El Sueño de Mucha Gente

Columnistas
Ramón Velásquez Gil

Esa tarde, conducía mi vehículo por la 78 Street de Brickell, Miami; ensimismado en mis pensamientos y sobre cuánto me faltaba para llegar a Kendall, ciudad donde resido. El tráfico, a Dios gracias, estaba fluido pues no era aún horario pico, por lo que se podía conducir relajado si no se tenía apuro en llegar.

Sonaba en ese momento, en la radio, la canción de Load Up: Eyes on the prize, cuando de repente se oye muy cerca, el trallazo seco de dos disparos.

Dicho sonido equivalente a peligro, me hizo sobresaltar un poco y poner inmediatamente mis sentidos en alerta.

Instintivamente, mi cabeza volteó hacia el lado donde se escucharon los disparos y en ese momento pude ver a un sujeto que corría por la acera del lado en que yo transitaba y en la misma dirección, seguido a corta distancia por dos sujetos, pistolas en mano, que trataban de apuntar bien para disparar pero que, debido a la carrera no podían afinar el disparo.

El tipo a quien disparaban pasó por un lado de mi carro y casi inmediatamente, los dos sujetos armados, también. Era inminente que lo alcanzarían y matarían.

En un instante breve y lógico, mis instintos me dieron la orden de acelerar, pasarme al otro canal y perderme del lugar. Pero otra parte de mi cerebro, el que al final decide (creo), me indujo a que tenía que meterme en problemas esa tarde. Es decir, me ordenó a que yo debía hacer algo y ayudar al tipo que estaba a punto de ser tiroteado y casi seguro, muerto.

Bueno, como si se tratase de un guion pre-escrito, estiré el brazo y logré abrir la puerta del pasajero; aceleré la velocidad pasándole por un lado a los que perseguían al hombre hasta alcanzar a este; al llegar a su altura desaceleré un poco y le grité que saltara dentro del carro.

El hombre en plena carrera, volteó hacia mi carro y re-dirigió la vista hacia adelante; pero en una fracción de segundo, debe haber pensado en que esta era su única y última oportunidad de vivir y, sin perder un instante abrió, o terminó de abrir, la puerta del carro y se lanzó de cabeza dentro de este.

El tipo cayó de cabeza al piso del carro y no sé cómo carajo hizo para enrollarse allí como pudo.

En ese mismo momento, sonaron otros dos disparos, lo cual me hizo agachar la cabeza, por el instinto de conservación, pues, ya sabía yo con seguridad de que estos disparos iban dirigidos contra mi carro.

Efectivamente, escuchamos el silbar de una bala que atravesó el vidrio trasero, pasó a centímetros de mi oreja y abrió otro orificio en el parabrisas delantero, ya de salida y dejando un acre olor a pólvora quemada dentro del carro.

Me cambié de canal de circulación y zigzagueando entre los carros, pude alejarme rápidamente del lugar de los disparos.

Cuando ya nos encontrábamos bastante lejos, cerciorándome de que no me seguían y habiendo ya pasado un poco el susto, aunque no mucho, dirigí la vista hacia el hombre, quien en ese momento se levantó del piso del carro, se acomodó en el asiento y se dedicó a observar a través de las ventanas del mismo, también cerciorándose de que no lo seguían y como ubicándose en qué lugar estaba.

Entonces, sin mediar muchas palabras, le dije: – “Amigo, creo que ya está a salvo. ¿Dónde lo dejo?.

El hombre me miró, pensó un poco y me respondió:

– No lo conozco y no sé por qué hizo lo que hizo. Me salvo la vida. Gracias, le debo el estar vivo todavía, – continuó.

– Mi nombre es Pietro- , dijo- y ahora requiero que me haga el favor completo y me lleve hasta mi casa, – finalizo.

– Esta bien, mi nombre es Ricardo – le respondí, sin poderme negar pues no estaba seguro, sobre si nos seguían.

A partir de ese momento, comenzó a guiarme hasta que llegamos a un condominio donde había enormes casas o mansiones.

Así fui avanzando, hasta que llegamos al frente del portón de una enorme casa. Allí me detuve. El hombre sacó del bolsillo un teléfono celular, hizo una llamada a alguien en inglés para que abrieran el portón.

Seguidamente, este empezó a abrirse, apareciendo en la puerta una persona con uniforme de security, el cual saludó con respeto a mi acompañante, cuando el carro pasó a su lado y llegamos a un portal de servicio, donde nos detuvimos.

En seguida, salió un señor con pinta de de Gran Señor, a quien Pietro se dirigió saludándole: – Hola papá, le expresó este en idioma italiano .

Está historia continuará la próxima semana.

Saludos