(LECCIONES DE UNA AUTOCRACIA EN DECADENCIA)
«Patria, socialismo o muerte. Si queremos patria y vida, vámonos por la vía socialista.
La vía capitalista nos lleva directos a la muerte de la patria, a la muerte de la esperanza, a la muerte de la dignidad, a la muerte de la especie humana incluso».
Hugo Chávez
(1954-2013)
Johan Manuel Lopez
El chavismo comenzó como un movimiento político “atrapa todo”: en él confluían sectores de izquierda tradicional como el PCV, el MIR o el Movimiento Túpac Amaru; pero también por sus filas pasaron empresarios de medios, banqueros, movimientos sociales—algunos más corridos hacia la izquierda, unos más hacia la derecha—.
En suma, si apelamos a la nomenclatura marxista clásica, el chavismo de la primera ola era un movimiento poli clasista; asunto que, por lo demás, no sería bien visto por la izquierda doctrinaria… pero, como ya sabemos, hasta el PCV medró allí, o sea, agarró un carguito manque sea. Eran los tiempos en los que Chávez blandía las banderas del “capitalismo con rostro humano”, “la tercera vía” o “Cuba es una dictadura” (Sic.).
En 2005, específicamente en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, Chávez llegó con la buena nueva: “Es necesario, decimos y dicen muchos intelectuales del mundo, trascender el capitalismo, pero agrego yo, el capitalismo no se va a trascender por dentro del mismo capitalismo, no. Al capitalismo hay que trascenderlo por la vía del socialismo, por esa vía es que hay que trascender el modelo capitalista, el verdadero socialismo. ¡La igualdad, la justicia!”. ¿Dijo socialismo? Sí, eso dijo.
Las izquierdas del mundo babeaban deseosas ante la declaración del presidente venezolano. Unos cinco o seis años antes, este mismo sujeto hablaba del “capitalismo con rostro humano” y “tercera vía”; de pronto, “iluminado” él, descubrió una “nueva agua tibia”: el Socialismo del siglo XXI.
Ups, ya las cartas estaban echadas. Ahora, “eso” del Socialismo del siglo XXI debía hacerse en el marco de la democracia; ¡tamaña tarea! Como loros unos —y poseídos otros por los viejos sueños marxianos (¿o marcianos?)—se repetían consignas, pintaban paredes, se desempolvaban ilusiones y manuales. Mientras Chávez decía en Porto Alegre que “la revolución bolivariana será socialista”, algunos se hacían preguntas lógicas y de este tenor: ¿Y el colapso del socialismo en Europa del este? ¿Y la caída del Muro de Berlín? ¿Y la Perestroika y el Glasnost? ¿Y el descalabro que significó el Pacto de Varsovia para el bloque soviético, lo que terminó derivando en que la mayoría de esos países, ex repúblicas soviéticas, fueran a parar, derechitos y sin dilaciones, a las filas de la UE y la OTAN? Nada de eso pareció importar, Chávez avanzaba sin reparar mucho en las heridas y significaciones históricas que había detrás de cada experiencia socialista vivida por aquellos lares. Ahora la revolución chavista se dejaba de “derivas” y “ensayos y errores”. Ahora la revolución era socialista, luego de su periodo inicial (primeros cinco años) “vale todo”.
Los resultados de la experiencia socialista en Venezuela están allí; aunque cierta izquierda cándida, desiderativa y demodé digan otra cosa: el significante socialismo está asociado el chavismo desde 2005. Luego podemos ver si, en efecto, este pastiche del chavismo fue realmente socialista—¿qué experiencia gubernamental lo fue? ¿Cuáles fueron sus resultados? —. En todo caso, es poco o nada lo que se puede “sacar el limpio” de esas experiencias socialistas y/o comunistas (reconociendo las diferencias entre uno y otro ismo) que en el mundo han sido. Pese a un pasado ruinoso y desolador, Chávez optó por un modelo ya probado y desaprobado por igual no sólo por teóricos y estudiosos del tema, sino por quienes padecieron sus horrores. Preguntémosle a los polacos o a los húngaros cómo les fue en tiempos de socialismo. La respuesta puede ser la risotada o el desprecio. El recuerdo traumático no miente, ninguna propaganda o perfume ideológico es tan fuerte como para borrar la verdad histórica.
