Tratamientos contra la covid-19 salvaron vidas desde sus fases de pruebas clínicas

Salud

Un estudio, recientemente publicado en Lancet Infectious Diseases, revela que los tratamientos contra la covid-19 empezaron a salvar vidas desde sus fases de pruebas clínicas y que las diversas agendas de vacunaciones masivas que iniciaron mayoritariamente las potencias industrializadas, y que coincidieron prácticamente con el inicio de 2021, fueron la tabla de salvación de millones de personas. En concreto, salvaron entre 19,1 y 20,4 millones de vidas.

El diagnóstico comparte datos del conjunto del pasado ejercicio, una primera valoración del aniversario anual que, según el modelo estadístico aplicado por varios científicos -Oliver Watson, Gregory Barnsley, Jaspreet Toor, Alexandra Hogan, Peter Winskill y Azra Ghani- del MRC Centre for Global Infectious Disease Analysis, del Imperial College London, logró evitar más defunciones que las muertes provocadas por el coronavirus.

La certificación empírica del análisis también deja otras lecturas alentadoras. Porque sus cálculos arrojan una cifra de entre 6,8 y 7,7 millones de fallecimientos menos como consecuencia de la Iniciativa Covax de Naciones Unidas para propagar y administrar vacunas en países en desarrollo con tratamientos donados desde los arsenales de vacunas procedentes de países de rentas altas. Sin ellas, dicen sus autores, el exceso de mortalidad con relación directa sobre la covid-19 habría sido más de tres veces superior a los 17,9 millones de personas que murieron por el SARS-CoV-2.

Aun así, el bloqueo en el suministro de las vacunas sigue siendo una constante en no pocas latitudes del planeta. Alrededor de un centenar de naciones no han cumplido aún con el objetivo marcado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de concluir 2021 con unos niveles de vacunación de, al menos, el 40% de población. Un coste que el estudio estima que impidió que se salvaran otras 600.000 vidas.

El estudio dirigido por los profesores Watson y Barnsley tiene sus limitaciones, como reconocen en The Economist, de cuya base de datos se han nutrido estos expertos, porque asumen toda la estimación estadística de infecciones de covid que han conducido a la muerte; al margen de si han sido la causa inicial o definitiva de la defunción.

Y con información parcelada o subjetiva con alguna ausencia real de los estándares internacionales, como en el caso de China que, por este motivo, fue excluido finalmente del análisis, y de algunos países de pequeña dimensión y con serias dificultades para formalizar los registros de contagios y fallecimientos por coronavirus, lo que presupone que el número de muertes es incluso más alto.

Pero los investigadores admiten que su intención no era cambiar comportamientos ni hábitos de actuación de Gobiernos, sino tan solo establecer un modelo de contabilización de infecciones que, además, tuviera capacidad para relacionar la administración de las vacunas con la elusión de estados clínicos críticos que hayan conducido a la muerte en todo el mundo y por demarcaciones geográficas.

Del mismo modo que resultaba familiar la desafortunada costumbre de admitir, en los meses de inicio de la pandemia, en 2020, que el número de defunciones era substancialmente superior a lo que unas estadísticas que excluyeron a las víctimas sin test de coronavirus, mayores en áreas y países con menor capacidad para recibir las pertinentes pruebas clínicas. Así como a retrasos en las certificaciones de defunción en hospitales y registros civiles que acumulaban días, primero y semanas y meses, después, lo que provocó la tergiversación de la realidad hospitalaria y de las muertes por covid-19.

En tercer término, la epidemia propició el abandono momentáneo, pero prolongado, de otras dolencias que iban acumulando listas de espera y que desembocaron en un mayor censo de fatalidades. El número de defunciones por covid-19 era substancialmente inferior por no contabilizar a las víctimas sin test de coronavirus, los retrasos en las certificaciones de defunción en hospitales y registros civiles y las listas de espera de otras dolencias.

Daños económicos directos

El Banco Mundial, en un reciente diagnóstico del impacto de la covid-19 en la economía global, enfatiza el empeoramiento de las desigualdades sociales. «La pandemia ha sido especialmente severa en los mercados emergentes, donde sus hogares han retrocedido en poder adquisitivo y más de la mitad de ellos no han alcanzado aún los ingresos necesarios para abordar gastos de consumo básicos durante más de tres meses, dentro de un contexto de rentas inferior al periodo previo a la epidemia».

De igual modo, sus pymes redujeron a menos de 55 días sus reservas de liquidez. Con ambos parámetros esenciales de la rúbrica que registra la demanda interna -la del consumo y la de inversión- con incrementos graduales de deuda.

La crisis sanitaria también ha perjudicado seriamente las tasas de pobreza, que aumentaron por primera vez en una generación ante el desproporcionado retroceso de las rentas personales y la dramática pérdida de población.

En los países de rentas bajas el desempleo y la temporalidad subieron en más de un 70% entre los trabajadores con estudios primarios, pérdidas retributivas ostensibles entre los empleados jóvenes y una expulsión masiva de los mercados laborales de las mujeres.

Drew Altman, presidente de la Henry J. Kaiser Family Foundation, think tankconocido como KFF incide en que la mayoría de los países PEPFAR -receptores de ayuda al desarrollo- registraron una fase recesiva en 2020 y once de ellos, de más del 10%. En concreto, 32 de sus 53 declarados.

En la órbita de los países de rentas altas, la de la OCDE, también se esgrime un «enorme receso» del PIB entre sus 38 socios, pese a lo que restablecieron sus niveles pre-pandemia a finales del pasado ejercicio, con un promedio de desempleo del 5,7% e ingresos familiares agregados por encima de los de 2019 al inicio de este año.

Sin embargo, la guerra de Ucrania ha generado dispersiones y un nuevo elenco de ganadores y perdedores entre sus empresas y trabajadores -donde se incluyen profesionales- que persistirán mientras la escalada de precios y las incertidumbres geopolíticas permanezcan en estado de ebullición, al igual que los activos bursátiles, en descenso paulatino, pero constante, desde el segundo mes del conflicto armado. En medio de cambios drásticos en el orden internacional.

Sin descuidar los conatos que aún persisten de la variante ómicron que parece haber sucumbido ante la gravedad de la invasión rusa, pero que, desde la OCDE enfatizan que seguirá recortando intensidad al crecimiento de 2022. La pandemia ha sido especialmente severa en los mercados emergentes, donde sus hogares han retrocedido en poder adquisitivo y más de la mitad de ellos no han alcanzado aún los ingresos necesarios para abordar gastos de consumo básicos durante más de tres meses

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