Breve teoría del trapo rojo

Columnistas

Freddy Marcano

Todo aquél que se presume un experto en el análisis político ― que al parecer y gracias a la globalización ahora abundan―, y que sobrevive gracias a otra profesión, por lo general, denuncia las coartadas del régimen. A este especialista lo llamaré trapero rojo. No hay acto público (o privado) de Nicolás Maduro, por decisivo que sea, que no oculte otro más grave. Esto lo sabemos. Ahora bien, el trapero rojo escoge la arista que más le agrade para realizar la denuncia y expresar su visión. Desde su cuenta anónima, fustiga al tonto dirigente opositor que convierte a su crítico en el más vivo y despierto analista.  Sin embargo, a ese experto analista que, al fin y al cabo, se dedica a otro oficio, poco le importa el desacierto de sus juicios. Él, simplemente, pasa la página y espera por una nueva acometida, en definitiva, más moralista.

Entonces, para el “trapero rojo”, de los más sesudos y telegráficos mensajes, prevalecen las acciones secundarias del régimen, sin que las haya principales; y aunque las hay,  no las adivina;  y cuando las denuncia, es algo demasiado genérico. Por ejemplo, ¿para qué hacer bulla con la presencia de Nicolás en la UCV? Esta noticia funciona como un trapo rojo frente a la  determinación del régimen de continuar en el poder.  Todo indica que la noticia o acción importante pasará por debajo de la mesa. Tomar lo principal como secundario: el vulgar allanamiento de la sede universitaria.  Esta tergiversación permite  que quede en el aire el otro enunciado, ya que esa voluntad de poder no pasa por evaluar cómo, dónde y cuándo se llegó a la mesa de negociaciones de México, dándolas por sentadas o legítimas.

Esta práctica recurrente del “análisis político”, tiene varias funciones, siendo la más fundamental de todas crear desconfianza en el uso del sentido común frente a los hechos del poder. Por supuesto, esto permite suponer  que los usurpadores son infinitamente más hábiles y, en consecuencia, invencibles. Aunque el  asunto no queda allí porque sirve para el  menosprecio – siguiendo el ejemplo – de los que insisten en denunciar y actuar ante el allanamiento. Esta práctica puede llevar a  la descalificación personal del denunciante, en el caso de tener una amplia audiencia, y, además, deja entrar en el juego los laboratorios de guerra sucia tan imperceptibles en las redes y que ya no son solo del lado del régimen, sino de factores muy conocidos de la oposición que intentan siempre marcar la pauta para figurar.

Tan marcado ha sido el uso del trapo rojo en la política que el ciudadano común lo ve como algo cotidiano, y espera que, en algún momento, se haga pública la realidad de lo que está pasando. La dinámica nos ha llevado a hablar con medias verdades, y nos ha dado  tiempo para que los cambios inesperados nos beneficien y nos regalen la posibilidad de tomar ventaja en el incierto panorama político. Esta dinámica seguirá en movimiento, y se repetirá como una sempiterna distracción por parte del régimen, mientras intenta profundizar la revolución con su proyecto para mantener el control de la población y no perder el poder.

Venezuela anhela el desmontaje y el abandono de esta práctica tan perjudicial que beneficia solo a quien la aplica y la desvía de los objetivos que le atañen: la unión, la justicia, la libertad y la verdadera democracia. Los traperos rojos,  quizá  con la intención de ayudar, promueven la desunión, la desinformación y la incomunicación;  y, asimismo,   distraen la atención del venezolano de su verdadero propósito. Como siempre digo, insistir, resistir y persistir serán las acciones que lleven al país a deshacerse de los trapos y traperos rojos.

@freddyamarcano

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