Cómo reconocer un problema de salud mental

Salud

La conexión que tenemos con nuestras emociones y cómo reaccionamos ante ellas impacta en casi todos los aspectos de nuestra vida. Pero el día a día nos va condicionando a archivar esa conversación con nosotros mismos y dejarla de lado.

Las prisas, los compromisos y las responsabilidades pueden llevarnos a actuar en «piloto automático» y a dejar de escuchar a nuestras emociones hasta que llegamos al punto de estallar. El estigma que, aún hoy, rodea a los problemas relacionados con la salud mental es otro agravante en este sentido.

No solo porque dejamos de escucharnos y prestarle atención a nuestro bienestar emocional, sino porque las manifestaciones de este tipo de trastornos no siempre son tan claras.

Autocuidado y salud mental

Desde cambios en nuestro estado de ánimo, irritabilidad y discusiones constantes con nuestros seres queridos hasta dolores en el cuerpo, falta o aumento de apetito y problemas para dormir o levantarse de la cama, son diversos los síntomas que se pueden asociar al estrés, la depresión, la ansiedad y otros trastornos.

Para poder identificarlos y entender de dónde vienen, tener espacios de autocuidado es clave. Se trata de momentos dedicados a nosotros mismos y a nuestro bienestar, que pueden servir como un barómetro para medir nuestro nivel de «presión emocional» y actuar para controlarla.

uchas veces vamos acelerados por la vida y llevamos un ritmo con el que no nos da tiempo a pararnos a pensar en cómo estamos. A veces tenemos situaciones de mayor estrés que vamos acumulando y más o menos navegamos bien en esta tempestad.

Pero otras veces estamos tan centrados en resolver todo eso que se nos acumula y se nos hace grande, que no nos paramos a pensar en cómo estamos.

Y en esos casos, nos damos cuenta de que lo estamos llevando mal y de que necesitamos ayuda justo después de que la situación ha terminado.

Aquí es donde pueden entrar en escena esos momentos para nosotros mismos. «Yo siempre recomiendo el autocuidado. Está muy bien intentar atender a las situaciones de las que tenemos que ocuparnos en la vida, pero siempre hay que dedicar aunque sea un ratito pequeño al autocuidado.

No esperar a que tengamos ya un problema contundente y patente, sino hacerlo hoy, porque lo primero en salud mental es intentar una prevención y eso pasa por el autocuidado. Un ratito de deporte, un ratito de lectura.

Una actividad que me calme, que me ayude a conectar con mis sensaciones. Ese ratito de desconexión y de poder frenar para estar con nosotros mismos nos va a ayudar a ver cómo estamos.

Síntomas más allá de la tristeza

Como señalan desde la Sepsm, los trastornos mentales pueden manifestarse en señales y síntomas totalmente variados que pueden presentarse en diferentes momentos de la vida de cada persona.

Aunque asociamos los problemas de salud mental a síntomas que afectan principalmente al estado de ánimo, puede que muchos de los signos no estén necesariamente ligados a este.

Una de las señales más frecuentes es la niebla mental, un tipo de deterioro cognitivo leve que se describe como la sensación de no tener la mente clara y no poder concentrarse, asociada también a problemas para memorizar información e incluso para tomar decisiones. Además, suele estar acompañada de un cansancio generalizado o fatiga que no tiene una causa orgánica. Este síntoma «se asocia a la ansiedad y al estrés, sobre todo a la ansiedad crónica.

La ansiedad es uno de los trastornos mentales más comunes y su prevalencia continúa aumentando en los últimos años.

El problema en este sentido es que puede resultar difícil identificarla, ya que se puede manifestar en casi cualquier síntoma físico que no tenga otra explicación médica. La ansiedad es la gran simuladora, porque nos puede venir con casi cualquier síntoma.

A veces se manifiesta en alertas físicas, como tensión muscular, contracturas, dolores de cabeza o problemas gastrointestinales y digestivos. Si yo voy al médico y descartan que mi problema sea orgánico, a lo mejor es ansiedad.

