Cómo fortalecer el sistema inmunológico rápidamente

Salud

El sistema inmunitario nos defiende ante enemigos conocidos y es capaz de movilizarse ante cualquier sustancia extraña con la que entre en contacto, aunque sea por primera vez.

Desde la infancia, vivimos rodeados de virus, bacterias y todo tipo de gérmenes, y es bueno que sea así. La convivencia con estos microorganismos permite que nuestro sistema inmunitario los vaya conociendo y registrando y desarrolle defensas efectivas contra ellos que, en un futuro, pueden sernos de utilidad.

Además, mucha gente se pregunta cómo mejorar el sistema inmunológico rápidamente y, tal como te explicaremos en este artículo, así es: llevar una vida sana y mantener una actitud positiva contribuyen a reforzar este sistema de protección.

SISTEMA INMUNE: QUÉ ES

El sistema es una compleja red de células, tejidos y órganos que trabajan en conjunto para ayudar al cuerpo a prevenir y combatir infecciones.

Barreras naturales

La mejor forma de combatir la acción de los gérmenes es impedir su entrada al organismo. Para ello, este dispone de importantes barreras naturales que actúan en primera instancia:

  • Piel. Se trata del órgano más grande del cuerpo y es capaz de evitar la invasión de muchos microorganismos indeseables, a menos que esté fisicamente dañada (una lesión, la picadura de un insecto o una quemadura).
  • Mucosas. Las membranas mucosas (revestimientos de las vias respiratorias y el intestino) suelen estar cubiertas de secreciones que combaten los gérmenes.
    • Las lágrimas, que lubrican las membranas de los ojos, contienen lisozimas (una enzima), que actúan como un antibiótico natural, atacando las bacterias y protegiendo a los ojos de enfermedades.
    • Los conductos de la nariz, con las paredes cubiertas de moco, filtran buena parte de los gérmenes entrantes, siendo el estornudo una forma rápida de eliminarlos.
    • En las vías respiratorias inferiores, los cilios (prominencias similares a pelos) expulsan del pulmón todo microorganismo que haya llegado hasta alli. También la tos favorece su eliminación.
  • Secreciones químicas. El ácido del estómago y la actividad antibacteriana de las enzimas pancreáticas, la bilis y las secreciones intestinales son eficaces barreras para proteger el tracto gastrointestinal. El ambiente ácido de la vagina es también un elemento de protección, así como el efecto de arrastre que produce la vejiga al vaciarse.

Defensas

A pesar de su sofisticación, muchas veces las barreras naturales fallan, o simplemente son insuficientes para combatir determinadas infecciones.

Si los gérmenes acceden al interior del organismo, se activan las defensas del sistema inmunitario, que si bien tienen un funcionamiento complejo, siguen una estrategia básica simple: reconocer al enemigo (un antígeno), movilizar las defensas y atacar.

Para ello, el sistema inmunitario dispone de un sistema de circulación propio (los vasos linfáticos) que abarca todo el cuerpo y por el que se desplazan las células y sustancias que se ven implicadas en la respuesta inmune.

Por los vasos linfáticos circula la linfa, un líquido rico en glóbulos blancos (las células más importantes del sistema inmunitario) que contribuye a que el agua, las proteínas y otras sustancias de los tejidos corporales regresen al flujo sanguíneo.

En conexión con los vasos linfáticos hay una red de ganglios, que suelen agruparse en zonas en que los vasos se ramifican (cuello, axilas, ingles).

Todas las sustancias absorbidas por la linfa pasan al menos por un ganglio linfático, que tiene una red de linfocitos (un tipo de glóbulo blanco) que filtran, atacan y destruyen cualquier sustancia que consideren perjudicial.

Además, hay áreas especiales (timo, amígdalas, médulla ósea, bazo, hígado, intestino) en las que es posible reclutar linfocitos y movilizarlos hacia zonas específicas en las que sea necesario actuar.

Este complejo sistema permite organizar con rapidez una respuesta inmune allí donde resulte preciso.

Así una herida en un dedo puede producir una inflamación del ganglio del codo o una infección de garganta puede inflamar los ganglios que hay debajo de la barbilla. El motivo de esta relación es que los vasos linfáticos drenan la iníección y la transportan al punto donde es posible combatirla: en el ganglio.

LA FIEBRE COMO DEFENSA NATURAL

Además de un síntoma de enfermedad, la fiebre es una reacción del organismo ante una infección o una lesión con la finalidad de recuperar el equilibrio.

Una temperatura corporal elevada estimula los mecanismos de defensa, en concreto la producción de células macrófagas, y frena al mismo tiempo la reproducción de algunos microorganismos que no sobreviven a temperaturas superiores a la media corporal.

Por ello es un error combatir la fiebre de forma rutinaria, aunque sea causa de malestar, ya que se bloquea un sistema de defensa natural y puede enmascarar una enfermedad más grave.

No obstante, cuando la temperatura del enfermo supera los 40 ºC o quienes la padecen son niños es preciso permanecer muy atento, pues si aparecen convulsiones hay que actuar. En este caso se aconseja utilizar un método que disminuya la fiebre gradualmente para evitar un posible efecto rebote.

odos nacemos con una inmunidad natural, en la que participan algunos glóbulos blancos (macrófagos y neutrófilos) y un grupo de proteínas que se activan en cadena.

Todos estos componentes del sistema inmunitario reaccionan de forma similar ante todas las sustancias extrañas, cuyo reconocimiento no varía de una persona a otra.

Los macrófagos y neutrófilos son glóbulos blancos que ingieren microbios una vez que el sistema inmune los ha señalado para que sean destruidos. Suelen trabajar juntas cuando aparecen problemas.

