A cualquier cazador se le va la liebre

Columnistas
Ramón Velásquez Gil

Ciertamente, tendría Carlos unos diez años cuando salimos una tarde de cacería a un caño que quedaba cerca de una finquita que nuestra familia tenía, en la zona de Calabozo, Edo. Guarico, Venezuela.

Preparamos todo: cantimploras de Agua, sándwiches, y el equipo de caza. Un rifle calibre 22 que llevaría Carlos, una escopeta calibre 16, que yo llevaría y los infaltables cuchillos de cacería.

Arrancamos caminando hasta el caño (arroyo) estacionario que, para la época (verano) estaba seco. Al llegar a este, comenzamos a caminar corriente arriba, que era por donde yo sabía que habría más cacería en esa epoca del año.

Anduvimos unos tres kilómetros sin encontrar nada; solo un tigrito (cunaguaro) en un árbol seco al cual no quise disparar pues no era la presa que buscábamos, que eran venados.

Llegamos a una curva del caño donde se notaba cómo un caminito de animales y que salía a la izquierda, a la sabana abierta. Por allí salimos a la sabana a buscar alguna huella de venado y había muchas, solo que se perdían en la inmensidad de la sabana, por lo cual decidimos regresar al caño y devolvernos ahora rio abajo.

Llegamos de nuevo al caño y lógicamente, para regresar por donde vinimos debíamos agarrar ahora a la derecha, corriente abajo. Así lo hicimos y comenzamos la caminata de regreso,  pero al rato de caminar, noté que no pasábamos por los mismos lugares que cuando subimos río arriba y ademas, la basura de hojas y ramas que deja un río cuando crece, apuntaban hacia el lado contrario. No sé que pasaba pero ahora,no sabía si regresábamos por donde vinimos o seguíamos caño arriba, lo cual, de ser asi tendríamos el peligro de que se nos hiciera de noche y no llevábamos linternas.

Después nos enteraríamos por personas de la zona, que ese caño estaba “Encantado” y perdían a la gente. Hasta el día de hoy, sigo preguntándome, qué paso esa tarde.

Carlos ya daba muestras de estar cansado y nervioso y yo también pero no debía demostrarlo.

Trate de tranquilizarme y pensar.

Yo sabía que, cuando salimos de la finquita, era la una de la tarde y caminamos con el sol de frente.

Entonces ahora serían como las tres de la tarde y debíamos salir del caño y caminar hacia la carretera, siempre con el sol a la espalda. En cuanto a qué distancia estábamos de la carretera de tierra, calculaba que a unos seis kilómetros. Carlos me decía que estaba cansado pero le expliqué la situacion y entendió.

Salimos del caño y comenzamos a caminar, tratando de que el sol quedara siempre a nuestra espalda. Ya habíamos andado unos dos km. y las armas ya pesaban el doble, cuando empecé a notar que Carlos renqueaba pero no me decía nada. Entonces le pregunté qué le ocurría y me dijo que se le habían formado ampollas en los pies.

Se quitó las botas y ciertamente tenia sendas ampollas en los cada talón de los pies.

– Coño hijo, así no puedes seguir caminando- le dije.

Pensé un momento y no vi más solución que subirlo a mi espalda. Tendría que poder con el, obligatoriamente.

Le pasé la escopeta para que la llevara él y con mucho esfuerzo logré subirlo a mi espalda y pudimos seguir adelante.

Ya caminado un buen trecho con Carlos a mi espalda, me dice este:

– Papá mira! – y me señala hacia unas matas.

Bueno, había tres venados grandes, dos hembras y un macho, como a unos veinte metros, ue nos miraban a través de las matas. Carlos quería que lo bajara para disparar pero yo no quise bajarlo; no estábamos en condiciones de transportar un venado a cuestas; para el caso que lo cazaramos.

Seguimos y los venados ni se movieron, hasta nos deben haber sacado la lengua, pensé.

Yo ya casi que no podía más, cuando escuché un sonido diferente al del viento en la hierba alta. Aguce el oído pude notar cómo el ruido de un motor.

– Carlos,..escuchaste?

– Si papá, parece el sonido de un carro – me respondió.

Nos volvió el animo al cuerpo. Agarre energías y continuamos en línea recta hasta que,  a lo lejos, vimos una manchita blanca qué pasó raudo, se trataba de un carro. Para entonces yo ya estaba orientado y caminé entonces paralelo a la carretera, sin llegar a esta pues llevábamos armamento.  Así fuimos tramoliando sabana hasta que llegamos a una “Quesera”.

Se trataba de “La Carpiera”, una quesera de los hermanos Carpio que yo conocía y donde ellos ordeñaban sus vacas y hacían queso. Llegamos a la quesera y no había nadie. Entonces decidí dejar a Carlos allí mientras iba a buscar ayuda.

Lo subí a una mata de tapara que había alli, para que estuviese a salvo del ganado y le di la orden de que le disparara a cualquier animal salvaje que se acerca o lo pusiera en peligro.

Salí a la carretera y comencé a trotar hasta nuestra finquita, que estaba a unos seis kilómetros mas o menos. Llegué a la casa, siendo ya las seis de la tarde mas o menos, con el sol ya casi por irse.

Allí, todos estaban ya nerviosos y preocupados, máxime cuando me vieron llegar solo. Me costo un poco que me dejaran explicar.

Por fin, después de contar rápidamente lo qué pasó, salimos Vicente, mi concuñado y yo, en su Jeep a buscar a Carlos.

Al llegar a la quesera, lo encontramos tranquilo, inmóvil sobre la mata de tapará pero un poco nervioso a su vez porque había llegado el ganado (unas cincuenta vacas) para el ordeño de la tarde.

Bueno, llegamos de regreso a la casa de la finca y todo fue alegria.

Fue una buena aventura. Ya Carlos tiene 37 años pero la recuerdo con exactitud y nostalgia.

Saludos