¿Cuánto dura el amor?

Columnistas
Juan Eduardo Fernández “Juanette”

La otra noche mientras veía las stories de Instagram de una amiga psicóloga la noté muy triste. Por lo que, apelando a la confianza que nos tenemos le escribí por WhatsApp para preguntarle si quería hablar y a los pocos minutos me contestó que si. Quedamos para tomar un café y fue así como terminamos la noche siguiente en el café notable La Giralda, ese hermoso lugar fundado en 1930, donde por cierto se venden los mejores churros con chocolate de todo Buenos Aires. 

Llegué al café a eso de las 8:45 p.m. y minutos después entró mi amiga. Me levanté para recibirla, me dio un abrazo y comenzó a llorar en mi hombro. Pasaron algunos segundos, la tomé de la mano y nos sentamos. Fue entonces cuando apelé esa habilidad estúpida que tengo de hacer chistes en los momentos menos oportunos y dije: “Bueno, que empiece la terapia, pero no me cobres”, afortunadamente y contra todo pronóstico la frase le dibujó una sonrisa y comenzamos a charlar. 

 Mi amiga me contó que su novio con quien compartía una vida aparentemente estable, un día le dijo que ya no sentía lo mismo. El hombre le explicó su necesidad de vivir sólo para “transitar etapas que no había disfrutado lo suficiente”. Esto a ella la descolocó pues, según su versión, su pareja nunca le dio ninguna señal que le hiciera vaticinar lo que se venía, es decir, ella no lo vio venir, o más bien, no lo vio irse. 

Pero su pesar más grande era que, aunque ella se dedicaba a escuchar a personas y las acompañaba a superar este tipo de entuertos en la vida. Cuando le tocó a ella no supo cómo reaccionar.  

Mientras la escuchaba atentamente, vi mucha similitud con lo que me ocurrió cuando me separé hace casi 9 años. Y fue ahí cuando le conté mi historia:

Éramos la típica familia de redes sociales, todos nos creía indestructible: Ambos profesionales, guapos (si, fui guapo alguna vez, en serio), y con dos hijos hermosos. ¿Qué podía malir sal? 

Con el paso del tiempo los intereses de ambos comenzaron a bifurcarse, haciendo que aquellas cosas que en principio nos hacían admirarnos, se convirtieran en un problema. Esto poco a poco fue erosionando el amor y aunque tratamos de luchar para mantenernos juntos al final la cuerda se rompió. 

Pero hubo algo en que los dos coincidimos: La vida seguía después de la ruptura, y además aceptamos que al tener hijos en común no podíamos andar peleados pues, aunque no quisiéramos, siempre íbamos a estar vinculados. Para hacer el cuento corto hoy en día no sólo mi ex esposa y yo somos felices con nuestros proyectos individuales, sino que nos llevamos bárbaro. 

Fue entonces cuando mi amiga dijo:

-Muy bonito resumen, pero vamos a lo importante ¿Cómo hiciste para superar la separación, y encima con hijos?:

  • Tanto ella (mi ex) como yo aceptamos que el amor de pareja es un recurso no renovable, pero el de los hijos siempre estará.

La charla acerca del amor se volvió más profunda, y como no se puede hablar de un tema tan inexorable tomando chocolates y comiendo churros, decidimos pedir una botella de Malbec. Y a medida que se vaciaban las copas se iban sumando a la conversación personajes como Neruda, Freud, Fito Páez, Cecilia Roth y hasta Platón. 

Justamente con la llegada de Platón comencé a explicarle a mi amiga las definiciones que hizo el filósofo acerca de este sentimiento: “El amor para Platón, consiste en que la persona que ama no va a amar la belleza simple; se va a concentrar en buscar lo bello de quien ama”. 

Ella me miraba atenta y yo seguía explicando. Tras terminar mi frase ambos nos miramos fijamente y nos reímos a carcajadas. Acto seguido le pregunté:

– ¿Entendiste entonces cuánto dura el amor? 

A lo que ella contestó:

– El amor dura lo que tiene que durar. 

Ambos sonreímos, nos tomamos de la mano, pedimos la cuenta y nos fuimos abrazados bajo la noche iluminada de Buenos Aires.