El motivo por el que aparecen este tipo de síntomas a nivel físico tiene que ver con la respuesta de nuestro cuerpo ante los estímulos que le causan estrés. La ansiedad se caracteriza por una sensación de que estamos en peligro cuando realmente no es así.

Pero a nivel del cerebro y el organismo, la percepción de esta amenaza pone en marcha los mismos mecanismos que se establecerían si el peligro fuese real. Se liberan principalmente dos hormonas: adrenalina y cortisol.

Esta respuesta aumenta el ritmo cardíaco y la presión sanguínea, suspende la actividad del sistema digestivo y hasta puede afectar al sistema inmunitario.

Durante el 99 % de la historia de nuestra especie en este planeta, la mitad de los humanos morían antes de llegar a la adolescencia. Ver el peligro en todas partes y prepararse para lo peor fue lo que ayudó a la humanidad a sobrevivir. Pero ver peligro en todos lados es lo que hoy llamamos ansiedad.

Toda esta acción que despliega nuestro cuerpo con el fin de ponernos alerta para poder escapar de la situación peligrosa que estamos percibiendo nos tensa y hace que sea difícil volver a la calma.

De ahí que otros síntomas de la ansiedad puedan manifestarse en dificultades para conciliar y mantener el sueño (insomnio), irritabilidad o una disminución en nuestra tolerancia a las frustraciones o, en otras palabras, una menor paciencia que puede resultar en conflictos frecuentes en nuestras relaciones personales.

Por eso, si llevamos una temporada sintiéndonos irritables o sin poder dormir bien y no sabemos por qué, hay que mirar si hay una ansiedad detrás.

Además de la ansiedad, el otro problema más frecuente a nivel de salud mental en la población es la depresión. Un diagnóstico que va mucho más allá de la tristeza. Normalmente, las personas reaccionan de una forma triste ante una ruptura matrimonial, o la muerte de un ser querido, o una mala noticia como el diagnóstico de una enfermedad grave. Para que eso se convierta en una depresión, lo que tiene que pasar es que dure mucho en el tiempo.

Cuando nos dan una mala noticia, con el paso de los días nos recuperamos, pasamos el duelo. Pero hay gente que no lo pasa y aparecen los síntomas de una depresión.

Se trata de unos síntomas que persisten durante más de dos semanas y que pueden incluir un estado de ánimo triste a lo largo del día, anhedonia (incapacidad de sentir placer en casi todas las actividades cotidianas o incluso de disfrutar de la comida), pérdida de peso, hipersomnia (dormir en exceso), sentimientos de culpa, indecisión y hasta ideación suicida.

Habitualmente, señalan los expertos, en los pacientes deprimidos hay una ruptura biográfica clara y un momento a partir del cual la persona disminuye su rendimiento y su capacidad adaptativa y es entonces cuando se puede hablar de depresión.

Otras señales de que podemos tener un problema de salud mental:

  • Sobrepensamiento, pensamientos rumiantes, sensación de que la mente no se «calla» y no podemos parar de pensar
  • Cambios de humor drásticos y repentinos
  • Aislamiento, ansiedad social, falta de energía para relacionarse con los demás
  • Abandono de intereses, aficiones o actividades que siempre han sido placenteras
  • Cansancio, disminución en los niveles de energía, problemas para dormir
  • Sensación de paranoia o de que los demás están juzgándonos
  • Incapacidad de desconectar de los problemas cotidianos
  • Problemas para entender la realidad o aceptar una situación determinada
  • Aumento en el consumo de alcohol, tabaco o drogas
  • Cambios en el deseo sexual
  • Ira excesiva, hostilidad, episodios de violencia
  • Ataques de pánico
  • Pensamientos suicidas
  • Dolor cervical o de cabeza
  • Dolor de estómago, gastroenteritis, reflujo gastroesofágico

El riesgo de reprimir las emociones

Otra de las áreas en las que nuestra propia naturaleza evolutiva le juega en contra a nuestra salud mental es en la gestión de las emociones desagradables, que tienen a nivel social una connotación negativa.

Lo que solemos hacer sin querer cuando algo que sentimos es desagradable es intentar evitar estar en situaciones en las que sentimos eso. Esto es porque el propio cerebro funciona así, hace que nos acerquemos a lo agradable y nos alejemos de lo desagradable.