Chávez entendió todo el asunto de la democracia radical de la que hablaba Ernesto Laclau: todo bien con la democracia, es el sistema político que domina en Occidente; pero hay que, obligatoria y necesariamente, hacerle ajustes. –La democracia sí—decían desde el chavismo, pero no cualquier de democracia, sino un modelo democrático que respondiera a los intereses de la coalición gubernamental. De hecho, y bajo este esquema de democracia ad hoc (en la que las instituciones responden a la triunidad Gobierno-Estado-Partido), el chavismo encontró su marco de acción político-gubernamental. A tal punto de que la mayoría de los funcionarios de rango medio y bajo creen que, en efecto, la democracia sólo puede ser así: una que responda a los intereses del hegemón Gobierno.
Seamos claros, desde 2005 en adelante, Chávez no reparó en este proceso sistemático de desmontaje de la precaria institucionalidad estatal venezolana para ponerla a disposición de sus designios. Es así como, por ejemplo, un personaje como Jorge Rodríguez pasó —de la noche a la mañana— de ser el presidente de Consejo Nacional Electoral (CNE), a vicepresidente de la nación. En cualquier democracia del mundo las alarmas se hubiesen encendido: ¿Cómo es que el tipo que presidía el organismo electoral del país (alguien que debería—acá en el condicional se pone énfasis— ser epítome de imparcialidad) pasa a ser el segundo a cargo del Gobierno? Hay que cuidar las formas, cuando menos.
No hay que irnos tan atrás en la historia para ver este tipo de movimientos. Ahora mismo, se inhabilitó políticamente a una contendora de peso como María Corina Machado. Lo que se observa con el caso de María Corina es un guion ya aprendido y probado (es parte de una acción continuada por el chavismo desde 2005 a la fecha), pero ahora con cierto aire de familia, veamos: El contralor, Elvis Amoroso, es compadre de Cilia Flores (esposa de Maduro). De hecho, la propia Flores forma parte del comité de postulaciones de la Asamblea Nacional para nombrar un nuevo Consejo Nacional Electoral, dado que quienes dirigían ese organismo renunciaron (los renunciaron), en pleno ejercicio de sus funciones; vale destacar que a los rectores del CNE les quedaban casi cinco años al frente del organismo comicial (es un órgano que dura en sus funciones siete años). En fin, como si fuese un chisme de poca monta: El compadre (Elvis Amoroso—designado contralor de la república por la espuria e ilegítima Asamblea Nacional Constituyente—) inhabilita a la candidata María Corina Machado y la comadre (Cilia Flores) nombrará al nuevo árbitro electoral para los próximos comicios presidenciales en donde no podrá participar una contendiente de peso, dado que el compadrito Amoroso la inhabilitó. Todo cierra bien para las filas de comandante obrero, conductor de victorias (esposo de la comadre de Amoroso, Cilia), quien va para la reelección.
Esos enroques y movimientos se inscriben en la dinámica de desmontaje del Estado y ajustes al sistema democrático venezolano. En la historiografía nacional, los únicos casos similares se pueden rastrear a los tiempos del Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, pero con una diferencia notable: Gómez y Pérez Jiménez eran dictadores militares. Chávez llegó al poder por la vía del voto democrático; desde allí comenzó a horadar todo el andamiaje democrático-institucional. Los resultados son evidentes: un Estado de derecho maltrecho, un aparato estatal sumiso y absolutamente funcional al poder Ejecutivo. De esta manera, jugar a la política en un marco democrático es harto complejo, principalmente porque la democracia en Venezuela fue secuestrada por la cúpula gubernamental que está allí desde hace veinticuatro años ininterrumpidos. Sin ánimos de exculpar los errores estratégicos cometidos por los sectores opositores en Venezuela, hay que reconocer que ninguna oposición, por inteligente y eficiente que sea (veamos Rusia, Bielorrusia o Nicaragua, por ejemplo) la tiene fácil ante una coalición gubernamental que no tiene reparos en actuar “como sea” con tal de mantenerse en el poder, como lo ha hecho hasta ahora.