer ya entrada en años, entre cincuenta y sesenta años. Muy conservada y arreglada con algo de elegancia. De piel blanca y con unos ojos claros que denotaban inteligencia.  Se veía una mujer aún bonita y con clase.

Me temblaba un poco el pulso, pero no pude evitar verla y ella, instintivamente, volteó hacia mi en el mismo momento.

A ninguna mujer se le pasa por alto cuando un hombre está interesado en ella. Bueno, no hicieron falta palabras.

Cruzamos miradas y sus ojos me dijeron que podía acompañarla en su mesa.

¿Qué pasó? No lo sé. Pero lo cierto es que ambos, quienes no éramos ningunos adolescentes, sin embargo, parecía que estábamos actuando como tales.

Inicié la conversación con preguntas triviales: Su nombre era Astrid Jones y hablaba un perfecto español aunque no era su idioma natal.  Su trabajo como contadora de una empresa, quedaba cerca de mi trabajo y acostumbraba pararse allí en ese café a desayunar. Me comentó.

El café era un lugar muy agradable y, con un detalle especial: había una especie de rockola donde podías poner música.

En el momento en que nos conocimos sonaba una bonita canción en la rockola y me comentó ella que le gustaba esa canción.

No puedo decir que cupido estaba presente, pues sería algo cursi entre personas de edad, pero si estaba por allí rondando. Quizá.

Hablamos sobre nosotros un rato en el cual no nos dimos cuenta del tiempo qué pasó. Y descubrimos que ambos éramos casados, pero no nos importó mucho pues nos sentíamos bien el uno con el otro.

De repente, recordamos que teníamos que trabajar y ya estábamos con una hora de retraso. Tendríamos que inventar una excusa.

Al levantarnos de la mesa para irnos, ambos sentimos como una triste despedida, no obstante que nos habíamos jurado encontrarnos al día siguiente a la misma hora y en el mismo café.

Por la noche no dormí bien pensando en lo incorrecto de la situación pues ambos teníamos obligaciones de hogar. Sin embargo al levantarme, solo pensaba en estar a las  seis y media en ese café.

Llegué un poco antes pero ya ella estaba allí, en la misma mesa y oyendo la misma canción.

Nos saludamos con un beso en la mejilla y pedimos nuestros cafés. Ella me esperaba para pedir el suyo.

Hablamos entonces de nuestras cosas hasta que llegó la hora de irnos y salimos tomados de la mano.

Ya en la calle, teníamos que tomar caminos diferentes a nuestros trabajos; entonces nos apretábamos más fuerte las manos para no soltarnos, no obstante, teníamos que hacerlo.

Transcurrió una semana en dicha situación que se iniciaba en el café y terminaba al salir del mismo.

Teníamos que ser muy cuidadosos. Realmente yo no quería llegar más lejos y noté que ella tampoco.

Al llegar el día lunes, nos encontramos de nuevo y escuchando siempre nuestra canción favorita. Ella me tomó de la mano y me dijo: 

– “Carlos, esto no puede continuar. Ha sido algo muy bonito pero no puede ser pues ambos tenemos otras obligaciones. En mi tendrás una amiga eterna para estar a tu lado cuando me necesites. Perdóname”.

-“Esta bien, Sra. Jones, lo entiendo y pienso igual que usted. Fue una semana inolvidable que nunca se borrara de mi memoria. También seré su eterno amigo”.

Dicho esto, escuchamos de nuevo nuestra canción favorita, juntos por última vez y salimos como siempre tomados de la mano pero esta vez, más apretadas que nunca.

Llegó la hora de la despedida, ella con lágrimas en los ojos me dijo adiós y no dejé de verla hasta que se perdió entre la gente.

Al día siguiente, llegue al café a la misma hora y, su silla estaba vacía y ya no sonaba nuestra canción favorita. Me llené de tristeza pero creo que hicimos lo correcto.

He de aclarar que el Sr. de esta historia no soy yo, solo hice una descripción en primera persona, de lo que dice la letra de la canción titulada: Me and Mrs. Jones.

No tuvo un final feliz pero sí un final sensato.

Espero les haya entretenido.

Saludos