Nunca te Fíes de un Prestamista

Columnistas

Ramón Velásquez Gil

Juancho era un sujeto no muy dado al trabajo. A su entender, el trabajo cansa y aburre, por lo cual trabajaba solo unos pocos días al mes. Lo suficiente para sobrevivir. Eso sí, le gustaba comer bien, vestir bien y bonchar de vez en cuando.

Por todas estas razones, Juancho vivía siempre sobregirado, buscando medio para completar un real. Para los no venezolanos, esto quiere decir: buscando veinticinco centavos para completar cincuenta.

Bueno, en uno de esos días de sobregiro, estaba Juancho pelando y por cuanto todos conocían sus gustos nadie le echaba una mano cuando las cosas se le complicaban.  Entonces se recordó del viejo Pedro Miguel, un señor que era propietario de varias casas que tenía en alquiler y por ello, al que nunca le faltaban sus biyuyos guardados.

El problema era que el viejo Pedro Miguel, era un tipo gruñón no muy dado a prestar dinero por nada, ni ayudar a nadie y menos al conocido Juancho.

Entonces, ya sin un centavo en el bolsillo, a Juancho se le ocurrió una idea: fue donde Pedro Miguel y le pidió prestado Un Bolívar (cuando el Bolivar estaba a cuatro treinta) claro.

Casi llorando, Juancho le imploro que se lo prestara. Que mañana a las ocho de la mañana se los devolvería sin falta.

Pedro Miguel, después de pensarlo un rato y por cuanto era solo un Bolívar, se lo prestó, con la condición de que se lo devolviese mañana a las ocho.  Si no,.. e cobraría intereses.

Ya con el Bolívar en el bolsillo, Juancho se fue a su casa, guardó el Bolívar bajo el colchón y allí lo dejó. Al día siguiente se levantó tempranito, agarró la misma moneda de un Bolívar que Pedro Miguel le había prestado, llegó a la puerta de la casa de este, faltando cinco minutos para las ocho de la mañana, tocó la puerta y al abrir Pedro Miguel, se sorprendió de lo cumplido y responsable que había sido Juancho.

Juancho se regresó a su casa y decidió buscar un trabajo por unos días, mientras seguía con su plan. Pasada una semana del préstamo del Bolivar, se dispuso Juancho a continuar con su idea. Fue de nuevo donde Pedro Miguel y esta vez, pidió prestado Cinco Bolívares, alegando lo mismo; que mañana a las ocho se los devolvería sin retardo.

Pedro Miguel lo pensó de nuevo pero dado el cumplimiento del primer préstamo por parte de Juancho, le prestó los cinco Bolívares con la misma condición anterior.

Ya con los cinco Bolívares en el bolsillo, Juancho regresó a su casa e hizo la misma operación del préstamo anterior; guardó el dinerito bajo el colchón y hasta el día siguiente en que los devolvió a la hora exacta a Pedro Miguel, quien se mostró bastante satisfecho de la responsabilidad de Juancho;

-!este muchacho ha cambiado! – pensó para sí mismo.

Juancho volvió a trabajar algunos otros días entre lo cual pasaron unas dos semanas más. Pasado este lapso de tiempo, le vino a la mente a Juancho volver donde su prestamista personal. Se levantó bien temprano, se vistió con sus mejores galas, se perfumó y arrancó para donde Pedro Miguel.

Al llegar, tocó la puerta y salió este, quien no se asombró de verlo de nuevo. Esta vez Juancho le solicitó en préstamo la  cantidad de ciento cincuenta Bolívares, que era la parte final del plan y cuya cantidad no pensaba devolver; este dinero sí pensaba “boncharselo”.

Oída la solicitud de Juancho le dijo Pedro Miguel que esperara un momento. Entró a la casa y pasado un minuto salió, con un papel en la mano.

– Bueno Juancho, necesito que me firmes esta letra de cambio, por ciento cincuenta bolívares, más cincuenta de intereses. Necesito además que la firme como fiador tú papa. Llévatela y me la traes firmada. Entonces te daré el dinero-  le dijo Pedro Miguel.

A Juancho se le cayó el mundo. Se quedó sin palabras para contestar. Su papá nunca firmaría eso. No obstante, tomó el papel y le respondió a Pedro Miguel que estaba bien, que luego regresaría con la letra de cambio firmada. Dio media vuelta y se fue para nunca regresar a pedir prestado.

Por su parte, Pedro Miguel también pensaba que había hecho un buen negocio, al hacerle los primeros préstamos sin intereses.

Ahora, la pregunta del millón: ¿Quién estaba engordando a quien?.

Tonto es quien cree que los demás son pendejos.

Saludos