Una noche en que “Doralzuela” quedo bajo las aguas

Columnistas

Ramon Velasquez Gil

Ciertamente la ciudad de Doral en Miami, es nuestra Colonia.  Es el lugar donde más cerca de nuestro terruño nos sentimos y es tan común escuchar hablar «en idioma venezolano» como en Caracas.

Era el mes de agosto en Miami; una época del año que en Florida llueve de verdad.   Las tormentas son muy fuertes y las lluvias bastante copiosas.   En temporada de lluvias hay veces en que dura dos y tres días lloviendo sin parar. Así fue en esos días de agosto del 2019 en el Gran Doral de Miami, ciudad donde resido.

La lluvia comenzó en la madrugada en el sector del Gran Doral, downtown. Y siguió sin parar durante todo el día.  Salí del trabajo a las cinco de la tarde y al llegar al sector, de broma pude bajar del trolley cubriéndome con un paraguas. Pues en ese tiempo todavía yo no tenía carro.  El aguacero y el viento iban de la mano para empapar a todo aquel que tuviere que salir de los carros, buses, etc.

Llegué como pude a mi casa y bien empapado de agua pero contento de haber llegado.   No tenia idea de la aventura que me esperaba.

Vivía en ese entonces en un townhouse y mi habitación quedaba en la planta baja, por lo que al llegar y bañarme, no obstante que venía bien mojado, lo primero que hice fue abrir un poco la ventana a fin de ver y escuchar el sabroso sonido de la lluvia, cuando uno esta bajo techo, claro.

La lluvia no cesaba y ya para las siete de la noche, Leonor, Isbelia y el señor Eduardo. Una familia venezolana con quien yo vivía. Empezamos a vernos las caras con nerviosismo pues ya los jardines de los alrededores empezaban a desaparecer bajo las aguas.

Tomamos la precaución de meter trapos y cualquier cosa debajo de las rendijas de las puertas de entrada y de la que daba al jardín.

Yo por la ventana de mi habitación, ya la cosa no me parecía tan chévere.

Llegó un momento en que el agua comenzó a colarse por debajo de las puertas, no obstante los trapos colocados.   Sin embargo, pensé que podríamos arreglárnosla e ir sacando el agua a medida que entrara a la sala y nunca llegaría a mi habitación.

En principio utilizamos toallas para atrapar el agua y echarla en un balde. pero después tuvimos que utilizar el balde mismo para recoger el agua y pasarla a uno más grande.

Poco después, la gran pregunta: ¿dónde echaríamos el agua recogída? Los Toilles o «pocetas», no daban a basto para vaciar los tobos grandes y ni siquiera podíamos abrir las puertas.

Al rato, ya en toda la planta baja incluyendo mi habitación, el agua nos daba por los tobillos.- Tengo un video de esa noche y veré si puedo incluirlo a esta historia- .  Mis zapatos que estaban bajo la cama..flotaban como barcos; incluso un par de zapatos nuevos que guardé bajo la cama y se me habían olvidado que estaban allí, los recordé cuando los vi salir flotando.   Se fue la luz..y quedamos a oscuras; ya se imaginarán lo que esto significa teniendo la casa inundada.

Serían ya las Diez de la noche, más o menos, y logramos encontrar algunas linternas y lamparas que nos ayudaban a no estar en oscuridad total.  Ya en esos momentos tiramos la toalla, es decir, paramos por el cansancio; ya no podíamos más.   En la calle se escuchaban las sirenas de los bomberos y de la policía; se había declarado el alerta roja de inundación, lo cual nos llegaba a través de los teléfonos celulares..cada cinco minutos.

Mi familia, Enit,  Carlos y Gabi,  su esposa,  quienes vivían en Hialeah Garden, como a cinco millas, desde temprano estaban en contacto conmigo y me conminaban a que saliera de allí y ellos me recogerían en algún lugar, pero yo tenía esperanza de que la lluvia amainaría.

Dada las circunstancias, llegó un momento en que decidí salir de la casa y cómo pudiera, tratar de llegar a algún lugar donde Carlos me pudiera encontrar.  Le notifiqué a Leonor mi decisión,  ya que la habitación y toda la casa se encontraban inhabitables en esos momentos y debería buscar donde dormir.

