Dame una noche de asilo

Columnistas

Con “La chica” teníamos un ritual al menos cada quince días, y digo teníamos porque hace semanas apenas nos escribimos. Digamos que pasamos de ser confidentes a convertirnos en conocidos, que solo se saludan escuetamente por WhatsApp.

“La chica” y yo nos conocimos hace unos años en una redacción periodística, y desde el minuto uno fuimos cómplices. Ella me contaba de sus desamores, yo de mi experiencia de tipo separado, de las salidas con mis hijos los fines de semana, y hasta de las mujeres que conocía a través de app de citas. 

Teníamos tanta sintonía, que a pesar que cada uno cambió de trabajo, seguimos siendo amigos. Incluso cuando “La chica” se fue a otro país, nos escribíamos vía mail todos los viernes; eran correos extensos donde dábamos reporte de lo que hacíamos, tal y como si se tratara de un parte de guerra. 

Por supuesto que cuando regresó fue una fiesta, aunque nunca nos dijimos lo mucho que nos habíamos extrañado, el abrazo que nos dimos cuando fui a recibirla en el aeropuerto de Ezeiza lo dijo todo. Desde ese día nos volvimos aún más inseparables… al menos hasta que Jorge Drexler y Mont Laferte nos pusieron una trampa y caímos.  

Los hechos ocurrieron así: Una tarde, recibí un audio de la chica. Ella con tono muy triste me contaba que un hombre con el que se había enganchado le dijo que no podían seguir juntos, pues, se había reconciliado con su novia de toda la vida y se mudarían a España.

Le mandé un audio diciendo: “Dale, sécate las lágrimas, es un boludo y no vale la pena llorar por él.  Hagamos algo, vente a casa en cuanto salgas del diario, y yo apenas termine una video llamada busco 3 botellas de Otro Loco más* y se acabó el asunto”. (*Otro loco más es un vino Malbec que cura desde la gripe hasta el mal de amores) 

Ella me respondió con otro Voice diciendo: “Jajaja bárbaro, dejémoslo en manos de Otro loco más, el siempre nos ayuda”.

Pasaron algunas horas, y cuando el reloj de mi celular marcó las 19:00 sonó el intercomunicador, era La Chica. Abrí la puerta y al verme me abrazó y se puso a llorar. Yo dejé que se desahogara, pero uno minutos después salí con uno de mis comentarios oportunos: “Boluda, el piso es de madera, no se puede mojar así que trata de que las lágrimas caigan en mi camisa”. Tras escucharme ambos reímos y abrimos las primeras botellas de Otro Loco más. 

Pasada la primera botella decidimos pedir una pizza, para no rompernos tanto con las otras dos botellas que nos faltaban por consumir, pues con la chica teníamos un pacto tácito: No podía quedar ninguna botella en pie. 

Mientras hablábamos, de fondo se escuchaba uno de esos enganchados de Rock Nacional con temas de Fito Páez, Charly García, Soda, Fabi Cantilo, entre otros. Pero llegada la segunda botella, cambiamos el género musical y terminamos bailando al ritmo de Rodrigo, La Mona Jiménez y hasta Los Palmeras. 

Ya para la tercera botella no estábamos usando ni las copas, y como la bailada fue descomunal, decidimos bajar un cambio y nos fuimos con: Montaner, Miguel Bosé, Kevin Johansen y Miranda. 

En un momento ya no daba más, y le dije a la chica “Chica, ya no puedo más ¿Nos vamos a dormir?” No había terminado la frase cuando comenzó a escucharse el tema de Jorge Drexler y Mont Laferte “Asilo”. 

Ella me abrazo y me dijo: “No quiero dormir, te quiero besar”, así que acto seguido nos besamos. Aquella noche fue mágica, o al menos eso suponemos, porque ambos estábamos tan en pedo que no recordamos nada. 

A la mañana siguiente, ambos vivimos uno de los despertares más incomodos de la historia. Ninguno de los dos podía con la culpa, no por lo que hicimos, sino porque sabíamos que nuestra amistad tal y como la conocíamos había cambiado. No sabíamos si para bien o para mal, sólo que ya no sería lo mismo. 

Aún no sé bien cómo seguirá esta historia, de lo que si tengo certeza es que podré responder uno de los enigmas más grandes de la humanidad: ¿El sexo puede terminar con la amistad? 

Los retos a escuchar el tema: