No sé si en Baires o Madrid

Columnistas
Juan Eduardo Fernández “Juanette”

Cuando recibí mi pasaporte argentino lo primero que hice fue planificar un viaje a Madrid, una ciudad maravillosa que conocí a través del cine, el fútbol y de amigos españoles que me contaban de esa ciudad. Corría el año 2000, y en ese entonces yo era un frecuente visitante de las tascas de La Candelaria, siempre acompañado de mi querido maestro de Cine Enrique de Armas.   

Ahora ya es 2024 y estoy en el aeropuerto de Ezeiza, esperando para abordar el vuelo 1134 que me llevará desde Argentina hasta España. Mientas aguardo en la terminal, recuerdo a Paco, aquel kiosquero de la Plaza Candelaria que nos vendía la revista Don Balón, y nos hablaba de la capital española y también de Pirri, Gento y Di Stefano, grandes glorias de El Real Madrid. 

Pero mi viaje no es solo para conocer Madrid y visitar El estadio Santiago Bernabéu. También voy al casamiento de dos grandes amigos que hacían Stand Up conmigo en Buenos Aires (A quienes les dedicaré otra columna); y ya que estamos allá, voy a reencontrarme con un viejo amor del que me despedí en la cervecería “La Hormiga Negra” de Belgrano hace un año.

A Patricia la conocí a través de una aplicación de citas. En su presentación se describía como psicóloga brasilera, estudiante de medicina, buscando quien le ayudara a mejorar su español y le mostrara la ciudad de Buenos Aires. Yo al ver su foto, deslicé a la derecha casi sin pensar y ahí descubrí que las apps de citas funcionan como la ruleta de un casino, pues solo tienes una oportunidad de hacer match (Coincidir) con la otra persona. Por fortuna Patri y yo tuvimos suerte. 

Desde que nos conocimos, se formó una maravillosa amistad, prácticamente éramos inseparables. Yo le ayudé con su español gracias al ciclo de cine argentino del Gaumont, y las canciones de Charly García, Fito Páez y Soda Stereo; pero además le enseñé a hacer arepas y a cebar mate. Ella a cambio me explicó cómo hacer Farofa y Moqueca (el primero es un platillo a base de yuca, y el segundo un manjar de dioses que se prepara con pescados y mariscos marinados en leche de coco). Y a mejorar mi portuñol, a través de melodías de Rita Lee, Caetano Veloso y Milton do Nascimento.  

Pero las salidas con Patri no solo eran para ir al cine o a comer, también me hizo comprar una bicicleta, pues la actividad que más disfrutábamos juntos era ir pedaleando por la vera del Río de Vicente López. 

No podíamos negar que teníamos demasiadas cosas en común, ambos habíamos crecido en zonas humildes, los dos nos habíamos separados hace muchas lunas como para recordarlo, y teníamos hijos. Además, éramos seres libres, es decir, no nos gustaba el compromiso, o al menos eso pensábamos cuando nos conocimos.  

Con Patri nunca fuimos novios, teníamos lo que llaman ahora un vínculo afectivo. No era nada formal, pero comenzamos a pasar mucho tiempo juntos. Ella se quedaba en mi casa, o yo en la de ella. Eso sí, a ninguno de los dos se nos pasó por la cabeza llevar el cepillo de dientes y dejarlo en la casa del otro, pues, eso era al menos para nosotros, quebrantar una ley divina.

Paso el tiempo y se formó un vínculo cada vez más estrecho, al punto que ambos sentimos miedo, pero igual lo dejamos fluir. Hasta que un día Patri me citó en la misma cervecería donde tuvimos nuestra primera cita y ahí con ojos llorosos me contó que había logrado una beca en La Universidad Complutense de Madrid y debía marcharse unos años. No voy a negar que fue un gancho al hígado, pero por otra parte me sentí feliz por ella, pues, sabía de esa solicitud, y siempre fue una posibilidad. 

Aquel día me pidió que no la acompañara a su casa, que nos despidiéramos en “La Hormiga Negra”. También me rogó que no fuera al aeropuerto porque “Podría arrepentirse de irse a Madrid”, algo a lo que accedí pues no quería tampoco que hiciera tal sacrificio. 

Lo que si hice el día de su partida fue enviarle un mail donde le deseaba éxitos en su aventura española, le listaba las 10 groserías más usadas en el país de Cervantes, y me despedía con el video de la canción “Contigo: No sé si en Baires o Madrid” de Fito Páez y Joaquín sabina. 

De esto ya pasó más de un año y ahora voy rumbo a reencontrarme con Patricia. Me llevará al restaurante más antiguo del mundo llamado Casa Botín, fundado en 1725. Ahí comeremos Cochinillo, beberemos un vino de La Rioja y descubriremos si el amor “cuando no muere mata, o si amores que matan nunca mueren”.

Acá les dejo la canción para que entiendan esa última frase: