Los boxeadores de Auschwitz

Columnistas

  Jesús Elorza

De un lado a otro, se paseaba pensativo el comandante de la SS, organización paramilitar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler, destacado en Auschwitz el principal campo de concentración y exterminio de la Alemania nazi. Múltiples ideas, se cruzaban en su cabeza, tratando de buscar un quehacer distinto al fastidio de su diaria rutina de llevar prisioneros judíos a la cámara de gases, al paredón de fusilamiento o las sesiones de torturas. Revisando la historia del Circo Romano, se le prendió el bombillo y se dijo a si mismo que la salida a su fastidiosa rutina de exterminador de judíos era la de montar un espectáculo de peleas entre prisioneros. Acto seguido, se acercó a la cerca electrificada de alambre de púas para preguntarle a los presos:

¿Quién sabe boxear?

Del otro lado de la cerca, los presos se miraban entre si asombrados por esa pregunta que les hacía el exterminador. Algunos, los números 172345, 157178, 139559 y el 77 tímidamente levantaron sus manos para responder afirmativamente. En ese campo de exterminio, donde el hombre no tenía ni nombre, sólo era un número, triángulo o estrella.

A partir de ese momento, se dio inicio al macabro espectáculo de ver pelear a dos famélicos contendores para divertir a sus carceleros. Con el tiempo, el asesino comandante del campo de concentración, fue más allá e impuso que la pelea fuese entre un judío famélico y un “Kapo”. Se trataba de los carceleros de Auschwitz, criminales, asesinos y violadores sacados de las cárceles para actuar como perros de presa y golpear a los presos. Evidentemente, que, en este escenario de terror, la pelea era desigual: a un lado del ring, un muerto viviente de 40 kilos, piel y huesos, que se ponía los guantes (o una simple venda en los nudillos) después de trabajar 11 horas al día con escaso alimento: un litro de agua oscura, un trozo de pan húmedo y la sopa que le daban a los cerdos; al otro lado, el Kapo carcelero fuerte y bien nutrido.

Los combates se celebraban a veces en un hangar, y otras en la explanada del campo de concentración, rodeados los presos de alambradas electrificadas y con los SS apuntando con sus armas. Para quienes vestían el pijama de rayas, boxear suponía alargar una vida que no era vida. Los púgiles tenían ciertas recompensas: un trozo de pan, un dado de mantequilla, algo más de sopa o trabajar en el establo o la cocina en lugar de en el exterior con las inclemencias del tiempo en invierno.

Las apuestas entre los carceleros alemanes, no se hicieron esperar y si en algún caso un judío le ganaba a un capo al terminar el combate llevaban al ganador al cuarto de tortura para que no se le ocurriera volver a repetir esa ofensa de superar a la raza aria.

Esta desgarradora historia de los “Boxeadores de Auschwitz” en narrada por el periodista José Ignacio Pérez en su magistral libro “K.O. Auschwitz”. En su libro, nos describe la macabra historia de los presos que tuvieron que boxear para sobrevivir en el campo de concentración. Además, en lo que pudiéramos llamar un reconocimiento a la dignidad humana y una denuncia al genocidio cometido por el régimen nazi-fascista de Hitler, logró el autor ponerles rostro a los números con los que los carceleros identificaban a los presos:

Noah Klieger, Tadeusz Pietrzykowski, Jacko Razon, Judah Vandervelde, Solomon Roth, Salamo Arouch, Andrzej Rablin… y otros tantos son los protagonistas de esta historia. Sus testimonios permitieron dar a conocer al mundo entero el macabro espectáculo del boxeo en los campos de concentración y exterminio.

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