En Un Viaje a New York.

Columnistas

Ramón Velásquez Gil

Ciertamente en el transcurrir de la vida todo es un imponderable y nunca se sabe qué pasará.

Una noche, hace unos cuatro años, más o menos, me llama mi hija Daniela y me informa: 

– “papá, en una semana vamos Ever y yo a New York por cinco días y ya te compré tus pasajes. así que ve pidiendo permiso en el trabajo”.

Yo, que para ese entonces tenía un año viviendo en Miami, me sorprendí un poco con la noticia y no sabía qué excusa poner pero en el fondo quería ir.

– “No te preocupes por el trabajo papá. Sé que siempre ha sido tu sueño viajar a NY. Así que inventa cualquier cosa”.

Bueno, así fue e inventé algo que no recuerdo.

Llegado el día, ya avanzado el mes de octubre, aborde mi vuelo que me trasladaría desde la ciudad de Miami al aeropuerto de Newark y luego en tren hasta la estación Pensilvania. Una enorme estación de trenes, justo al lado del Madison Square Garden.

En el aeropuerto de Newark me encontré con dos muchachos venezolanos que venían llegando desde la ciudad de Maracay. Un poco perdidos y no hablaban “ni papa” de inglés.

Me salió mi gentilicio y los ayudé en lo que pude, hasta que llegamos a la estación Pensilvania, pero al llegar a dicha estación, perdí la señal de mi teléfono pues estábamos a unos tres pisos bajo tierra y necesitaba el teléfono para comunicarme con Daniela que me estaba esperando en algún lugar de dicha estación. Pues ellos habían llegado algunas horas antes.

Con mucho pesar, tuve que dejar solos a los muchachos y dedicarme a resolver mi problema. Aquella estación era enorme, pasillos y escaleras mecánicas por todas partes y full de gente. Menos mal que el teléfono conservó el número de Daniela y así escuche hablar por teléfono a una mujer que me pareció latina. Le expliqué mi situación y le pedí el favor de que llamara a ese número.

La muchacha marcó el número y escuché cuando dijo: “Hola Daniela, te paso a tu papá”.

– “Hola Dani, Dios te bendiga dije”.

– “Papá, bendición. ¿Qué pasó con tu teléfono?” Pregunto nerviosa. Le expliqué y entonces me dio la dirección de dónde se encontraban. Le di las gracias infinitas a la muchacha y al rato después de seguir la dirección indicada. Al fin me encontré con Daniela y Ever. De los muchachos venezolanos nunca supe más nada y ojalá estén bien donde estén.

Entonces, tomamos un taxi amarillo y partimos hacia el apartamento ubicado en el Bronx, que Daniela y Ever habían alquilado por una semana. Llegamos, nos acomodamos y salimos nuevamente a patear New York. En seguida me di cuenta de que no sería fácil para mi aguantarle el tren a estos muchachos.

El frío era casi insoportable. Era fecha veinticinco de Octubre y ya casi estaba nevando. Al día siguiente fuimos a Central Park. El día estaba muy frío. No había sol pero la gente de NY, cómo si nada. Claro! estaban acostumbrados al frío y para ellos era un clima normal.  Para ir a la Estatua de la Libertad, que queda en una isla, se tiene que tomar un ferry que al soplar la brisa del mar, los ojos se congelan y hay que guarecerse dentro del ferry.  Esto en esta época del año claro.

Una noche en que se nos unió un amigo de Ever,  quien vivía en New Jersey, nos fuimos a recorrer a pie, una vía férrea abandonada que transcurre a través del  nivel tercer piso de los edificios en Manhattan y que hoy día es una ruta turística. Recuerdo que compramos dos “carteritas” de canelita que, increíblemente conseguimos en una licorería, para poder soportar el frío mientras caminábamos la ruta. De allí, tomamos un taxi y nos fuimos a una fiesta “pre hallowen” que era en el último piso de un rascacielos muy famoso en NY y que no recuerdo el nombre.  Al comprar las entradas para dicha fiesta, era norma dar el nombre y fecha de nacimiento de cada persona y entonces cuando entregamos cada uno las entradas en la puerta, la muchacha que recibió la mía me dijo: !feliz cumpleaños!.

Mi grupo y yo, nos vimos las caras, extrañados pues ese día era veintisiete de octubre y yo cumplo años los días veintinueve de octubre. Supusimos que fue el vendedor de las entradas que se equivocó al tomar mi fecha de nacimiento.

Fue la primera de dos anécdotas con mi cumpleaños, que me ocurrirían en este viaje.

Después de subir cuarenta y ocho pisos en el ascensor, por supuesto, aterrizamos en la sala de tres niveles donde era la fiesta donde había muchos disfraces, cómo es costumbre en el día de hallowen aunque esta era una fiesta Pre Hallowen.

Entre todos los disfraces, había uno que sobresalía de los demás; se trataba de una muchacha rubia muy bonita, disfrazada de Rambo o “Ramba”. Eb este caso y cuyo ajustado uniforme militar, le quedaba espectacular.

No obstante que aquella muchacha norteamericana podía ser mi hija le hice el comentario a Daniela sobre lo bonita que era.

-“¿Te gustaría conocerla y tomarte una foto con ella, papá? me pregunto Dani.

– “Pues si, pero me parece imposible”, le respondí.

-“¿Tu crees? me dijo

Seguimos hablando y disfrutando de la fiesta, bailando con unas muchachas que el amigo de Ever, un muchacho bien desenvuelto, como somos casi todos los venezolanos, había cuadrado al llegar.

Al rato y ya olvidada la conversación con Daniela sobre la muchacha disfrazada de Rambo. De repente veo a Daniela venir hablar con alguien y cuando levanto la vista, pues estaba sentado en ese momento, por poco me da un infarto. Dani traía a la exuberante muchacha, agarrada por una mano y me la presentó para que me tomara una foto con ella.

La linda muchacha me saludó con una amplia sonrisa y me abrazo para que yo me tomara una foto ella.

Dicha foto, veré si la consigo en mi teléfono para insertarla en este artículo.

Después de muchos paseos a través del metro de New York, incluyendo una visita a una sala de artes donde había una exposición de pinturas de Van Gogh, llegó la hora del regreso a casa.

Era para entonces veintiocho de Octubre y mi vuelo de cinco horas, salía a las nueve de la noche.

Ya en el aeropuerto de Newark, nos despedimos muy tristes pero felices por los gratos días pasados juntos.

Daniela y Ever regresaban a Toronto, Canada, ciudad donde residen y yo a Miami.

Ya en pleno vuelo, al marcar el reloj las Doce y un minuto de la media noche, acababa yo de cumplir años.  a ocho mil pies de altura.

Saludos