Mi inapreciable máquina de escribir

Columnistas

Ramón Velásquez Gil

Ciertamente, habemos personas que nos negamos a ir a la par con las innovaciones tecnológicas, o por lo menos no nos importa mucho. Por esta razón, siempre he ido con algunos años de retraso en todo cuanto tenga que ver con aparatos electrónicos de última generación.

Cuando me gradúe de abogado, por allá por los años ochenta, no existían todavía los computadoras personales; y las de oficina, no se había expandido su uso.

Abrí entonces un consultorio jurídico, con una máquina de escribir que me habían regalado y que ya tenía muchísimo tiempo de uso.

Paso el tiempo y ya en la década del dos mil, en otro milenio, entró a trabajar a la oficina, una muchacha contadora muy capaz quien se sorprendió al ver que solo tenía en la oficina, una máquina de escribir de la época de la Segunda Guerra Mundial, me dijo: 

– Dr. no puede ser que usted no tenga una computadora.

Al día siguiente, trajo una PC. de su casa y la instaló en su escritorio. Allí comenzó a darme clases y rápidamente supe lo que era esa tecnología y fue así como decidí comprar una PC y entrar al siglo XXI.

Ahora bien, todo esto ocurrió, por lo menos en mi caso, porque la profesión de abogado, para ejercerla, y ejercerla bien, no se requiere ni computadoras, ni laptops, ni ninguna de esas tecnologías; o por lo menos no es fundamental.  Lo que usted lleva al tribunal para defender y pelear su caso, es lo que está en su cerebro y en su oratoria, no en la computadora. No se gana un caso por tener PC cualquiera o la mejor computadora.

Ayudan, si, por lo menos para hacer y guardar documentos, investigar, comunicarse, etc., pero un buen abogado no las necesita ni son factor determinante para ganar casos.

No obstante, seguí usando también, en ciertos documentos, mi vieja máquina de escribir, hasta que la pobre, ya no pudo más.

Un día, la baje a la acera pues ese día pasaba el camión recolector de la basura.

Paso un tiempo hasta que una tarde, conversando con mi amiga Ángela (Dios la tenga en su gloria) de la oficina de al lado, salió a la conversación mi antigua máquina de escribir.

– Ya se habrá convertido en cabillas o en polvo, le dije a Ángela.

– Ramon, por favor, ¿tú no sabes que esa máquina de escribir está en el Museo del Adobe?.

-¿Si? no puede ser, Ángela. Esa máquina yo la saqué para que se la llevase el camión de la basura y debe habérsela llevado, le repliqué.

– No Ramon, yo la vi allí tirada, entonces la recogí y llame a Juan Quintan, por sí le interesaba para el Museo de El Adobe, respondió. Y al rato, vino Juancito a buscarla y se la llevo. Continuó.

– Guao, no sabía eso Ángela. Caramba, que detalle de tu parte, gracias. Un día de estos subo a El Adobe a comer y a echar un vistazo.

Para los que no lo conocen, El Adobe es un Pueblo Temático, tal como Los Aleros en Merida, fundado por Juan Quintana, un joven muy emprendedor de Mi Pueblo Charallave* , quien con mucho esfuerzo y dedicación,  lo construyó en un hermoso paraje montañoso aledaño a nuestro pueblo, llamado La Magdalena.

El Adobe en su conjunto, posee una Calle Real con todo lo que se puede encontrar en una calle real, una iglesia, un museo y un restaurante con escenario para presentaciones.

Bueno. Pasó el tiempo y nunca subí a Él Adobe, por lo que olvidé el asunto de la maquina de escribir.

Para entonces, mi hija Daniela quien ya se había casado y residía en Canadá, vino de visita a Charallave  junto con su esposo Ever, un muchacho nativo de Valera, Estado Trujillo.

Pasaron unos días con nosotros y por cuanto Ever era la primera vez que visitaba Charallave, los invité a conocer el pueblo y se me ocurrió llevarlos a conocer El Adobe.

Llegamos al lugar y fuimos muy cordialmente atendidos por Juan, quien nos acompañó un rato en la mesa.  Luego salimos a caminar el pueblito temático, y al entrar al museo, fue en el momento cuando la vi, que me recordé lo de mi máquina de escribir.

En ese momento pasaron por mi mente los cientos de documentos que había hecho en ella.

Tenía un cartelito que decía: “Esta máquina perteneció al Dr. Ramón Velásquez”.

Supongo que todavía estará allí pues mientras más tiempo pase y después que yo muera, más valor histórico tendrá para las nuevas generaciones.

Creo yo.

Saludos 

*Charallave: Población del Estado Miranda de Venezuela, al oeste de Caracas

.