A esto habría que sumarle que, culturalmente, se nos ha enseñado que hay emociones positivas y otras negativas, y que las negativas son malas. Entonces, si parece que algunas emociones están mal, tenemos una tendencia a reprimirlas.

Además cuando las reprimimos, las emociones llegan igualmente a la superficie, pero lo hacen de formas menos saludable, como los síntomas a nivel físico u otras reacciones derivadas de ese intento por evitarlas.

Las emociones están ahí para avisarnos de que hay algo que pasa que no está bien. Entonces, puede pasar que una emoción se transforme en otra, por ejemplo, una pérdida, un duelo mal gestionado nos debería hacer sentir tristeza y esa tristeza puede que se convierta en rabia y en irritabilidad constante. Al final, puede que no sepamos ni qué nos pasa.

Para poder afrontar de manera más saludable estas emociones que tanto nos cuestan, es necesario cambiar nuestros prejuicios acerca de ellas y entender que cada una cumple una función y tiene un mensaje.

Necesitamos cambiar las creencias que hay debajo y que no están dejando que gestionemos las emociones bien. Por ejemplo, la creencia de que mostrar llanto o tristeza es debilidad o que la ansiedad es mala y hay que evitarla.

Lo que necesitamos hacer es, cuando tenemos una emoción difícil, ir poco a poco siendo capaces de enfrentarnos a ella.

El problema es que, muchas veces, persisten ideas nocivas que dicen que tenemos que poder con todo. Hace muchos años que eso se manifiesta así y hay una presión por mantener siempre la sonrisa. Existe la creencia de que querer es poder, pero no.

Muchas veces no podemos con situaciones, hay que pedir ayuda porque a lo mejor nos está afectando y no lo damos gestionado.

Al mismo tiempo, tenemos que ser capaces de permitirnos hacer un duelo si es necesario en un momento puntual de nuestra vida, evitando patologizar esos sentimientos desagradables o difíciles y teniendo presente que el bienestar emocional a largo plazo requiere atravesar también esos momentos.

Hay situaciones difíciles que la vida nos pone delante en las que lo normal es estar mal. El mensaje de tener que estar siempre bien y de poder con absolutamente todo hace daño cuando lo llevamos a nuestra vida real.

A veces hay que dejar de lado ciertas cosas para priorizar la salud mental, pero el mensaje que recibimos es: Si quieres, puedes con todo eso y más». No siempre es asi.

Diez motivos para acudir a terapia

  1. Síntomas persistentes. En el caso de que sean emocionales, cognitivos-conductuales y que persisten en un tiempo prolongado, afectando a la calidad de vida. Se pueden manifestar en ansiedad, depresión, miedo constante, pensamientos obsesivos, adicciones, entre otros. 
  2. Cambios en la conducta. Sobre todo si interfieren en las relaciones, trabajo, estudios o en otras áreas importantes de la vida.
  3. Traumas recientes. Si se ha experimentado un trauma significativo o se ha sufrido una pérdida de un ser querido o un evento traumático. Se debe de ir a terapia cuando haya dificultades para sobrellevarlo.
  4. Antecedentes familiares. Cuando haya algún tipo de antecedentes de salud mental en la familia o, cuando se hace de cuidador o cuidadora de familiares que suponen una carga importante desde un punto de vista emocional. 
  5. Consumo de sustancias. Puede haber adicción.
  6. Estrés incontrolable. Sobre todo cuando es abrumador y no se puede manejar. También si se observa que afecta a la salud física o mental. 
  7. Síntomas físicos. En el caso de que exista un malestar corporal y se haya ido a diferentes profesionales, descartando así problemas médicos, conviene explorar las variables emocionales que pueden estar influyendo.
  8. Cambios en la alimentación o en los patrones de sueño.
  9. Problemas cognitivos. Hace referencia a la memoria o atención. En ocasiones, se cree que existe un déficit de atención y hay veces que pueden estar asociados a problemas de estrés. 
  10. Crecimiento personal. Sobre todo, si se busca desarrollar habilidades psicosociales y atender a distintas circunstancias de su vida.