El rockero argentino que transformó su música en un próspero emprendimiento neoyorquino

Espectáculo

El músico argentino, de 52 años, es hoy el propietario de Rock Island Sound, una tienda de Nueva York que factura millones de dólares al año. Su negocio es un híbrido entre escuela, en la que se forman artistas desde cero, y local de venta de instrumentos. El emprendedor se encuentra en camino de franquiciar la marca y se asesora con el abogado de Donald Trump, el expresidente de los Estados Unidos.

«Cuando entro al negocio y siento el aroma de las guitarras me doy cuenta de que soy muy afortunado de hacer lo que amé toda mi vida», dice Bessolo, quien se inició en la música clásica a los 8 años. 

En su familia, su padre tocaba el piano; el abuelo, el bandoneón, y su hermano, el clarinete en la orquesta sinfónica de Rosario. Al cumplir 21, viajó rumbo a la isla de Manhattan con el sueño de triunfar en los escenarios. El pasaje fue solo de ida.

«Llegué en 1992 a Nueva York con un amigo de la infancia con el que tocaba en bandas y grabé un álbum. En la Argentina abríamos para Soda Stereo en sus recitales en Rosario», cuenta Bessolo.

Gracias al contacto de su compañero de ruta con la prestigiosa revista de rock y heavy metal, Hit Parader, consiguió los gigs donde tocar y así sostener su vida en la Gran Manzana. Para complementar sus ingresos trabajó a la vez de camarero en un restaurante.

Después de seis años de gira tocando rock, Bessolo, decidió volver a sus raíces y estudiar un máster en composición clásica. Por la mañana asistía a la universidad y a la tarde se dirigía a la ciudad de Rye, en los suburbios más acaudalados de Nueva York, para dictar clases particulares. «Era un paraíso total, con mansiones y Ferraris, y pensé que a esa vida me podía acostumbrar», cuenta.

El número de alumnos creció con velocidad, lo que disparó la idea de montar su propia escuela de música allí. Con el tiempo delegó las lecciones en profesores hasta llegar a contratar 20.

«Fue la transformación del doctor Jeckyl al señor Hyde», retrata Bessolo sobre el abrupto cambio de rockero a emprendedor, y agrega: «Porque el músico tiene otras ideas y visión de la vida. No tenía experiencia en negocios, pero cuando hacía recitales con las bandas me organizaba para conseguir el lugar y la gente para tocar. Con los músicos siempre firmaba un contrato, ya que no son los más confiables del mundo con sus compromisos».

Con una inversión de US$150.00, fundó la escuela en la que además incorporó la venta de instrumentos. Tardó un año en montarla. Los fondos provinieron en parte de sus ahorros y financió además los gastos, en insumos y la obra, pagando con tarjetas de crédito sin interés. «Al principio no estaba lleno de guitarras como ahora, traje algunos instrumentos míos y de a poco fui sumando más», dice.

Su primer local lo diseñó con la estética de Chess Records, el sello discográfico de Chicago donde grabó Elvis Presley y que inmortalizó a las leyendas del blues, Muddy Waters y Etta James. La tienda está dividida en salones vidriados con una ventana a la prueba de sonido que replica un estudio de grabación profesional. Quienes se acercan pueden ver a los alumnos en sus lecciones musicales.

En el inicio, se aventuró con las ventas online en Ebay y Amazon cuando el e-commerce todavía no era común. «Un día me llamó una persona de Singapur para comprarme unas guitarras caras, por un valor de US$20.000», dice Bessolo, quien se entusiasmó con la primera gran compra en su local. La ilusión fue efímera: una vez que despachó el envío, el banco le informó que la tarjeta con las que pagó el cliente era robada y que se tenía que hacer responsable.

«Fue durísimo, una pérdida muy grande apenas empecé. Perdí las guitarras, el dinero y el banco no me permitió cobrar con tarjetas por dos años», recuerda. Hasta que lo autorizaron otra vez, en su negocio estuvo siempre visible el letrero con el mensaje cash only.

«Cuando abrí el local dejé de tocar profesionalmente. Me di cuenta de que, a menos que uno llegue a determinado nivel, si querés trabajar como músico uno no puede esperar tener una vida de lujo, a menos que seas famoso», cuenta Bessolo.

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