Los macrófagos se encuentran en zonas estratégicas, donde los órganos contactan con la sangre o con el exterior, y ellos son los que inician la respuesta y envían señales a sus aliados para que acudan a reforzar la defensa.

Los neutrófilos, que fluyen por la sangre, pasan a los tejidos al recibir la alerta y se suman a la destrucción de microbios.

Todos estos glóbulos blancos contienen enzimas en su interior, que les permiten destruir las moléculas extrañas, una vez ingeridas. La acumulación de neutrófilos en un punto de infección y la muerte y digestión de los microbios forman pus.

Qué es inmunidad

Desde el nacimiento, el sistema inmunitario va registrando los antígenos con los que se encuentra, ya sea a través de los pulmones (al respirar), el intestino (al comer) o la piel, y aprende a responder ante cada uno de ellos.

Esta inmunidad, a diferencia de la innata, sí es específica de cada persona, y depende de la capacidad de su sistema inmunitario para aprender y recordar.

Sin embargo, los mecanismos innatos y los aprendidos suelen actuar de forma conjunta, no siempre coordinada, ante una infección.

La razón por la que el sistema inmunitario es capaz de llevar un registro de cada antígeno que encuentre está en la naturaleza de los linfocitos, las principales células del sistema inmunitario y que, a diferencia de otras, pueden vivir años o incluso décadas.

Los linfocitos son los que gestionan ese registro, y cuando encuentran por segunda vez una sustancia extraña son capaces de desarrollar una respuesta rápida y concreta, lo que explica por qué no se contraen enfermedades como la varicela más de una vez o por qué las vacunas previenen algunas enfermedades.

Esa sustancia que el cuerpo identifica como de riesgo puede venir del exterior (una bacteria, una toxina) o ser producto del propio organismo (una célula precancerosa o una neurona en mal estado).

Al detectar una molécula extraña, el sistema inmunitario puede fabricar anticuerpos, que se adhieren a los antígenos para señalarlos como objetivo que destruir.

Por categorías, los linfocitos B se encargan de secretar anticuerpos; derivan de una célula madre de la médula ósea y maduran hasta convertirse en células plasmáticas.

Los linfocitos T son parte del sistema inmunitario de vigilancia; se forman de las células madre que migran de la médula ósea al timo, donde se dividen y maduran, y aprenden a diferenciar lo propio y lo extraño, antes de entrar en el sistema linfático.

Los anticuerpos, también llamados inmunoglobinas, son pues proteínas que interactúan con el antígeno que inicialmente estimula los linfocitos B. Hay cinco tipos de inmunoglobinas, de las que cabe destacar tres:

  • Inmunoglobina G. Es el anticuerpo más frecuente y se produce tras varias exposiciones a un antígeno (por ejemplo tras recibir un refuerzo de la vacuna tetánica); es el único que se transmite de la madre al feto y protege al recién nacido hasta que desarrolla sus propios anticuerpos.
  • Inmunoglobina A. Se halla en la sangre y en algunas secreciones (del tracto intestinal, nariz, ojos, pulmones, leche materna); realiza una función importante ante una invasión de microorganismos a través de una membrana mucosa.
  • Inmunoglobina E. Es activo frente a los parásitos y también es el anticuerpo que genera reacciones alérgicas inmediatas.

Cómo fortalece el sistema

Nuestras defensas dependen en gran parte de los hábitos de vida. Algunos remedios naturales nos ayudan a mejorar nuestro sistema inmunológico rápidamente.

Dieta

Una alimentación sana, equilibrada y que aporte las vitaminas y minerales que el organismo necesita.

La dieta mediterránea es un buen agente protector por su riqueza y variedad denutrientes y sustancias antioxidantes. En términos generales, éstos son los aliados más efectivos:

  • Vegetales crudos. Por su alto contenido en vitaminas, minerales y fitonutrientes.
  • Aceite de oliva y, en general, los ácidos grasos monoinsacurados, que estimulan la respuesta inmune.
  • Yogur. Las bacterias probióticas que contiene, también presentes en la col fermentada, estimulan la flora intestinal y regulan las defensas.
  • Antioxidantes. Actúan contra los radicales libres y se obtienen sobre todo de frutas y verduras crudas, de ahí la conveniencia de tomarlas a diario.
  • Cinc. Refuerza un sistema inmunitario deprimido. Su deficiencia altera la inmunidad celular. Abunda en las semillas de calabaza, sésamo y girasol, aceite de germen de trigo, queso curado, legumbres, cacahuetes, ostras…
  • Vitamina C. Estimula la acción de los glóbulos blancos y favorece la producción de interferón, una sustancia que nos defiende de diversos virus. Sus mejores fuentes son: cítricos, kiwi, mango, coles, pimiento rojo, tomate, bayas…
  • Vitamina E. Su capacidad antioxidante se extiende a las células que intervienen en la respuesta inmune. Está presente en el aceite de germen de trigo, frutos secos, aceite de oliva, aguacate…
  • Vitamina A. Favorece la producción de distintas células de defensa, como los linfocitos T. Se obtiene del consumo de queso, huevos, zanahoria y vegetales verdes, boniato, coles…
  • Hierro. Su deficiencia facilita el riesgo de contraer infecciones y disminuye la respuesta inmune. Carnes, legumbres, aceites de germen de trigo y de oliva virgen, almendras, almejas… son sus principales fuentes.

En contraposición, conviene moderar el azúcar refinado, de probados efectos negativos sobre el sistema inmunitario, el alcohol.

El azúcar reduce la capacidad de los leucocitos para destruir gérmenes, mientras que el alcohol los debilita y disminuye su movilidad.

La alimentación también es clave en el reequilibrio del sistema inmunitario tras una infección. En general, para regular el pH orgánico y la flora intestinal se aconseja tomar alimentos de origen vegetal y reducir los de procedencia animal.