Me parecía una traición de mi parte irme y dejarlos allí pero ellos también pensaban en irse a otro lugar y volver al día siguiente.  No obstante, lo supe a los dos días, que ellos no se fueron y se quedaron allí toda la noche sacando agua.

Me sentí traidor cuando lo supe, por haberme ido.  Bueno, acomodé lo que pude en un Backpack; agarré mi linterna y con mucho cuidado entreabrimos la puerta para yo salir y de repente me encontré en la calle, si es que se le podía llamar calle a aquel mar de agua.   Literalmente no había calles; como se sabe, el estado de Florida es totalmente plano; entonces aquello no eran ríos de agua sino un mar de agua pues esta casi no corría sino que formó lagos.

Como también es sabido, el Doral es una colonia venezolana y el condominio donde yo vivía, llamado Gran Vista, el noventa y cinco por ciento de sus habitantes eran venezolanos; entonces ya se podrán imaginar las loqueras que vi cuando salí.   Muy a lo nuestro, los muchachos de la cuadra, sacaron botes, lanchas y  motos de agua y convirtieron aquella inundación en un “bonche” playero; y creanlo, había incluso uno esquiando, jalado por un jeep.   Aquello era para coger palco y filmarlo pero no me atreví a sacar mi teléfono, no se me fuese a caer en el agua.

A Dios gracias yo me había puesto un mono y pude enrollármelo hasta más arriba de las rodillas; sin embargo, el agua casi lo mojaba no obstante que yo «chapaleaba» el agua por los pretiles rodapies de las rejas de las casas.   Así iba con mucho esfuerzo por la avenida 79 del Doral  que en ese momento no era avenida sino un canal de navegación.

Chapaleaba hacia el downtown del Doral, donde Carlos había acordado recogerme si es que podía llegar allí.

Llegó un momento en que no podía caminar ya por la avenida 79, pues el agua estaba demasiado profunda.   Fue entonces que decidí tomar un atajo a través de un condominio por donde yo siempre pasaba, donde había un parque y un laguito muy bonitos.   Cuando llegué, no existía ni parque ni laguito; todo era un gran lago que, a la luz del firmamento se veía tenebroso.   Ya no existían las caminerías ni nada, solo agua; me toco adivinar donde estaban las caminerías para dar cada paso y no tener que nadar en la oscuridad.

Yo, en mi vida ya me había tocado antes hacer frente a situaciones de peligro  y me dije a mí mismo: si antes lo has hecho, esta noche también lo harás; y seguí adelante.   Un paso mal dado, me habría enviado a unos tres o cuatro metros de profundidad;..pero paso a paso logre llegar a un lugar..donde solo había medio metro de agua para caminar.  En el camino..me encontré a una mujer con las sandalias en la mano…que estaba en la misma situación que yo..pero a la inversa..pues venía a su casa..que quedaba en ese condominio. 

Ella me informo de los lugares por donde acababa de pasar y yo hice lo mismo.

Nos deseamos suerte y cada quien siguió adelante.

Obviamente en la avenida 79 no había carros,  pues la profundidad no lo permitía y hubiese sido una temeridad intentar traficar por allí, pero en las calles transversales había colas de carros accidentados por el agua y había mucha gente en las calles.

Eso me dio animo para continuar hasta donde pudiera llegar un vehículo.

Así seguí chapaleando..pues no encuentro otra palabra para describirlo  y ya las piernas no me daban,..no obstante que en esa época estaba bien entrenado..pues andaba a pie a todos lados..y las distancias en Miami son colosales.

Una cuadra aquí es el doble a una cuadra en venezuela.  Bueno, al fin llegue a un lugar en el Downtown del Doral donde podía ver sobresalir una acera.   Allí me detuve y saqué mi objeto más preciado en ese momento el cual era mi teléfono celular.   Llamé a Carlos y le envié mi ubicación haciéndole saber que quizás pudieran llegar allí pues andaban en una camioneta alta doble tracción,  apta para el caso.

Al rato, pasados unos diez minutos más o menos  vi enfilar al final de la calle la luz de un vehículo que se dirigía hacia mí.

Eran ellos, Carlos y su esposa Gabi que llegaban a mi rescate.  Eran ya la una y quince de la madrugada del día siguiente.

Esa noche dormiría en una cama seca, no obstante la adversidad.

Saludos 

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