Un venezolano camino a Chile

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MARF

Familiares y amigos me cuentan sobre la evolución que ha tenido Venezuela desde hace casi 4 años cuando emigré; pareciera como si nuevamente se estuviera viendo una luz al final de un túnel que se creía interminable y aunque mucha gente ha podido ponerse de pie y caminar hacia esa luz, muchos más siguen viviendo en la miseria y otros tantos se van mientras algunos regresan.

Mi intención es que estás primeras líneas sirvan de preámbulo a una historia que retrata una de millones de realidades que han tenido que enfrentar tantos venezolanos para poder vivir, en lugar de sobrevivir.

En un pintoresco pueblito del llano venezolano, nació y creció un joven llamado Marcos, un gran amigo mío y un ser humano muy noble que tuvo que desarrollar ciertas habilidades para trabajar y salir adelante, compensando el hecho de que nunca estudió.

Marcos siempre encontró la manera de ganar dinero, nada faltaba en su casa y podía llevar una vida tranquila, hasta que llegó la peor crisis económica que se ha registrado en la historia del país.

Él fue una de las tantas víctimas que tuvimos que pagar las consecuencias de la avaricia de un selecto grupo de poder, pero en su caso, la situación fue sumamente crítica.

No se imaginan el dolor que sentí al ver como la delgadez casi extrema se apoderó del cuerpo vigoroso de mi amigo, parecía enfermo; era capaz de pasar días sin comer para que los pocos alimentos que conseguía pudieran durarle más tiempo a su pequeña hija, a quien se ha consagrado desde que su madre los abandonó.

Si tenía suerte, Marcos lograba pescar en un río cercano o conseguía quien necesitara de sus servicios como mecánico para luego cobrarles con alimentos; de vez en cuando también lograba reunir algo de dinero utilizando su auto como taxi, pero esto solo si alcanzaba a llenar el tanque de gasolina luego de hasta dos semanas en una enorme fila. 

Pero un día, después de muchos altibajos, Marcos se levantó harto de la vida que estaba llevando y con una idea que esperaba mejorara su situación y la de su familia: vender su auto y obtener buen dinero para salir del país; y lo logró.

“Yo voy con mucho miedo, pero más grande es mi fe. La venta del auto fue la inversión de toda la vida mía, pero bueno, lo hago para que mi familia no pase tanto trabajo”, fue uno de los últimos mensajes que me envió antes de emprender la travesía. 

Desde que tomó el primer autobús de salida de su pueblo natal hasta su llegada a Chile, Marcos sostuvo contacto conmigo. Me informaba cada vez que cruzaba una frontera y me enviaba su ubicación, me describía cada paisaje que veía, cada proceso que realizaba, cada obstáculo, lo que comía, cuánto dinero gastaba, enviaba fotos, vídeos y demás.

Por más cansado que estuviera, nunca le percibí desánimo sino todo lo contrario, se notaba ansioso por llegar a su destino y comenzar a trabajar para iniciar un nuevo y mejor capítulo en su vida, la de su hija y la de sus padres.

Finalmente, luego de 12 agotadores días de viaje por carretera, poco dormir  y el cuerpo dolorido, Marcos llegó a la capital chilena y me contó lo emocionado que estaba porque anochece tarde y amanece temprano, lo que puede traducirse como más horas de trabajo y por tanto, más dinero.

Quiero hacer un paréntesis en este punto para contarles cómo fue su ingreso al país, parafraseando la descripción que él me dio de este proceso que, con solo analizar un poco, sabremos que tiene un trasfondo tan difícil de entender cómo de resolver.

Una vez que se encontró en el límite entre Bolivia y Chile, Marcos y todo el grupo que iba con él desde Venezuela, tuvieron que enfrentarse con un nuevo paso ilegal pero el más necesario para llegar a la meta: cruzar la trocha del Tren de Aragua.

Los pongo en contexto; las trochas son vías fronterizas que sirven para todo tipo de contrabando, siendo actualmente más utilizadas para el ingreso ilegal de migrantes a otros países; ahora, esta trocha en específico es controlada por un pequeño grupo de los casi 3 mil miembros que conforman el famoso Tren de Aragua, la banda criminal más grande y organizada de Venezuela, que poco a poco se ha ido extendiendo a otros países de Latinoamérica.

Sorpresivamente –o tal vez no– Marcos me contó que fue la frontera más fácil de cruzar, no tuvo que caminar de allí hasta Santiago de Chile, pues el servicio de los “trocheros” incluía esta y otras comodidades, claro, luego de haber pagado la suma de 710 dólares.

Como miles de inmigrantes, Marcos se arriesgó a salir sin pasaporte, a perderse, a posiblemente morir cruzando una trocha o por cambios climáticos bruscos y nunca lograr su objetivo, y no saben cuan feliz me siento al saber que todo estuvo a su favor.

Este acontecimiento sucedió hace muy poco, todavía Marcos debe alcanzar cierta eshttps://youtu.be/yDhxvlT05M0tabilidad, pero ya ha logrado enviar dinero a su familia y está en proceso de obtener su residencia legal; me duele mucho pensar en cuantos no han corrido con la misma suerte.

Por ahora solo quiero desearle lo mejor aunque ya se lo haya dicho cientos de veces en privado.

Estoy orgullosa de ser amiga de una persona tan humilde, honrada, con tanta voluntad y fuerza para lograr lo que sea que sea que se proponga; Marcos tiene mi más profunda y sincera admiración, y espero que nos reencontremos algún día para poder decírselo mirándolo a los ojos.

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