Artículo de opinión: Solidaridad con nuestra comunidad dominicana

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La comunidad dominicana en la ciudad de Nueva York es la más grande del mundo fuera de la República Dominicana, somos su segundo hogar. Los neoyorquinos dominicanos están presentes en todos los aspectos de la vida en los cinco condados, ya sea administrando nuestros pequeños negocios en el Bronx o jugando en nuestros estadios deportivos en Manhattan y Queens. Los dominicanos no son solo nuestros vecinos y amigos, son nuestra familia.

Y cuando nuestra familia sufre una tragedia, es nuestra responsabilidad acompañar a nuestros hermanos y hermanas en su dolor y en su duelo.

Hace dos semanas, cuando se derrumbó el techo del club nocturno Jet Set, al menos 231 miembros de nuestra familia dominicana perdieron la vida y más de 150 personas resultaron heridas en el accidente. La semana pasada, como muestra de solidaridad, compartí el duelo con sus familias en Santo Domingo no solo como alcalde de la ciudad de Nueva York, sino como un hermano que sentía su dolor.

La noche del derrumbe del techo fue un momento doloroso para muchas personas en nuestra ciudad, y supe que no podía mostrar mi apoyo a la distancia.

Tuve el honor de reunirme con los socorristas que arriesgaron sus vidas y acudieron rápidamente al rescate. Visité el lugar del club nocturno Jet Set y dejé una ofrenda floral como símbolo de mi cariño por el pueblo de la República Dominicana. También hablé con las familias y los miembros de la comunidad afectados, incluidos los seres queridos de un detective retirado del Departamento de Policía de Nueva York (New York City Police Department, NYPD) que falleció, porque su pérdida también es nuestra pérdida.

Además, me reuní con los líderes de la República Dominicana, su presidente, Luis Abinader, y el ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, Eduardo Estrella, porque quise ofrecer nuestro apoyo y ver cómo la ciudad de Nueva York puede ayudar en las iniciativas de recuperación del país. El NYPD ya cuenta con una oficina de inteligencia en la República Dominicana que está ayudando en todo lo posible. Además, ofrecí mi ayuda personal para hacer todo lo que esté a mi alcance para evitar que vuelva a ocurrir algo así. Se lo debemos a quienes perdimos.

Como hombre de fe de un país de fe, por último, asistí a misa con el arzobispo, monseñor Francisco Ozoria, en la iglesia San Antonio de Padua.

Ante la oscuridad que dejó esta tragedia, recé para que la unidad de nuestro espíritu sea la luz que transforme nuestro dolor en propósito. Porque juntos, lo superaremos.

Los lazos entre nuestras comunidades se hacen más fuertes que nunca después de una catástrofe. Así fue en el pasado, desde la destrucción que dejó el huracán Fiona hasta las víctimas del vuelo 587, y así es ahora. Lo que vi durante mi viaje: la vitalidad extraordinaria del pueblo dominicano a pesar de la pérdida, su amor por la vida y su espíritu inquebrantable que se eleva por encima de la tristeza, también se encuentra aquí en la ciudad de Nueva York, un lugar que casi un millón de dominicanos llaman hogar.

Hoy, cada neoyorquino lleva una parte de la República Dominicana en su corazón. Ambos pueblos conocen la tragedia, pero también somos fuertes y nunca nos rendimos.

El Salmo 147 dice: “Él sana a los quebrantados de corazón y les venda las heridas”. Dios bendiga a quienes hemos perdido, y Dios bendiga a los sobrevivientes. Tenemos el corazón roto, pero también estamos con ustedes de corazón.

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